Sanz Delia Nieto - Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín стр 7.

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—Ahora que estoy, ahora que estoy... tendría que dejaros metidos en vuestros líos. Pero ahora ya... Solo lo hago por el señor Santino, que es una buena persona.

—Exacto. Ahora, vamos a ello —convino Carlo.

Sobre la una, utilizando la pequeña grúa que había en el camión entre la cabina y el remolque, tanto la carcasa del helicóptero como todos los trozos desperdigados estaban cargados y asegurados. Para evitar que los trozos pequeños se perdieran durante el transporte, los habían cubierto con una lona sujeta con cuerdas a los ganchos fijados a tal efecto en los bordes del remolque.

—¿Es mejor que siga en la misma dirección por la carretera o que dé la vuelta? —preguntó el chófer.

—Siga en la misma dirección. Solo habrá dos curvas difíciles, y después la carretera se ensancha —respondió Vanzi—. Vaya tranquilo, vivo allí abajo y conozco bien el trayecto.

—De acuerdo. Entonces vuelo a Casale con el helicóptero en el remolque. Es más seguro sobre el camión.

—Qué gracioso. Sobre todo, intenta no volcar. Un accidente es más que suficiente.

—Hasta luego.

Carlotta, que había visto las maniobras del camión para salir del jardín, se acercó a la veranda. Carlo y Diego fueron a despedirse.

—Muchísimas gracias por su amabilidad y su paciencia, señora. Hemos quitado todo, pero si encontrase algo, háganoslo saber y vendremos a recogerlo —dijo Carlo, que había supervisado la operación.

—No se preocupen. No es nada, comparado con los problemas que han tenido ustedes...

—No le damos la mano porque las tenemos sucias de grasa —dijo Carlo—. A propósito: según los cálculos de probabilidades puede estar tranquila. Estadísticamente, es muy difícil que vuelva a caer un helicóptero en el mismo sitio. —Extendió el brazo y señaló la colina enfrente—. Es más fácil que ocurra por allí.

Miraron donde señalaba Carlo y solo después comprendieron que era una broma, y soltaron una carcajada.

Esa tarde, Carlotta no se dedicó a su clásica actividad en la cocina. Dejó que se marcharan los señores Vanzi, cogió dos libros de recetas de la pequeña estantería y, equipada con un lápiz y un papel, se sentó en el sofá del salón. Al final del día había preparado un menú completo y la lista de la compra correspondiente. Volvió a la estantería y cogió dos libros que trataban de mitos paganos y ritos chamanísticos: uno era sobre los Druidas de los Celtas, y el otro, sobre la Santería en Haití. No comió nada, pero se preparó una tisana en una taza grande. Volvió al sofá y se sumergió en la lectura hasta bien entrada la noche.

III

23 de junio de 1988, jueves — Invitación a cenar

El jueves por la mañana Carlotta salió pronto con su Austin Mini Clubman. Tenía que ir a comprar todo lo que necesitaba para preparar la cena. Por la ventanilla abierta le llegaba el ruido del helicóptero que había retomado el trabajo sobre los viñedos. Sabía dónde estaba la explanada que usaban para repostar entre vuelos, y se dirigió en esa dirección. Llegada al lugar, se paró a la sombra de un grupo de acacias y bajó del coche.

Edoardo aterrizó después de realizar un amplio viraje. La posición acentuada que impuso al helicóptero con el morro elevado, para disminuir la velocidad antes de bajar hasta el suelo, provocó un flujo de aire contra Carlotta, que estaba de pie a pocos metros de la explanada. El vestido ligero se le pegó al cuerpo, resaltado los senos, los costados, y la curva de las ingles. La evidencia del cuerpo de la mujer, esculpido por la presión del aire, hizo recordar a Edoardo, potentemente, la intimidad de hacía dos días, provocando un inicio de excitación.

En cuanto los patines estuvieron estables en el suelo, Diego se acercó al helicóptero. Edoardo abrió la puerta de la cabina.

«La signora Bianchi ha chiesto di parlarti. La posso far avvicinare?»

«Sì. Stai attento che non si faccia male. Falla venire da questa parte.»

