Блейк Пирс - El Tipo Perfecto стр 9.

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“La verdad es que más bien lo contrario es cierto”, corrigió Hernández. “Como se fueron a quiebra, sus deportivas se convirtieron en un artículo muy valorado. Solo hay unas cuantas en circulación, así que son bastante valiosas para los coleccionistas. Como embajador de la compañía, seguro que Lionel recibió toneladas de ellas cuando firmó el contrato. Y estoy dispuesto a apostar que llevaba unas puestas esta noche”.

“Así que”, continuó Jessie, “alguien le vio con esas deportivas. Quizá estaban desesperados por hacer algo de dinero. Lionel no tiene aspecto de ser un tipo duro. Es un objetivo fácil. Así que esta persona derriba a Lionel, le roba el calzado, y le mete la aguja en el brazo, con la esperanza de que lo veamos como otra sobredosis más”.

“No es una teoría descabellada”, dijo Hernández. “Veamos si podemos poner en marcha una búsqueda de cualquiera que lleve puestas un par de Hardwoods”.

“Si Lionel no murió de sobredosis, ¿cómo le mató el perpetrador?”, observó Reid. “No veo nada de sangre”.

“Creo que esa es una pregunta excelente… para el médico forense”, dijo Hernández, sonriendo mientras pasaba al otro lado de la cinta de acordonamiento. “¿Por qué no llamamos a alguno y vamos a tomar el almuerzo?”.

“Tengo que pasarme por el banco”, dijo Reid. “Quizá mejor os veo de nuevo en comisaría”.

“Muy bien, parece que estamos solo tú y yo, Jessie”, dijo Hernández. “¿Qué te parece si vamos a por un perrito caliente de un puesto callejero? Antes vi a un chico al otro lado de la calle”.

“Creo que me voy a arrepentir, pero lo haré de todos modos porque no quiero parecer una gallina”.

“Sabes qué”, señaló él, “si dices que lo vas a hacer para no parecer una gallina, todo el mundo sabrá que solo vas a comértelo para ganar puntos. Y eso es bastante gallina. No es más que un consejo profesional”.

“Gracias, Hernández”, contestó Jessie. “Hoy estoy aprendiendo todo tipo de cosas”.

“Se le llama formación práctica”, dijo él, y continuó metiéndose con ella mientras bajaban por el callejón hasta la calle. “Claro que, si pones tanto cebollas como pimientos en el perrito, puede que ganes algunos puntos en la calle”.

“Guau”, dijo Jessie, sonriendo. “¿Qué le parece a tu mujer cuando está tumbada a tu lado y tú apestas a todo eso?”.

“No supone un gran problema”, dijo Hernández, que entonces se dio la vuelta para pedir su comida al vendedor.

Había algo en la respuesta de Hernández que le resultó peculiar. Quizá a su mujer le diera igual el olor a cebollas y pimientos en la cama. Pero su tono sugería que a lo mejor no era un gran problema porque él y su mujer no compartían la cama en este momento.

A pesar de la curiosidad que sentía, Jessie lo dejó estar. Apenas conocía a este hombre. No se iba a poner a interrogarle sobre el estado de su matrimonio, pero deseaba poder averiguar si su instinto se equivocaba o si sus sospechas eran correctas.

Hablando de instinto, el vendedor le estaba mirando con expectación, esperando a que hiciera su pedido. Jessie miró el perrito de Hernández, que rebosaba de cebollas, pimientos, y lo que parecía ser salsa. El detective la estaba observando, claramente dispuesto a burlarse de ella.

“Tomaré lo que él está comiendo”, dijo ella. “Exactamente lo mismo”.

*

De vuelta a comisaría unas cuantas horas después, estaba saliendo del baño para mujeres por tercera vez cuando Hernández se le acercó con una enorme sonrisa en el rostro. Se forzó a parecer casual, ignorando el incómodo revoltijo que sentía en las tripas.

“Buenas noticias”, dijo él, que por suerte parecía no ser consciente de su incomodidad. “Nos han dicho que han encontrado a alguien hace unos minutos con unas Hardwood que encajan con la talla del pie de Lionel, una dieciséis. La persona que llevaba las deportivas tiene una nueve. Y eso es—en fin—un tanto sospechoso. Buen trabajo”.

“Gracias”, dijo Jessie, intentando aparentar que no suponía gran cosa. “¿Alguna noticia del examinador médico sobre la posible causa de la muerte?”.

