Estaban comiendo en silencio, casi como si las cosas fueran normales.
Pero no podía mirarla.
Había una pistola de color negro mate de nueve milímetros en la mesa, cerca de su mano derecha. Estaba cargada.
—Luke, ¿estás bien?
El asintió. —Sí, estoy bien —le dio un sorbo a su cerveza.
—¿Por qué está tu arma sobre la mesa?
Finalmente, él la miró. Era hermosa y, por supuesto, él la amaba. Estaba embarazada de su hijo y llevaba una blusa premamá con estampado de flores. Casi podría llorar por su belleza y por el poder de su amor por ella. Lo sintió intensamente, como una ola rompiendo contra las rocas.
—Uh, está ahí por si la necesito, nena.
—¿Por qué ibas a necesitarla? Sólo estamos cenando. Estamos en la base, a salvo, nadie puede…
—¿Te molesta? —dijo.
Ella se encogió de hombros. Deslizó un pequeño trozo de pollo dentro de su boca. Becca comía lenta y cuidadosamente. Comía en pequeños bocados y a menudo le llevaba mucho tiempo terminarse la cena. No se tomaba la comida como otras personas lo hacían, a Luke le encantaba eso de ella. Era una de sus diferencias. Procuraba masticar bien su comida.
La observó masticar a cámara lenta. Sus dientes eran grandes, tenía dientes de conejo. Era bonito, entrañable.
—Sí, un poco —dijo ella. —Nunca has hecho eso antes. ¿Tienes miedo de que...?
Luke sacudió la cabeza. —No le tengo miedo a nada. Tenemos un hijo en camino, ¿de acuerdo? Es importante que mantengamos a nuestro hijo a salvo, es nuestra responsabilidad. Es un mundo peligroso, Becca, por si no lo sabías.
Luke asintió ante la verdad de lo que estaba diciendo. Cada vez más, comenzaba a percibir los peligros a su alrededor. Había cuchillos afilados para preparar la cena en el cajón de la cocina. Había cuchillos de corte y un gran cuchillo de carnicero en un bloque de madera en la encimera. Había unas tijeras en el armario detrás del espejo del baño.
El coche tenía frenos y alguien podría cortar fácilmente los cables de los frenos. Si Luke sabía cómo hacerlo, mucha otra gente sabría. Y había mucha gente que quería ajustar cuentas con Luke Stone.
Casi parecía como si...
Becca estaba llorando. Apartó la silla de la mesa y se levantó. Su rostro se había vuelto carmesí en los últimos diez segundos.
—¿Cariño? ¿Qué pasa?
—Tú —dijo ella, las lágrimas corrían por su rostro. —Te pasa algo malo. Nunca habías vuelto a casa así antes. Apenas me has hablado, no me has tocado en absoluto, siento que soy invisible. Te quedas despierto toda la noche, parece que no has dormido nada desde que llegaste. Ahora tienes un arma encima de la mesa. Tengo un poco de miedo, Luke. Me temo que ha pasado algo muy, muy malo.
Se puso de pie y ella dio un paso atrás. Sus ojos se ensancharon.
Esa mirada. Era la mirada de una mujer que le tenía miedo a un hombre. Y él era ese hombre, eso le horrorizó. Era si se hubiera despertado bruscamente. Nunca imaginó que ella lo miraría de esa manera. Él nunca habría querido que ella le mirara de esa manera, ni a él, ni a nadie, por ninguna razón.
Echó un vistazo a la mesa. Había colocado un arma cargada allí durante la cena. Ahora, ¿por qué hacía eso? De repente, se avergonzaba de esa pistola. Era cuadrada, rechoncha y fea. Quería taparla con una servilleta, pero era demasiado tarde, ella ya la había visto.
Él la miró de nuevo.
Se quedó delante de él, sumisa, como una niña, con los hombros encorvados, la cara arrugada, las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Te quiero —dijo ella. —Pero estoy muy preocupada en este momento.
Luke asintió. Lo siguiente que dijo le sorprendió.
—Creo que podría necesitar irme por un tiempo.
CAPÍTULO CINCO
14 de abril
9:45 Hora del Este
Centro de Atención Médica del Departamento de Asuntos de Veteranos (VA) de Fayetteville
Fayetteville, Carolina del Norte
—¿Por qué estás aquí, Stone?
