María Acosta - Las Sombras стр 8.

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-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.

Era increíble la casa, parecía que habíamos viajado a otra época; era un palacete de esos que aparecen en las películas, donde seguramente ha ocurrido más de un crimen pasional, envenenamientos, sesiones de magia negra, y vete a saber qué más; eso fue lo que pensé la primera vez que entré en la casa de Carla y ahora, influenciada por todo lo sucedido y de noche, la impresión se acentuó. Nos llevó hasta una pequeña sala situada en el piso superior. Podíamos confiar en ella así que se lo contamos todo, no se sorprendió en absoluto por nuestro relato:

-Será mejor que descanséis, mañana intentaré explicaros algunas cosas pero ahora es tarde, mañana hablaremos, tenemos muchos días por delante, nos van a hacer falta; tengo que levantarme temprano, debo ver urgentemente a mi maestro.

-Dinos algo ahora, Carla –supliqué.

-¡No!…no puedo…todavía; mañana será mejor. Venid, os llevaré a unas habitaciones donde podréis descansar.

A pesar de que le insistimos no se dejó convencer, nos mostró unas habitaciones cercanas a la salita y nos dejó solos. Tenía razón; la excitación de estos días no había dejado que nos diésemos cuenta de nuestro cansancio, yo tardé en conciliar el sueño pero Luís y Sofía roncaban a los cinco minutos de dejarlos en la suya. Era una de esas noches en que es imposible dormir por más que se intente, la mente trabaja a doscientos por hora, los pensamientos se suceden con rapidez, se superponen unos a otros, y las más extravagantes teorías cobran realidad por unos momentos. Duermes, pero no con profundidad, y cuando te das la vuelta para mirar el reloj, porque crees que tan sólo han pasado unos minutos, te das cuenta que llevas horas inmersa en cavilaciones. Estaba amaneciendo cuando por fin me quedé dormida, sé que fue así porque soñé lo mismo que la noche en que Ricardo desapareció por primera vez en la sombra. ¡Otra vez aquel extraño laboratorio, aquella gente con lo que parecían ser camisones blancos y, sobre todo, aquella casa laberíntica!. Tenía que haber una relación, por lo que sé los sueños no suelen repetirse y cuando lo hacen es que hay una poderosa razón para ello. ¿Qué significaría: un hecho del pasado, algo que estaba por ocurrir o, lo más inquietante, la realidad de lo que estaba ocurriendo? Eso fue lo que pensé al despertar pero no veía cómo podía encajar con la muerte del hombre en la playa, aunque también podría ser que no hubiese conexión alguna. Todo era posible, sabíamos por el momento demasiado poco.

Miré el reloj, eran las nueve de la mañana, Ricardo dormía plácidamente aún, me vestí y fui a la habitación de Sofía, les ocurría lo mismo; aproveché para dar una vuelta por la casa y de paso hablar a solas con Carla. No estaba. Deambulé por aquí y por allá, aquello era enorme, pero ni rastro de mi amiga, debió de salir muy temprano; busqué la cocina, si no me equivocaba se encontraba en la planta baja, a la derecha de la puerta principal había un corredor que conducía a ella…sí, era así, ahora me acordaba, no tengo muy buena memoria para estas cosas de los planos de una casa, siempre fui un desastre. Estaba preparando el desayuno cuando me pareció oír una voz, salí, era Sofía que me llamaba:

-¡Por aquí, a la derecha!

Tardó unos minutos en aparecer, venían los tres.

-No sabíamos dónde estabas.

-No te oí levantar, y con esta historia que está ocurriendo pensé todo tipo de cosas raras –se excusó Ricardo.

-No saquemos las cosas de quicio ¿qué iba a pasar? Entre otros motivos, porque nadie sabe que estamos aquí. No comiences a alucinar ¿eh? –repliqué.

Desayunamos, luego nos dedicamos a explorar la casa: Ricardo y yo la planta baja, los otros la planta alta. Más que una casa parecía un museo. Pertenecía a la familia de Carla desde hacía siete siglos, ¡una pasada!, y cada generación había reformado y decorado la mansión de acuerdo con los cánones de la época, conservando, eso sí, multitud de obras de arte de todos los estilos. La biblioteca era increíble: obras de los griegos clásicos copiadas por monjes del siglo XIII, en francés, griego, alemán antiguo, en inglés, una copia de los viajes de Marco Polo manuscrita, libros de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Giacomo Casanova, Virgilio, ¡incluso la Enciclopedia de Diderot!, me sentí fascinada por todo aquello. Carla volvió alrededor de las dos de la tarde:

-No habréis salido ¿verdad? No conviene que nadie sepa de vuestra existencia hasta que habléis con mi maestro.

-Esta tronca alucina por colores, ¿no?, ¿no estará pasada de vueltas? –me dijo Ricardo al oído –para mi que le patinan las neuronas.

-Espera, no seas así, a lo mejor nos aclara las ideas, aunque un poquillo tocada del ala sí que está –contestó Luís, que no perdía comba de lo que hablábamos.

-Te he oído perfectamente y no estoy pasada de vueltas, hay cosas en el mundo, historias, que nadie se imagina que puedan ocurrir, pero la vida es mucho más complicada de lo que parece; hay otros mundos y dimensiones incomprensibles para la mayoría, pero están ahí, existen de alguna manera y el estudiarlas y aprehenderlas sólo le está permitido a los iniciados pues, sino es así, la mente de alguien no preparado sería incapaz de asimilarlas y le conduciría a la locura. Venecia es una ciudad misteriosa, encierra tantos enigmas que toda una vida dedicada a su estudio no podría descubrir.

-Hablas como una masona.

-Tal vez sí, ni lo niego ni lo afirmo. Pero eso no tiene importancia. Os voy a contar una historia que en mi familia ha pasado de generación en generación, de la que sólo nosotros somos sus custodios y guardianes, y que nunca hemos relatado a miembros exteriores a ella.

-Entonces, ¿por qué tenemos que conocerla?

-¿Quién de vosotros descubrió la sombra y logró que funcionase?

-Yo –contestó Ricardo.

-Quizás mantengas una conexión con Venecia debido a que en tu familia existe alguien que procede de aquí.

-No.

-Espera… ¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? –intervine –todos decían que estaba loca, pero tal vez lo hacían para protegernos.

-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Época de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarían el pueblo italiano; las personas se veían obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto políticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitían al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.

-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.

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