Diegì fece muovere Carlotta ponendo molta attenzione che stesse lontana dal rotorino in coda all’elicottero e che mantenesse il busto basso per avere più distanza dalle pale del rotore principale in movimento.

—Dime.

—La señora Bianchi quiere hablar contigo. ¿Se puede acercar?

—Sí. Ayúdala para que no se haga daño. Haz que venga por este lado.

Diego acompañó a Carlotta llevando mucha atención para que permaneciera lejos del rotor de cola y mantuviese el busto bajo para tener la mayor distancia posible con las palas del rotor principal, en movimiento.

Edoardo dejó la puerta de la cabina abierta.

—Buenos días, qué bonita sorpresa —dijo, con una amplia sonrisa, de las que hacen los hombres que saben que gustan.

—Buenos días. He venido para invitarte a cenar. —Edoardo notó que lo había tuteado.

—¿Esta noche? Lo siento, llegaremos tarde. Tenemos que acabar el trabajo.

—En realidad, solo te estoy invitando a ti, y la hora no importa. Ya sé que tenéis que acabar el trabajo.

—Si es así, iré con placer. Seguro que hará buen tiempo —dijo Edoardo, mirando al cielo.

—Sí, hará bueno. Es la noche justa —dijo Carlotta, con un rayo de luz en sus ojos oscuros.

Edoardo sintió una inquietud extraña, y la atribuyó a esos ojos bonitos.

—Bien. Entonces, ¿a qué hora? Me vendría bien a las diez..., así terminaré de ordenar las cosas del trabajo sobre las nueve y luego podré darme una ducha. ¿Es demasiado tarde?

—A las diez es perfecto —dijo Carlotta. Después añadió—: ¿Cuándo es tu cumpleaños?

—En invierno, ¿por qué?

—Por nada, por curiosidad. ¿Qué día?

—El veintidós de diciembre cumpliré cuarenta y cinco años. ¿Está bien? ¿Soy demasiado viejo? —respondió ligeramente autocomplacido, sabiendo que era ella quien había ido a buscarlo, y tenía un físico de aspecto vigoroso.

—Es una buena fecha. Adiós —dijo Carlotta. Sin añadir nada más dio la vuelta, se despidió de Diego y de Carlo, y se dirigió a su coche.

—Adiós —respondió Edoardo, intentando comprender el sentido de esas palabras.

¿Una buena fecha? Para una cena con una mujer bonita todas las fechas son buenas. ¿O quería decir otra cosa?

Los dos se quedaron mirándola unos segundos mientras se alejaba.

Los depósitos para el fitofármaco ya estaban llenos. Edoardo cerró la puerta de la cabina, aumentó las revoluciones del motor para despegar y salió, descendiendo junto al flanco de la colina.

Carlotta sentía crecer dentro de ella la emoción por el encuentro. Decidió concentrarse en la cena, de la cual tenía bien presentes, en su cabeza, todos los pasos necesarios para su preparación. Encontró algunos productos en las tiendas cercanas, y después fue a una pequeña lechería no muy lejana para comprar requesón de leche de vaca, mascarpone y mantequilla. La calidad se beneficiaba de la bondad de la leche obtenida de pequeños ganaderos que usaban el heno de los prados de la región para alimentar sus propias vacas. El requesón de leche de cabra lo compró en otra lechería, asociada a una granja ovina, a unos veinte kilómetros en dirección de la Liguria.

Los dos requesones servirían para rellenar los tortelli, y la mantequilla, para cocinarlos, y el mascarpone lo usaría para preparar el postre. Valía la pena emplear el tiempo necesario para ir a comprar a esos productores: el resultado le devolvería con creces el esfuerzo.

Cuando volvía a casa se paró en otra pequeña tienda, de una pareja de agricultores, que se encontraba a algunos kilómetros de distancia en la carretera que iba a Montalto Pavese. La mujer tenía una pequeña granja avícola con gallinas, pavos, pollos y pintadas. Todos crecían libres y eran alimentados de manera tradicional. La agricultora recibió a Carlotta con la cortesía habitual.

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