Un chico joven, probablemente de menos de veinticinco años, se acercó a ella y se acomodó en un taburete vacío que había a su izquierda. Le echó una mirada rápida en el espejo del bar, estudiándole en silencio.
Era parte de un juego privado al que le gustaba jugar consigo misma. De manera informal, lo llamaba “predicción humana”. En el juego, intentaba adivinar cuanto más le fuera posible sobre una persona, en base a su aspecto, su manera de actuar y de hablar. Mientras le echaba una ojeada a escondidas al chico en cuestión, se sintió encantada de darse cuenta de que ahora ese juego le proporcionaba beneficios profesionales. Después de todo, era una criminóloga interina, novata. Esto era trabajo de campo.
El chico era moderadamente atractivo, con el pelo rubio oscuro y desgreñado que le caía por encima del lado derecho de la frente. Estaba bronceado, pero no era un moreno de playa. Era demasiado uniforme y perfecto. Jessie sospechó que visitaba una sala de solárium periódicamente. Estaba en buena forma, pero parecía delgado de un modo que no resultaba natural, como un lobo que no ha comido en mucho tiempo.
Era obvio que venía de su trabajo, ya que todavía llevaba “su uniforme”—un traje, zapatos abrillantados, y la corbata ligeramente aflojada como para indicar que estaba relajándose. Eran casi las 10 de la noche, y si acababa de salir del trabajo, eso sugería que su trabajo requería de largas horas en la oficina. Quizá trabajaba en finanzas, aunque por lo general, eso requería más bien empezar temprano y no salir muy tarde.
Era más probable que se tratara de un abogado, aunque no para el gobierno; quizá era un asociado que estaba en su primer año en alguna compañía de alto nivel donde le estaban exprimiendo. Le pagaban bien, como demostraba el traje de sastre, pero no tenía mucho tiempo para disfrutar de los frutos de su labor.
Parecía estar decidiendo la entrada que iba a utilizar para hablar con ella. No podía ofrecerle un trago porque ya tenía uno que estaba medio lleno. Jessie decidió echarle una mano.
“¿Qué compañía?”, le preguntó, volviéndose hacia él.
“¿Qué?”.
“¿Con qué compañía legal trabajas?”, repitió, casi gritando para que le oyera por encima de la música que les envolvía.
“Benson & Aguirre”, respondió con un acento de la costa este que Jessie no pudo identificar del todo. “¿Cómo supiste que soy abogado?”.
“Pura suerte; parece que te están haciendo trabajar de lo lindo. ¿Acabas de salir?”.
“Hace como media hora”, dijo él, con una voz que mostraba un tono más bien del Atlántico medio que de New York. “Llevo tres horas deseando tomarme un trago. Podría tomarme un agua con hielo, pero tendré que conformarme con esto”.
Le dio un trago a su cerveza.
“¿Cómo se compara Los Ángeles con Filadelfia?”, preguntó Jessie. “Ya sé que han pasado menos de seis meses, pero ¿te parece que te estás adaptando bien?”.
“Pero bueno, ¿qué diablos es esto? ¿Eres algo así como un detective privado? ¿Cómo sabes que soy de Filadelfia y que me mudé aquí el pasado agosto?”.
“Es una especie de talento que tengo. Me llamo Jessie, por cierto”, dijo, extendiéndole la mano.
“Doyle”, dijo él, estrechándosela. “¿Me vas a contar cómo haces ese truco de salón? Porque me estás asustando un poco”.
“No quiero desvelar el misterio. El misterio es muy importante. Deja que te haga otra pregunta, solo para completar la imagen. ¿Fuiste a Temple o a Villanova para estudiar leyes?”.
Él se la quedó mirando con la boca abierta de par en par. Tras pestañear unas cuantas veces, se recompuso.
“¿Cómo sabes que no fui a Penn?”, le preguntó, fingiendo sentirse insultado.
“De ningún modo, no pedías aguas heladas en Penn. ¿Cuál de ellas es?”.
“¡Guau, guau, y más guau, chica!”, le gritó. “¡Vamos Wildcats!”.
Jessie asintió con entusiasmo.
“Soy una chica troyana también”, dijo ella.
“Oh, vaya. ¿Fuiste a USC? ¿Te enteraste de lo de eso chico Lionel Little—que solía jugar a baloncesto allí? Le han matado hoy”.