La voz sacudió a Luke de cualquier ensueño en el que pudiera estar perdido. A menudo vagaba solo a través de sus pensamientos y los recuerdos de estos días, y después no podía recordar en qué había estado pensando.
Miró hacia arriba.
Estaba sentado en una silla plegable entre un grupo de ocho hombres. La mayoría de los hombres estaban sentados en sillas plegables, dos iban en silla de ruedas. El grupo ocupaba un rincón de una sala abierta, grande pero triste. Las ventanas de la pared opuesta mostraban un día soleado de principios de primavera. De alguna manera, la luz del exterior no parecía entrar en la habitación.
El grupo estaba colocado en un semicírculo, frente a un hombre barbudo de mediana edad, con una barriga grande. El hombre llevaba pantalones de pana y una camisa de franela roja. La barriga sobresalía hacia afuera, casi como si se hubiera escondido una pelota de playa debajo de la camisa, excepto que la parte frontal era plana, como si el aire se estuviera escapando. Luke sospechaba que, si le golpeaba en el estómago, estaría tan duro como una sartén de hierro. El hombre era alto y se inclinaba hacia atrás en su silla, con sus delgadas piernas en línea recta delante de él.
—¿Disculpe? —dijo Luke.
El hombre sonrió, pero no había humor en ello.
—¿Por qué... estás... aquí...? —dijo de nuevo. Lo dijo lentamente esta vez, como si estuviera hablando con un niño pequeño o con un imbécil.
Luke miró a los hombres a su alrededor. Era la terapia de grupo para los veteranos de guerra.
Era una pregunta razonable, Luke no tendría que estar aquí. Estos chicos estaban destrozados, físicamente desarmados y traumatizados.
Algunos de ellos parecía como si no fueran a regresar nunca más. Un tipo llamado Chambers era probablemente el peor. Había perdido un brazo y ambas piernas. Su rostro estaba desfigurado, la mitad izquierda estaba cubierta por vendas, una gran placa de metal le sobresalía por debajo, estabilizando lo que quedaba de los huesos faciales de ese lado. Había perdido el ojo izquierdo y todavía no se lo habían reemplazado. En algún momento, después de terminar de reconstruirle su orificio orbital, iban a ponerle un nuevo ojo falso.
Chambers había viajado en un Humvee que había pasado por encima de un artefacto explosivo improvisado en Irak. El dispositivo era una innovación sorprendente: una carga hueca, que penetró hacia arriba a través del tren de aterrizaje del vehículo y luego por encima de Chambers, separándolo de abajo arriba. El ejército estaba modernizando los viejos Humvees con una armadura pesada y rediseñando los nuevos, para protegerse contra este tipo de ataques en el futuro, pero eso ya no iba a ayudar a Chambers.
A Luke no le gustaba mirar a Chambers.
—¿Por qué estás aquí? —dijo el líder una vez más.
Luke se encogió de hombros. —No lo sé, Riggs. ¿Por qué estás tú aquí?
—Estoy tratando de ayudar a hombres a recuperar sus vidas —dijo Riggs. Lo dijo sin alterarse. O bien era una respuesta estándar que guardaba para cuando la gente lo retaba, o realmente lo creía. —¿Qué hay de ti?
Luke no dijo nada, pero todos lo miraron fijamente. Rara vez decía algo en este grupo. Él, posiblemente, muy pronto dejaría de asistir. No creía que le estuviera ayudando. La verdad sea dicha, pensaba que todo era una pérdida de tiempo.
—¿Tienes miedo? —dijo Riggs. —¿Ese es el motivo por el que estás aquí?
—Riggs, si piensas eso, es que no me conoces bien.
—Ah —dijo Riggs y levantó un poco sus manos carnosas. —Ahora estamos llegando a alguna parte. Eres un tipo duro, eso ya lo sabemos, así que hazlo. Da el paso, cuéntanoslo todo sobre el Sargento de Primera Clase Luke Stone, de las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos. Delta, ¿verdad? De mierda hasta el cuello, ¿verdad? ¿Uno de los tipos que fue a esa misión fallida para matar al hombre de Al Qaeda, el tipo que supuestamente perpetró el atentado contra el USS Sarasota?