Морган Райс - Una Corte para Los Ladrones стр 12.

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Sin embargo, Sofía tenía una opción que podría funcionar.

—Sé que no queréis meteros —exclamó—, pero si lleváis un mensaje al Príncipe Sebastián y le decís que Sofía está aquí, no tengo ninguna duda de que os recompensará por…

—¿Ya es suficiente! —gritó Meister Karg, golpeando con el mango de su látigo de cochero en las barras. Pero Sofía sabía lo que le aguardaba si se quedaba callada y, sencillamente, no podía aceptarlo. Se le ocurrió que la gente de la calle podrían no ser los adecuados para pedir ayuda.

—¿Y usted? —le gritó Sofía—. Podría llevarme hasta Sebastián. Esta en esto solo para hacer dinero, ¿verdad? Bueno, él podría darle un beneficio por mí fácilmente y usted tendría el reconocimiento de un príncipe del reino. Me quería como prometida hace dos días. Pagaría por mi libertad.

Podía ver los pensamientos de Meister Karg al considerarlo. Esto quiso decir que retrocedió en el instante antes de que el mango del látigo golpeara de nuevo las barras.

—Lo más probable es que te tomara y no pagara ni una moneda doblada por ti —dijo el esclavista—. Eso si te quiere. No, haré dinero contigo de la forma segura. Hay muchos hombres que querrán tener su turno contigo. Quizás pruebe yo cuando paremos.

Lo peor era que Sofía veía que lo decía en serio. Indudablemente estaba pensando en ello cuando el carro se puso de nuevo en marcha con un retumbo, en dirección a la periferia de la ciudad. En la parte posterior del carro, Sofía hacía todo lo que podía para cerrar su mente ante aquella expectativa. Se apiñó con las demás y sintió el alivio de que fuera a ella y no a ellas a quien el hombre gordo escogiera esta noche.

«Catalina» —suplicó por lo que pareció la centésima vez. Por favor, necesito tu ayuda».

Al igual que todas las otras veces, la llamada no fue respondida. Se fue a la deriva en la oscuridad del mundo, y Sofía no tenía modo de saber tan solo si había llegado al objetivo previsto. Estaba sola y eso era aterrador, pues sola Sofía sospechaba que no podía hacer nada para detener todas las cosas que iban a suceder a continuación.

CAPÍTULO SIETE

Catalina entrenó hasta no estar segura de si podía aguantar más muertes. Practicaba con espadas y palos, disparaba arcos y lanzaba puñales. Corría y saltaba, se escondía y mataba desde la sombra. Su mente estaba todo el tiempo en el círculo de árboles y en la espada que había en el centro.

Todavía sentía el dolor de sus heridas. Siobhan había vendado los arañazos de las espinas y el agujero más profundo con hierbas para que ayudaran a curar, pero no habían hecho nada para evitar que doliera a cada paso.

—Debes aprender a tratar el dolor —dijo Siobhan—. No dejes que nada te distraiga de tus objetivos.

—Conozco el dolor —dijo Catalina. Por lo menos, la Casa de los Abandonados le había enseñado esto. Había habido momentos en los que esta parecía la única lección que aquel lugar podía ofrecer.

—Entonces debes aprender a usarlo —dijo Siobhan—. Nunca tendrás los poderes de los de mi especie, pero si puedes llegar a una mente, puedes distraerla, puedes calmarla.

Entonces Siobhan convocó formas fantasmales de animales: osos y gatos del bosque con manchas, lobos y halcones. Atacaban a Catalina con una velocidad inhumana, sus garras eran tan mortíferas como espadas, sus sentidos podían encontrarla aunque se escondiera. El único modo de ahuyentarlos era lanzar pensamientos en su dirección, el único modo de esconderse de ellos, de tranquilizarlos hasta que se quedaran dormidos.

Evidentemente, Siobhan no se lo enseñó con paciencia, simplemente la hizo matar y matar hasta que aprendió las habilidades que necesitaba.

Pero aprendió. Poco a poco, con el constante dolor del fracaso, aprendió las habilidades que necesitaba del mismo modo que había aprendido a esconderse y luchar. Aprendió a ahuyentar a los halcones con destellos de pensamiento, y a calmar su pensamiento tan plenamente que a los lobos les parecía que ella era algo inanimado. Incluso aprendió a tranquilizar a los osos, sosegándolos hasta dormirlos con el equivalente mental de una canción de cuna.

Durante todo el proceso Siobhan la observaba, sentada en ramas de por allí cerca o siguiéndola cuando corría. Nunca parecía tener la velocidad de Catalina, pero siempre estaba allí cuando Catalina acababa, saliendo de detrás de los árboles o de dentro de los huecos sombríos de los matorrales.

—¿Te gustaría probar el círculo de nuevo? —preguntó Siobhan, mientras el sol iba subiendo hacia el cielo.

Catalina frunció el ceño al escucharlo. Lo deseaba, más que cualquier otra cosa, pero también sentía el miedo que eso traía consigo. Miedo de lo que podría suceder. Miedo de más dolor.

—¿Piensas que estoy preparada? —preguntó Catalina.

Siobhan extendió las manos.

—¿Quién sabe? —replicó—. Y tú, ¿piensas que estás preparada? En el círculo encuentras lo que tú traes hasta él. Recuérdalo cuando estés allí.

En algún momento, se había tomado una decisión sin que Catalina se diera ni cuenta. Iba a probar de nuevo el círculo, al parecer. Sus heridas, que todavía estaban sanando, le dolían con tan solo pensarlo. Aun así, atravesó el bosque al lado de Siobhan, intentando concentrarse.

—Cada miedo que tengas te frena —dijo Siobhan—. Estás en un camino de violencia y, para andarlo, no debes mirar ni a la izquierda ni a la derecha. No debes dudar, por el miedo, por el dolor, por la debilidad. Los habrá que estarán durante años hasta hacerse uno con los elementos, o se dudarán acerca de la palabra con la que influir. En tu camino, lo que debes hacer es actuar.

Llegaron al borde del círculo y Catalina se lo pensó. Estaba vacío salvo por la espada, pero Catalina sabía lo rápido que eso podía cambiar. Atravesó lentamente las espinas, sin agitar las plantas ahora que se colaba entre ellas, dirigiéndose lentamente hacia el círculo. Se coló con todo el sigilo que había aprendido.

Su otra versión estaba allí esperando cuando ella la localizó, espada en mano, con la mirada fija en Catalina.

—¿Pensabas que podías simplemente colarte y cogerla? —su segundo yo exigió—. ¿Te daba miedo luchar contra mí otra vez, niña?

Catalina fue hacia delante, con su propia arma preparada. No decía anda, pues hablar no le había traído nada bueno la última vez. En cualquier caso, a ella no se le daba bien hablar. Sofía lo hacía mejor. Probablemente, si ella hubiera estado allí, ya hubiera convencido a la segundo versión de sí misma para que entregara la espada.

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