Giovanni Odino - Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín стр 11.

Шрифт
Фон

Cogió un limón de Sorrento que un frutero de Casteggio tenía la costumbre de conseguir para ella y otros pocos clientes. Cortó algunos trozos de cáscara sin la parte blanca y los puso en la sartén. Después exprimió medio fruto y lo añadió al preparado. Dio la vuelta a los trozos de la pintada, con cuidado para no separarla de la panceta y, cuando estuvo todo bien dorado, lo cubrió hasta la mitad con vino blanco Riesling típico de la zona.

Después de unos tres cuartos de hora el líquido se había absorbido y la pintada estaba en su punto. Carlotta apagó el fuego y dejó la cacerola, cubierta, donde estaba.

La actividad física necesaria para las operaciones de cocina era un elemento importante en el equilibrio que Carlotta había encontrado en los días, todos iguales, una vez agotado su matrimonio, y después de todos los intentos de relaciones afectivas interrumpidas forzosamente. Le gustaba trabajar en la cocina, y los resultados que obtenía con sus acciones le resultaban muy gratificantes. La comida nacida de su esfuerzo, ligada a los productos de la tierra y al ciclo de las estaciones, la unía al sentido profundo de la existencia. La nutrición del cuerpo como cura del contenedor del alma: así percibía su trabajo.

A las ocho y media decidió que podía hacer los tortelloni. No podía pasar demasiado tiempo entre el final de su preparación y su cocción.

Cubrió el plano de trabajo con harina y colocó encima la masa que había dejado reposando. Sacó el rodillo del armario. Lo cogió con las dos manos muy cerca la una de la otra. Separó los antebrazos, con los codos separados del cuerpo, para que la presión sobre el rodillo viniera de la parte de la palma bajo el dedo pulgar. Carlotta acompañó la fuerza de sus manos con movimientos alternados de la cadera; así ejercía presión sobre el rodillo sin sujetarlo.

No sucederá otra vez. No lo permitiré.

Sincronizó la alternancia de la presión sobre el rodillo con el recuerdo de los movimientos rítmicos de Edoardo.

Con fuerza y control, extendió la masa hacia el exterior, girándola cada veinte segundos un cuarto de giro. Cuando el espesor de la masa fue tan fino que era casi transparente, la cortó en cuadrados no demasiado grandes: alrededor de ocho centímetros de lado. Sacó el relleno de la nevera y colocó una porción del tamaño de una nuez pequeña en el centro de cada cuadrado. Preparó dos docenas, que cerró rápidamente, para evitar que el relleno se secara. Primero los dobló en forma triangular, apretando sobre los bordes, después giró las solapas alrededor del dedo índice, superponiendo los dos extremos, sobre los que presionó, para que se cerraran bien. Resultó la forma clásica de un tortello. Los dejó en la nevera, encima de una bandeja espolvoreada con sémola de grano duro, para evitar que se quedaran pegados.

Para la preparación de la mesa usó un mantel y unas servilletas blancas, sin bordados, y vajilla también blanca, de buena calidad y de diseño simple. Unos vasos de proporciones variables y los clásicos cubiertos de acero de forma cómoda completaron la presentación.

Carlotta puso en el compartimento menos frío de la nevera los vinos rosados que pensaba servir. Sabía que no era conveniente hacerlo, pero supuso que una hora de enfriamiento no les haría daño, sino que los haría más agradables en esa cálida noche de junio.

Después pudo centrar su atención en el cuidado de su aspecto. Fue al cuarto de baño y se liberó del vestido largo que todavía llevaba. Entró en la ducha. El recuerdo de Edoardo y ella dos días antes le provocó un temblor que subió desde sus costados hasta la nuca. Abrió el grifo y dejó que el masaje del agua relajase sus músculos, mientras se abandonaba a sus pensamientos. En un cuarto de hora acabó con el aseo y fue al armario. Le habría gustado ponerse el mismo vestido, pero se había ensuciado con la sangre de la pintada. El escotado ya se lo había puesto el día del accidente. ¿Qué podía ponerse para la noche de San Juan con Edoardo? Su guardarropa, que llevaba mucho tiempo sin renovar, no le dejaba mucha elección. Al final se decidió por una falda coloreada, larga y cómoda, de aspecto vagamente gitano, y una camisa blanca liviana con mangas anchas e hinchadas. A los pies se puso las mismas sandalias con cuña que llevaba el día del aperitivo que ofreció después del accidente. Y eligió los mismos anillos de oro como pendientes, combinados con el collar.

