María Acosta - La Danza De Las Sombras стр 6.

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– ¡Hable, Agnese! Se lo ruego, cuéntelo –dijo el anciano del pan y del salami.

–Vale, de acuerdo. Si insistís. Tened en cuenta que lo que estáis a punto de escuchar es una historia auténtica. Es un secreto que ha pasado de generación en generación desde hace milenios y ahora lo conoceréis. Pero no puede ser revelado a nadie. Ni siquiera queriendo. Podréis contarla a alguno pero este alguien, sabedlo, no podrá revelarla jamás. Y es por esto que todavía es un secreto. Y es por esto que será para siempre un secreto.

Sonrió enigmática al llegar a este punto.

Mientras tanto, se había hecho el silencio, e incluso los cuerpos se movieron hacia delante sintiendo auténtica curiosidad.

Agnese suspiró y se aclaró la voz. Con las manos gordezuelas volvió a coger el hatillo y posó el vaso. A continuación habló de esta manera:

–Esta, señores y señoras, es la historia de Pembaca. Pero para poderla contar bien pido que esta vez pueda quedarme de pie.

Todos asintieron y ella se levantó. Y de esta manera comenzó a hablar, con énfasis, esmero, la voz impostada y maneras teatrales.

La piedra pulida era resbaladiza y lisa. Y antigua. Se sentía por el olor. Olor de pasos, de historias. De mar, pan y amor. De tiempos pasado. De muerte y de pasión, sucedidas en el interior de las personas que, sobre aquellas piedras, habían estado.

Estaba oscuro y no había ninguna luz iluminando aquella noche sombría y sin estrellas. En el callejón, antiguo y ruinoso, una imprevista ráfaga de viento y un pequeño escalofrío.

Pembaca encogió los hombros y levantó las solapas de la chaqueta en aquella intensa y profunda noche de junio.

Miró a su alrededor circunspecto: nadie.

No sabía exactamente dónde se encontraba y había atravesado hacía poco un arco de piedra, siguiendo el instinto, y el ruido de la resaca, levemente, a lo lejos.

Volvió a caminar, después de escuchar tres retoques de campana que señalaban, desde hacía siglos, la hora.

Tres retoques.

Y luego otra vez la oscuridad y el silencio de pasos. Los suyos. Y nada más. ¿Qué clase de puesto encantado es este? ¿Qué historias han ocurrido aquí?

Con los ojos cerrados imaginó la multitud de historias que se sucedieron en el tiempo: familias, amores, maquinaciones, intrigas, fortunas, decadencias, miserias rescatadas, y pescadores que habían cruzado aquellas piedras.

Vividas por quien había pasado antes que él. Antes de aquella noche oscura.

En todas aquellas noche de luna, de estrellas, de calma o de tempestad. Y en todos aquellos días, soleados y calurosos de primera tarde o helados en invierno por el viento cortante.

Está hecha así la historia. La historia de cada parte del mundo y de cada uno de nosotros.

Cuando levantó la mirada Pembaca descubrió con esfuerzo, a duras penas, un gran reloj sobre la fachada blanca enfrente de él. Había llegado a una amplia plaza blanca.

Más allá de la plaza se veía un callejón estrecho.

El ruido ligero de la resaca sobre los escollos, a lo lejos, lo guió.

Estaba tranquilo y prosiguió con lentitud, después de un suspiro, sintiendo otra vez en la nariz y en los pulmones el olor de la historia, intenso y apabullante para sus sentidos.

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