Giovanni Odino - Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín стр 12.

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—¿Estás lista? No podré retenerlo mucho más. —Con una presión ligerísima sobre el tapón lo hizo saltar, y salió un chorro de espuma, que dirigió al interior del vaso de champán—. Sé que no debería salir disparado, pero es mucho más divertido. —Le dio un vaso a Carlotta y lo tocó con el suyo—. A ti, a nosotros, a la noche de San Juan.

—Sí —dijo Carlotta—. A nosotros y a esta noche de San Juan. —Bebió echando la cabeza hacia atrás. Su pelo se alejó del cuello, descubriéndolo. Edoardo tuvo el impulso de ir a besarlo.

«Tranquilo, Edoardo, ¿no has visto nunca un cuello de mujer?»

—Pero ¡estas son mis Ray-Ban!

—Las encontré en el jardín. No están rotas, y las he limpiado. —Carlotta se sentó de lado encima de Edoardo, cogió las gafas y se las puso, dejándolas sobre la punta de la nariz, para poder mirarlo a los ojos de cerca. Le susurró—: Dan suerte. Acuérdate de llevarlas siempre; tienes que ver el mundo a través de ellas.

Le dio un beso suave. Edoardo sintió los labios húmedos refrescados por el espumoso. Notó cómo el cuerpo de ella se apoyaba contra el suyo, y sintió el perfume proveniente de sus senos cálidos.

«Oh, dios mío... peor que el cuello...».

—Es un vino que nos sostendrá con su fuerza: me gusta esta referencia a la fuerza que da la madre tierra a sus hijos —dijo Carlotta, leyendo el nombre de la etiqueta—: Anteo. —Después siguió leyendo las características—: Método Martinotti [06], efervescencia fina; color amarillo pajizo con reflejos brillantes; buqué fresco y elegante con notas iniciales de pan fermentado y finales de cítricos; sabroso, equilibrado, con buena persistencia. Es lo mínimo que podemos esperarnos de un producto de la tierra con este nombre —añadió Carlotta—. Tomaré un poco más, tengo que ser fuerte.

Edoardo llenó los vasos. Bebieron mirándose a través de las burbujas.

—Voy a buscar el primer plato. —Carlotta le dio otro beso y se levantó, recorriendo la cara de Edoardo con una caricia de su mano. Veía claramente el efecto que había provocado y eso la hacía feliz. Edoardo sintió indistintamente cómo le subía el pulso. La miró alejarse y después se sirvió otro vaso de espumoso.

Sacó los tortelloni de la nevera y los echó en el agua salada que hervía. Apagó el fuego de la cazuela con el tomate triturado y añadió un trozo generoso del bloque de mantequilla. Después de unos minutos los tortelloni estaban listos; los recogió con la espumadera y los depositó en una sopera junto con la salsa de tomate y mantequilla. Cogió un plato, en el que colocó un trozo de queso parmesano curado y un rallador. Llevó todo al porche.

—Aquí estoy —dijo Carlotta, satisfecha. —Cogió un cucharón para servir y puso una docena de tortelloni en el plato de Edoardo—. Tortelloni de requesón condimentados con mantequilla y oro, Bononia docet [07]. El parmesano está a parte, puedes rallar la cantidad que quieras, pero se aconseja que sea entre poco y nada. Para el vino, podemos seguir con tu brut; en mi opinión, es perfecto.

Edoardo había trabajado todo el día y solo había comido un bocadillo a mediodía. Se lanzó sobre los tortelloni con la misma energía que la que dedicaba a volar con el helicóptero sobre los viñedos. Y con la misma energía se los comió todos.

—Buenísimos. ¿Me equivoco, o hay una nota de ajo? Una maravilla.

—Esperaba que te gustaran con el ajo —dijo Carlotta.

—¿Es una broma? Me encanta el ajo, y... las mujeres que huelen a él. —Dejó de hablar y se desplazó hacia Carlotta, que estaba a su derecha en la mesa, que había puesto para que comieran en dos lados adyacentes. Hizo un gesto como si la olfateara y luego la besó. Pasó su lengua sobre los labios de ella, como para limpiarlos. Puso un dedo en la sopera, recogió un poco de salsa y lo puso en la boca de ella, que la cerró a medias para permitirle meter el dedo lo mínimo para que ella pudiera chuparlo. Le dio un beso largo con la lengua, que movió junto a la suya en esa mezcla de mantequilla y oro.

—Tienes un sabor buenísimo —dijo.

—Tú también —dijo Carlotta—, y yo puedo decirlo con conocimiento de causa.

La alusión, directa y maliciosa, tuvo un efecto demoledor sobre Edoardo. Se levantó, encontró el interruptor de la luz al lado de la veranda y la apagó, dejando que la única iluminación fuera la de las débiles llamas de las cuatro velas en las esquinas. Volvió al lado de Carlotta y dijo:

—Esta es una condición de desigualdad que tiene que ser corregida inmediatamente.

Giró su silla, de manera que no estuviera mirando a la mesa, se arrodilló delante de ella y metió las manos bajo la falda, subiendo desde las pantorrillas hasta los muslos y más arriba aún. Sintió que Carlotta separaba las piernas para facilitar sus acciones. Se dio cuenta de que no llevaba ropa interior. Llegó con las manos hasta la cadera y tiró de ella hacia sí, haciéndola adoptar una posición medio tumbada en la silla. Subió la falda hasta la cintura para descubrir su sexo, que se abrió rosa y húmedo en medio del negro del pelo exuberante. Edoardo sumergió su boca en él y lo probó, adaptándose a los movimientos que ella imprimía a su cadera.

Sintió sus manos sobre la nuca y oyó sus palabras:

—Querido... querido. Bebe de mí... tendrás sed de mí.

Después, las mismas manos lo detuvieron.

—Ya está bien. Ahora que conoces mi sabor, podemos comer el segundo plato. ¿Qué te parece?

Edoardo la miró y sonrió.

—Es un placer mirarte desde esta perspectiva —dijo.

—Después podrás mirarme desde todas las perspectivas que quieras —respondió Carlotta, dándole un golpecillo sobre la nariz con su dedo índice.

Se levantó y se fue a la cocina. Sacó las botellas de vino de la nevera y las acercó a la puerta:

—Abre el vino, uno de los dos, que se ha acabado el brut y, de todas maneras, ahora es mejor cambiar.

Edoardo eligió una botella y dejó la otra en una mesa de servicio que estaba cerca. La destapó y la puso en la mesa.

Carlotta encendió un fuego fuerte bajo la pintada. Tenía que calentarla un poco. Después de calentarla rápidamente, apagó el fuego. Decidió llevarla a la mesa directamente en la cacerola.

Edoardo había llenado dos copas de vino hasta la mitad.

«Buttafuoco» [08] con la pintada —dijo—. Esta es mi elección.

—¿Te has dado cuenta de que lo he enfriado ligeramente? Espero que no te moleste, a pesar de que los expertos lo desaconsejan.

—Es una buena idea. Solo está un poco más frío de la temperatura aconsejada.

—¿Por qué has elegido el Buttafuoco?

—Me ha hecho pensar que tiene algo de tu impresión.

—¿Mi impresión? —Carlotta cogió la botella y encendió la luz que Edoardo había apagado.

Giró la botella y leyó la etiqueta.

—De color rojo rubí vivaz con reflejos violáceos. —Miró a Edoardo—. Diría que, por su aspecto, debería ser más bien un rosado.

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