Tradicionalmente, por ser más visibles, pero también por ser lugares de poder, tanto los historiadores como los historiadores del arte han estudiado como objetos de interés en sí mismos los palacios reales, nobiliarios, monásticos o episcopales, más o menos acondicionados, que solían ser los lugares del aposento del príncipe34. Como se comentó anteriormente, los trabajos portugueses fueron los pioneros en estudiar la itinerancia de la corte y las lógicas de su aposento en el ámbito peninsular. Entre los más recientes, los de Rita Costa Gomes (2003, 2015a) establecen una tipología de los lugares de residencia del rey de Portugal, sin fijarse únicamente en los palacios y sedes reales, y analizando los diferentes tipos de alojamientos alternativos solicitados35.
En efecto, no es un tema que haya sido demasiado abordado por la historiografía hispánica hasta hace poco. Como lo subrayaban Patrick Boucheron y Jacques Chiffoleau en el volumen Les Palais dans la ville. Espaces urbains et lieux de la puissance publique dans la Méditerranée médiévale de 2004, hasta hace poco tiempo se analizaban estos lugares sin centrarse mucho en la relación del aposento de la corte con la ciudad que la albergaba y las consecuencias que esto podía traer en materia urbanística36. Sin embargo, hay trabajos recientes que plantean cuestiones relacionadas con estos aspectos. Así, cabe destacar, por ejemplo, el estudio de Concepción Lopezosa Aparicio de 2013 sobre las transformaciones de la villa de Madrid en las últimas décadas de la Edad Media, en relación con la adaptación del Viejo Alcázar como residencia palatina37. En relación con las obras realizadas por municipios ante la llegada del príncipe y de su corte, tanto Amadeo Serra Desfilis como Juan Vicente García Marsilla han examinado el caso valenciano38. Del mismo modo, suponen una buena contribución los dos volúmenes dedicados por Aymat Catafau y Olivier Passarius en 2014 a la inserción del palacio de los reyes de Mallorca en la ciudad de Perpiñán (Un palais dans la ville), aunque todavía se puede profundizar aún más en la influencia del palacio y, desde luego, en la presencia de la corte mallorquina y, por tanto, aragonesa en el desarrollo de la ciudad39. Es, por último, un aspecto central del análisis comparativo propuesto por Rita Costa Gomes (2015b) quien establece una tipología de las residencias curiales hispánicas, de las ciudades que las acogen y de sus consecuencias urbanísticas40.
En el presente volumen, los trabajos de Alicia Montero y Rita Costa Gomes tratan en particular del tema del aposento de la corte, y demuestran la manera cómo la presencia de la corte favorece la transformación o creación de lugares de aposento, en ciudades que se convierten en sede regia como Valladolid en Castilla o Lisboa en Portugal. También contribuciones como la de Manuela Santos Silva insisten en el aspecto de la itinerancia de las cortes hispánicas y las dificultades que ello conlleva para su aposentamiento y abastecimiento. Finalmente, trabajos como los de Amedeo Feniello, Salvatore Fodale y Roxane Chilà trasladan la problemática a algunas ciudades italianas de la Corona aragonesa, mientras que Vera Cruz Miranda Menacho lo hace para la capital del reino de Mallorca.
3.2. Ciudades y abastecimiento de la corte
Los historiadores de la economía urbana medieval han puesto de relieve la gran vitalidad del mundo urbano y, en particular, en lo que no dejaba de ser la principal preocupación de las autoridades municipales: abastecer a la ciudad. El proyecto de investigación Feeding the City, que se desarrolló inicialmente en Londres en los años 199041 y que se ha extendido más tarde a otras ciudades bajomedievales, entre ellas, Valencia, entre 2011 y 201442, ha demostrado que abastecer o alimentar a la ciudad no sólo era el principal problema de ciudades de miles y miles de habitantes dedicados a actividades no agrarias, a los que había que alimentar, sino también que se trataba de un negocio colosal para los mercaderes. En efecto, éstos se encargaban de asegurar los suministros, apoyándose en la capacidad de la urbe de almacenar los productos alimenticios, así como de transformarlos, desarrollando así una fuerte industria que fomentara la emergencia del artesanado local.
