Rosette Rosette - La Muchacha De Los Arcoíris Prohibidos стр 8.

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A pesar de la crudeza de su declaración parecía que le había regresado el buen humor. Su sonrisa era contagiosa y calentó mi alma alborotada. Por suerte no le duraba mucho el malhumor, pero sus cóleras eran inquietantes y violentas.

¿Sabe conducir, Melisande? Debo enviarla a traer algunos libros de la biblioteca local. Sabe..., investigaciones. Su sonrisa fue sustituida por una mueca de burla. Naturalmente no puedo ir yo añadió, a manera de explicación.

Incómoda, apreté más las hojas entre las manos, corriendo el riesgo de arrugarlas.

No tengo el permiso, señor me disculpé.

La sorpresa alteró sus bellísimos rasgos.

Pensaba que la juventud de hoy tuviera prisa de crecer exclusivamente para obtener el derecho a conducir. Incluso, lo hacen antes, a escondidas.

Soy diferente, señor dije lacónica. Y lo era realmente. Casi alienígena en mi diversidad.

Me escudriñó con esos ojos negros, más penetrantes que un radar. Sostuve su mirada, inventando en ese momento una excusa plausible.

Tengo miedo de conducir, y con un semejante antecedente, acabaría solo por ocasionar desastres expliqué de prisa, alisando las hojas que yo misma había arrugado.

Después de tanta sinceridad por su parte, siento el olor a mentira dijo casi cantando.

Es la verdad. Podría realmente... Perdí la voz por un largo instante, luego continué. Podría realmente matar a alguien.

La muerte es el mal menor susurró. Bajó los ojos sobre sus piernas, y contrajo la quijada.

Me maldije mentalmente, de nuevo. Era realmente una creadora de problemas, incluso sin un volante entre las manos. Un peligro público, imperdonablemente insensible, hábil sólo para meter la pata.

¿Quizá lo he ofendido, señor Mc Laine?

La ansiedad se dejó entrever en mi pregunta, y lo despertó de su sopor.

Melisande Bruno, una joven mujer, venida quién sabe de dónde, excéntrica y divertida como un cartón animado... ¿Cómo puede esta chica ofender al gran escritor de terror, al satánico y perverso Sebastián Mc Laine? Su voz era calma, en contraste con la dureza de sus frases.

Me torcí las manos, nerviosa como en el primer encuentro.

Tiene razón, señor. No soy nadie. Y....

Sus ojos se afilaron, amenazantes.

En efecto. Usted no es nadie. Usted es Melisande Bruno. Por tanto, es alguien. No permita nunca a nadie humillarla, ni siquiera a mí.

Debo aprender a estar callada. Antes de venir a esta casa lo podía perfectamente murmuré afligida, con la cabeza inclinada.

¿Midnight Rose tiene el poder de sacar fuera lo peor de usted, Melisande Bruno? ¿O es quien habla el que posee esa increíble habilidad? Me dirigió una sonrisa benévola, con la magnanimidad de un soberano.

Acepté feliz la tácita oferta de paz, y volví a encontrarme con su sonrisa.

Creo que depende de usted, señor le revelé en voz baja, como si confesara un pecado capital.

Ya sabía que era un demonio dijo solemne, pero hasta este punto... Me deja sin palabras...

Si quiere le paso el diccionario dije riendo.

La atmósfera se había aligerado, y también mi corazón.

Creo que el verdadero diablillo es usted, Melisande Bruno siguió molestándome. Es Satanás en persona quien la ha enviado, para turbar mi tranquilidad.

¿Tranquilidad? ¿Está seguro de no confundirla con el aburrimiento? bromeé.

Si lo era, con usted aquí, no lo voy a volver a sentir nunca más, de eso estoy seguro. Quizás, a este paso, terminaré por extrañarla dijo con énfasis.

Estábamos riendo ambos, en la misma longitud de onda, cuando alguien llamó a la puerta. Tres veces.

La señora Mc Millian se adelantó él, sin desviar su mirada de mi rostro.

Yo lo hice, a regañadientes, para recibir al ama de llaves.

Ha llegado el doctor Mc Intosh, señor dijo la buena mujer, con una punta de ansiedad en la voz.

El escritor se puso serio al instante.

¿Ya es martes?

Así es, señor. ¿Desea que lo haga pasar a su habitación? preguntó, ella, gentilmente.

Está bien. Llama a Kyle ordenó él, con el tono seco como un quintal de pólvora.

Se dirigió a mí, aún más seco.

Nos vemos más tarde, señorita Bruno.

Seguí al ama de llaves por las escaleras. Ella respondió a mi pregunta inexpresivamente.

El Doctor Mc Intosh es el médico local. Todos los martes viene a revisar al señor Mc Laine. Aparte de la parálisis, es sano como un roble, pero es una costumbre, y también una prudencia.

¿Su... Dudé, indecisa en la elección de la palabra. condición es irreversible?

Lamentablemente sí, no hay esperanzas fue su triste confirmación.

A los pies de la escalera, esperaba un hombre, que mecía su maletín con el instrumental.

¿Que pasó, Millicent? ¿Se había olvidado de nuevo del control?

El hombre me guiñó el ojo, buscando mi complicidad.

Usted es la nueva secretaria, ¿verdad? Le tocará a usted hacerle recordar las próximas citas. Cada martes, a las tres de la tarde. Me extendió la mano, con una sonrisa amistosa. Soy el médico de cabecera. John McIntosh.

Era un hombre alto, tanto como Kyle, pero más anciano, entre los sesenta y setenta quizás.

Y yo soy Melisande Bruno dije, devolviéndole el apretón de manos.

Un nombre exótico para una belleza digna de las mujeres escocesas.

La admiración en su mirada fue elocuente. Le sonreí con gratitud. Antes de llegar a este poblado, ni siquiera marcado en los mapas, era considerada simpática, a lo mucho graciosa, y la mayoría de las veces apenas pasable. Nunca hermosa.

La señora Mc Millian se iluminó con aquel elogio, como si fuera mi madre y yo la hija casadera. Afortunadamente, el médico era anciano y casado, a juzgar por el gran aro en el anular; de lo contrario, ella se habría dado un buen trabajo para arreglarme un buen matrimonio en el marco de la idílica Midnight Rose.

Después de acompañarlo hasta arriba, volvió a mí, con una expresión traviesa en su rostro enjuto.

Lástima que sea casado. Sería un partido magnífico para usted.

Lástima que sea viejo, me hubiera gustado añadir. Pero callé justo a tiempo al recordar que la señora Mc Millian tendría al menos cincuenta años, y que probablemente encontraba al médico atractivo y deseable.

No estoy buscando novio le recordé con firmeza. Espero que no quiera también endosarme a Kyle.

Ella negó con la cabeza.

Es casado también él. Mejor dicho... es separado, caso raro por estas partes. De todas maneras, no me gusta. Hay en él algo inquietante y lascivo.

Iba a refutar, decir que el novio potencial tenía que gustarme en primer lugar a mí, pero desistí. Sobre todo porque Kyle no me gustaba tampoco. No era exactamente el tipo de hombre con quien me hubiera gustado soñar, si pudiera hacerlo. No, era injusta. A decir verdad, tras haber conocido al enigmático y complicado Sebastián Mc Laine, era difícil encontrar a alguien a su altura. Me dije mentalmente que era estúpida. Que era patético y banal caer en la red tendida por el guapo escritor. Él era sólo mi empleador, y yo no quería terminar como las miles de otras secretarias, enamoradas sin esperanza de sus jefes. Con silla de ruedas o no, Sebastián Mc Laine estaba fuera de mi alcance; eso era indiscutible.

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