La ansiedad me arremete, mientras los minutos pasan lentos. Los oficiales de aduanas gritan en turco y supongo que están hablando de mí: de vez en cuando me señalan con un leve movimiento de cabeza. Levanto la mirada: un papel marrón está pegado lo mejor posible sobre las baldosas blancas. Detrás del general (mientras tanto lo he ascendido: parece que él es quién toma las decisiones), hay una imagen enorme de alguien con uniforme oficial de alto rango.
« Haben Sie verstanden?»
[¡Cóme puedo entender si hablan en un dialecto de las montañas del este de Anatolia!]
Me explican que harán venir a alguien de la embajada italiana y pregunto por qué. Nadie se digna a responderme. Este general habla poco y sonríe mucho. ¡De manera instintiva, no me inspira confianza!
El ofial de aduanas que me ha traído aquí pregunta, mejor dicho, me ordena de seguirlo de nuevo. Cuando me despido del cuadro de la pared, supongo que es el mismo general que está allí cuando era joven. Por otro lado, todos los hombres con bigote me parecen iguales.
Regresamos por el mismo pasillo y entramos a una habitación aún más oscura; sin rejas, pero parece una celda. Quizás porque no hay ventanas o porque el oficial de aduanas se para frente a la salida, como bloqueándola con su imponente complexión.
Paso una hora interminable encerrado en esa habitación. No sé qué me pasará. De repente, oigo un ruido de tacones distante, pero luego se detiene, siguen voces indistintas y se acercan los tacones
«Buenos días, soy Francesco Speri» me levanto.
Entra una chica de 35 años, pequeña, de cabello largo: «Buenos días, me llamo Chiara Rigoni, soy la intérprete de la embajada».
Le estrecho la mano durante un buen rato, como quisiera aferrarme a ella, como una tabla de salvación: «¡No entiendo lo que ha pasado! Han hablado por mucho tiempo entre ellos e ignoro cuál es el problema, después me han encerrado aquí y»
El oficial de aduanas me interrumpe, ahora se apoya en el marco de la puerta con una fingida naturaleza y se dirige en turco a esta Chiara.
«Dicen que no ha sido detenido, estaba esperándome aquí. De todos modos, voy a hablar con el teniente Karim» dice Chiara al salir.
¿Serà italiana o turca? La tez clara y el cabello rubio, aunque quizás no sea natural, no la hacen parecer turca, pero es muy formal, no es la típica italiana. En todo caso, ¡el del bigote negro solo es un teniente!
Mientras tanto, el oficial de aduanas se para en la entrada, una vez más. Podrá ser cierto que no me han detenido, pero todavía me siento asfixiado. Luego, me surge una duda: «Disculpe, entonces, ¿usted me entiende?»
Él lo niega en tono monótono, confirmando mi sospecha. Me había levantado para preguntarle esto y con un gesto autoritario me recomienda regresar a mi sitio. No hay necesidad de causar controversias; regreso.
Esa larga espera sentado, con el miedo a lo que me pueda pasar cuando me levante, me hace recordar los domingos a ver los partidos del equipo en el que jugaba de niño, con las ganas, pero también el miedo de que me llamen al campo de improviso.
Nunca me he sentido inclinado por jugar fútbol, en particular en un país como el mio, en el que admitirlo es casi una herejía: un hombre, como hombre, debe saber jugar fútbol. Intenté unirme al equipo del barrio como delantero porque todo el que juega fútbol solo tiene un propósito: hacer goles. Me di cuenta rápido que casi nunca alcanzaba ese objetivo; antes se enteró el entrenador, que me atrasó y me puso al centro del campo. Con el cambio del entrenador (lo banquillos no solo saltan en la serie A) me mandaron de inmediato a la defensa, donde aprendí una sola jugada: tirarme al suelo como en un tobogán cuando llegaba un atacante. Normalmente, fallaba el balón y, por suerte, también las piernas del oponente. Era lo único que sabía hacer, tanto así que retrocedí aún más: a la portería. Más atrás no podía ir, a no ser que me convirtiera en recogebolas. Escapé de esa humillación y me retiré lo antes posible del equipo. Pero fui el portero durante un año aproximadamente o, más bien, el segundo portero. Ahora, entre los postes de la serie A, hay jóvenes guapos, rodeados de hermosas modelos, pero, en aquel entonces nadie quería quedarse en la portería (desde allí no se podían hacer goles) y siempre ponían allí al más torpe del grupo. Bueno, ¡qué satisfacción, yo era el segundo!
Me levanto del banco de las aduanas turcas solo cuando escucho el ruido de los tacones de nuevo
«Todo está bien, ahora lo llevo a solicitar un documento provisional para los días de estadía aquí. El lunes le devolverán el pasaporte» dice la intérprete.
«¿Pero qué pasa?»
«Solo es un control» intenta tranquilizarme, poniéndome más nervioso. «El teniente Karim debe esperar el ok de la oficina del ministerio, que abre los lunes. Mientras tanto, vayamos de prisa a la embajada. La oficina cierra en una hora».
Sigo al traje gris a rayas fuera de ese horrible lugar. Chiara llama un taxi. La chica es amable pero distante. Mientras mira distraída por la ventana, a media voz me dice que es hija de italianos, que ha nacido y vivido en Turquía, aprendió italiano con sus padres, pero ellos nunca se adaptaron al turco y abrieron una heladería en un pequeño pueblo cerca de Ankara.