Por su parte, además de ser grandes mercados alimenticios, las grandes ciudades eran puntos nodales del mercado del lujo, y ofrecían gran parte de los recursos humanos y del savoir faire necesarios para sustentar el gusto de la cultura aristocrática tardomedieval por la ostentación y el consumo suntuario43.
No obstante, las relaciones materiales y económicas entre la sociedad urbana y la cortesana no se creaban solo a partir del momento de la llegada de esta última a la ciudad. Al contrario, las necesidades cotidianas de un séquito durante los desplazamientos44 favorecían las relaciones frecuentes entre el príncipe y sus oficiales, por un lado, y los artesanos y mercaderes por otro. En un artículo reciente en el que se analizan las técnicas administrativas de organización del abastecimiento de la corte real portuguesa, Rita Costa Gomes recuerda tanto la anticipación de las peticiones transmitidas a las ciudades, por parte de la corte, como la capacidad de adaptación de los ciudadanos a aquellas45. Además, cuando no era posible avituallar a su corte únicamente a partir de los productos que proporcionaba un único mercado, los príncipes echaban mano de varios mercados a la vez e incluso, dado que el comercio bajomedieval estaba organizado a escala internacional en muchos aspectos, el abastecimiento de las cortes se procuraba también más allá de los mercados locales46. Esto se percibe principalmente en los encargos de productos suntuarios y obras de arte que no se «confiaban a maestros locales, sino que las ejecutaba el selecto grupo de los artistas de corte», artistas llegados de todas partes y que circulaban de una corte a otra47.
Cabría plantearse la cuestión de las condiciones económicas previas que resultaban necesarias en una ciudad para que una corte pudiera asentarse allí de modo estable y satisfacer sus múltiples necesidades materiales (es decir, diversidad de actividades económicas y artesanales, dinamismo del mercado y un largo etcétera). También hay que presuponer un cierto interés económico de los habitantes de las ciudades que les llevara a atender las demandas de los miembros de los séquitos cortesanos que pretendían no sólo ya cubrir sus necesidades más básicas, sino también poner de manifiesto de forma material la superioridad social que les emplazaba en una posición dominante48.
Con las contribuciones de Juan Vicente García Marsilla, Lledó Ruiz Domingo, Merche Osés Urricelqui y Fernando Serrano Larráyoz, las páginas siguientes ahondan en el tema de la procedencia urbana de los productos de consumo diario, pero también de los productos suntuarios. Estos trabajos subrayan los límites de la adecuación de la producción urbana local al consumo de la corte, a sus gustos refinados y a veces exóticos, y la necesidad de apoyarse en redes mercantiles de otras ciudades, incluso en el extranjero, para importar productos cuyo abastecimiento supera a la producción y al mercado local.
3.3. Cuando la ciudad financia la vida cortesana
Es bien sabido que los monarcas bajomedievales no conseguían mantener su tren de vida únicamente a base de sus propias rentas. De hecho, las ciudades y las sociedades urbanas en general se cuentan entre las principales fuentes de financiación de la realeza en los reinos hispánicos, como lo demuestran una gran cantidad de trabajos recientes. Así, por ejemplo, se conocen muy bien los mecanismos fiscales emisión de deuda pública, en concreto que hicieron de las ciudades el principal motor económico de la política militar de los príncipes y de la construcción del estado49. Particularmente, los trabajos pioneros de Miguel Ángel Ladero Quesada sobre la hacienda castellana han sacado a la luz las diversas facetas de la fiscalidad real que gravaba a los municipios50. Además, gracias a numerosos estudios llevados a cabo estos últimos veinte años al amparo de importantes proyectos de investigación, actualmente se conoce mucho mejor el papel de los financieros y banqueros que rodeaban a los príncipes hispanos bajomedievales, muchas veces en calidad de prestamistas, personajes profundamente vinculados a estas ciudades y asentados en ellas51. Sin embargo, estos trabajos suelen prestar más atención a la financiación del régimen monárquico que a la financiación de la corte en sí misma, entendida como una pequeña sociedad con particularidades y necesidades propias.