“Nada oficial por el momento, pero cuando le dieron la vuelta a Lionel, encontraron un moratón gigante en su nuca. Así que no es descabellado pensar en la hipótesis de un hematoma subcutáneo. Eso explicaría la ausencia de sangre”.

“Genial”, dijo Jessie, contenta de que su teoría hubiera resultado cierta.

“Sí, claro, aunque no sea tan genial para su familia. Su madre estuvo aquí para identificar el cuerpo y por lo visto, está devastada. Es una madre soltera. Recuerdo leer en algún artículo sobre él que trabajaba en tres sitios distintos cuando Lionel era un crío. Seguro que pensó que podría reducir sus horas cuando él triunfó, pero supongo que no fue así”.

Jessie no supo qué decir como respuesta así que simplemente asintió y guardó silencio.

“Voy a dejarlo por hoy”, dijo Hernández con brusquedad. “Unos cuantos vamos a ir tomar un trago, por si quieres unirte. Sin duda, te has ganado una a mi cuenta”.

“Lo haría, pero se supone que voy a ir a un club esta noche con mi compañera de piso. Cree que ya es hora de que regrese al mundo de las citas”.

“¿Y tú crees que ya es hora?”, preguntó Hernández, arqueando las cejas.

“Creo que ella es imparable y no va dejar esto de lado hasta que salga al menos una vez, a pesar de que sea lunes por la noche. Con eso, debería obtener unas cuantas semanas de gracia antes de que empiece con ello de nuevo”.

“En fin, pásalo bien”, dijo él, tratando de sonar optimista.

“Gracias, estoy segura de que no será así”.

CAPÍTULO SEIS

El club estaba oscuro y con la música muy alta, y Jessie podía ver cómo se avecinaba un dolor de cabeza.

Una hora antes, cuando Lacy y ella se estaban preparando, la cosa parecía mucho más prometedora. El entusiasmo de su compañera de piso era contagioso y Jessie casi se sentía ansiosa de pasar la noche fuera mientras se ponían sus vestidos y se acicalaban el pelo.

Cuando salieron del apartamento, no podía negar que estaba de acuerdo con el comentario que había hecho Lacy diciéndole que estaba “reluciente”. Llevaba su falda roja con el corte que ascendía hasta su muslo derecho, la que nunca acabó poniéndose en su breve y tumultuosa existencia en los suburbios de Orange County. También llevaba un top negro sin mangas que acentuaba el tono muscular que había conseguido durante su fisioterapia.

Hasta se atrevió a ponerse sus tacones de tres pulgadas que la hacían medir oficialmente más de uno ochenta y cinco y que la metían en el club de las amazonas del que formaba parte Lacy. Originalmente, se había atado su pelo castaño en un moño, pero su compañera de piso y empresaria de la moda le había convencido para que se lo dejara suelto, por lo que le caía como una cascada por la espalda. Al mirarse en el espejo, no le resultaba totalmente ridículo que Lacy dijera que parecían un par de modelos que salían a pasear sus palmitos por la noche.

Sin embargo, una hora después, su estado de ánimo se había apagado. Lacy se lo estaba pasando en grande, flirteando lúdicamente con los chicos que no le interesaban y flirteando seriamente con las chicas que sí lo hacían. Jessie se encontraba junto al bar charlando con el barman, que obviamente tenía mucha práctica en el arte de entretener a las chicas que no estaba acostumbradas al ambiente.

No estaba segura de cuándo se había vuelto tan sosa, aunque era cierto que no había estado soltera en casi una década. Sin embargo, Kyle y ella habían salido por este mismo tipo de sitios cuando vivían aquí, antes de mudarse a Westport Beach. Y ella nunca se había sentido fuera de lugar.

De hecho, le solía encantar pasarse a conocer los nuevos clubs, bares y restaurantes nocturnos del centro de L.A.—o D.T.L.A. para los habitantes locales—, algunos de los cuales parecían abrir cada semana. Ellos dos entraban como una ráfaga de viento y se hacían con todo el lugar, probaban el artículo o bebida menos convencional del menú, bailando con toda despreocupación en el centro del club, ignorando las miradas críticas que pudieran atraer. No echaba en falta a Kyle, pero tenía que reconocer que añoraba la vida que había compartido antes de que todo se torciera.

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