“Algo escuché”, dijo Jessie. “Qué historia tan triste”.
“Escuché que le mataron por sus deportivas”, dijo Doyle, sacudiendo la cabeza. “¿Puedes creerlo?”.
“Deberías cuidar de tus zapatos, Doyle. Tampoco parecen baratos”.
Doyle bajó la mirada, y después se inclinó y le susurró al oído. “Ochocientos dólares”.
Jessie silbó fingiendo admiración. Estaba perdiendo rápidamente todo el interés en Doyle, cuya juvenil exuberancia se veía superada por su juvenil autocomplacencia.
“¿Y cuál es tu historia?”, le preguntó.
“¿No quieres intentar adivinarla?”.
“Oh bueno, no soy tan bueno con esas cosas”.
“Haz un intento, Doyle”, le exhortó ella. “Puede que te sorprendas a ti mismo. Además, un abogado tiene que ser perspicaz, ¿no es cierto?”.
“Eso es cierto. Muy bien, lo intentaré. Diría que eres una actriz. Eres lo bastante bonita como para serlo. Aunque el centro de Los Ángeles no sea el territorio habitual de las actrices. Es más bien Hollywood y apunta hacia el oeste. ¿Modelo quizás? Podrías serlo, pero pareces demasiado inteligente como para que eso sea tu actividad principal, tu profesión. Quizá hiciste algo de modelaje de adolescente, pero ahora te has metido en algo más profesional. Ah, ya lo sé, eres relaciones públicas. Por eso eres tan buena en leer a las personas. ¿He acertado? Sé que lo he hecho”.
“Te has quedado muy cerca, Doyle, pero no del todo”.
“¿Entonces, a qué te dedicas?”, le preguntó con exigencia.
“Soy criminóloga para el L.A.P.D.”.
Le sentó bien decirlo en voz alta, sobre todo mientras veía cómo se le abrían los ojos de sorpresa.
“¿Como en esa serie Mindhunter?”.
“Sí, algo así. Ayudo a la policía a meterse en las mentes de los criminales para que tengan más posibilidades de atraparles”.
“Vaya, vaya. ¿Así que atrapas a asesinos en serie y cosas así?”.
“Lo llevo haciendo un tiempo”, dijo Jessie, sin mencionar que su búsqueda se reducía a un asesino en serie en particular y que no tenía nada que ver con el trabajo.
“Eso es fascinante. Qué trabajo tan interesante”.
“Gracias”, dijo Jessie, presintiendo que por fin había reunido el valor para preguntarle lo que tenía en mente desde hace un rato.
“¿Y entonces cuál es tu situación actual? ¿Estás soltera?”.
“Divorciada”.
“¿De verdad?”, dijo él. “Pareces demasiado joven para estar divorciada”.
“Ya lo sé. Circunstancias inusuales. No acabó funcionando”.
“No quiero ser grosero, pero ¿puedo preguntarte qué fue tan inusual? Quiero decir, eres todo un trofeo. ¿Eres una psicópata o algo así?”.
Jessie sabía que no tenía intención alguna de herirla con la pregunta. Estaba genuinamente interesado tanto en la respuesta como en ella y acababa de estropearlo todo de un modo terrible. Aun así, podía percibir cómo todo el interés que le quedaba por Doyle desaparecía en ese momento. En el mismo instante, la pesadez del día y sus tacones altos empezaron a asomar sus feas cabezas. Decidió concluir la noche con una explosión.
“No diría que soy una psicópata, Doyle. No cabe duda de que tengo mis problemas, hasta el punto de que me despierto gritando la mayoría de las noches. ¿Pero psicópata? No diría eso. La verdad es que nos divorciamos porque mi marido era un sociópata que asesinó a una mujer con la que se estaba acostando, intentó inculparme por ello, y al final intentó matarme a mí a y a dos de nuestros vecinos. Realmente se tomó en serio eso de “hasta que la muerte nos separe”.
Doyle se la quedó mirando, con la mandíbula tan abierta que podrían haberle entrado hasta moscas. Esperó a que se recuperara, sintiendo curiosidad por ver la maestría con la que se iba a librar del asunto. No mucha, por lo que pudo comprobar.
“Oh, eso es realmente terrible. Te preguntaría más sobre ello, pero acabo de acordarme de que tengo que presentar una deposición a primera hora de la mañana. Seguramente, debería irme a casa. Espero verte por aquí en algún momento”.