Buscó qué tenía para maquillarse. Abrió los muebles y miró en su interior. Al final solo usó un lápiz de ojos negro, con el que acentuó el contorno de sus ojos, un pintalabios, que usó con moderación, y un esmalte de uñas para las manos y los pies. Tanto el pintalabios como el esmalte eran de un bonito rojo bermellón, y combinaban bien con uno de los colores de la falda. El pelo había sido sometido al tratamiento clásico: lavado y dejado secar solo, y se había ordenado a los lados de la cara formando unos rizos suaves. No miró el resultado final de los cuidados hechos a su persona en el espejo. Tenía miedo de no gustarse.

Me tiene que ver con sus ojos, tiene que verme a mí y dentro de mí, mi corazón con su corazón.

Pensó en las gafas de Edoardo, que esperaban encima de la mesa de la veranda.

IV

La cena

Se había hecho de noche poco tiempo antes. La luz del crepúsculo, esos días, era persistente. Carlotta acababa de encender las cuatro velas, colocadas a los lados de la veranda, cuando oyó el ruido de un coche que se paraba delante de la casa. Fue a la puerta peatonal del jardín.

—Bienvenido.

—Buenas noches, Carlotta —respondió Edoardo. Se inclinó para darle un beso en la mejilla, y después le dio un ramo de flores—. Para ti. Espero que te gusten.

—Es muy bonito. ¿Cómo lo has hecho? Las floristerías están cerradas a estas horas.

—Con nuestros horarios, estamos acostumbrados a prepararnos con antelación. He llamado a una tienda de Casteggio y he pedido que me lo llevaran a la base del helicóptero. Lo he comprado por teléfono, fiándome de las explicaciones que me daban.

—Lo has hecho muy bien —dijo Carlotta. Después, señalando la botella que Edoardo tenía en la mano, añadió—: ¿Y eso?

—Un brut de pinot de la zona, para el aperitivo. —Enseñó la etiqueta, y luego continuó—: He pensado que podría estar bien. Está a la temperatura justa. —La sonrisa de Edoardo hizo desaparecer las últimas reservas de Carlotta.

—Hay vasos encima de la mesa en la veranda. Sírvelo tú, que yo tengo que volver a la cocina. —Desapareció en el interior de la casa.

Cogió la botella de tomate triturado que había preparado en agosto del año anterior: tomates de distintas variedades, sal, unas hojas de albahaca y nada más. Puso una buena cantidad en una cazuela que puso a fuego bajo. Sacó el bloque de mantequilla que había comprado esa mañana de la nevera y lo dejó sobre la mesa. Una cazuela casi llena de agua puesta a calentar completó el principio de la preparación.

Volvió al porche. Edoardo había cogido los vasos y había preparado la botella del brut espumoso de pinot.

—¿Estás lista? No podré retenerlo mucho más. —Con una presión ligerísima sobre el tapón lo hizo saltar, y salió un chorro de espuma, que dirigió al interior del vaso de champán—. Sé que no debería salir disparado, pero es mucho más divertido. —Le dio un vaso a Carlotta y lo tocó con el suyo—. A ti, a nosotros, a la noche de San Juan.

Ваша оценка очень важна

0
Шрифт
Фон

Помогите Вашим друзьям узнать о библиотеке

Скачать книгу

Если нет возможности читать онлайн, скачайте книгу файлом для электронной книжки и читайте офлайн.

fb2.zip txt txt.zip rtf.zip a4.pdf a6.pdf mobi.prc epub ios.epub fb3

Популярные книги автора