Thor reflexionaba sobre su salida, sobre el precio que había pagado, sobre los demonios que inconscientemente había soltado en el mundo. Sintió un dolor en el estómago, tenía la sensación que había soltado una oscura fuerza en el mundo, una que no se podía contener tan fácilmente. Sentía que había mandado algo, como un bumerán, que algún día, de algún modo, volvería a él. Quizás más pronto de lo que pensaba.
Thor agarró la empuñadura, preparado. Fuera lo que fuera, se enfrentaría a él en la batalla sin miedo, mataría cualquier cosa que se encontrara por el camino.
Pero lo que de verdad lo atemorizaba eran las cosas que no podía ver, la devastación invisible que los demonios podían infligir. Lo que más temía eran los espíritus desconocidos, los espíritus que luchaban con sigilo.
Thor oyó pasos, sintió que la pequeña barca se balanceaba, se giró y vio a Matus andando hasta su lado. Matus estaba allí de pie triste, mirando al horizonte con él. Era un día oscuro y triste y, al observarlo, era difícil decir si era por la mañana o por la tarde, el cielo entero era uniforme, como si esta parte del mundo entera estuviera de luto.
Thor pensó en lo rápido que Matus se había convertido en un buen amigo para él. Especialmente ahora, con Reece obsesionado con Selese, Thor sentía que había perdido en parte a un amigo y que había ganado otro. Thor recordaba cómo Matus lo había salvado más de una vez allá abajo y sentía ya una lealtad hacia él, como si siempre hubiera sido uno de sus propios hermanos.
“Esta embarcación”, dijo Matus en voz baja, “no se hizo para el mar abierto. Una buena tormenta y todos moriremos. Solo es un bote salvavidas del barco de Gwendolyn, que no está pensado para cruzar los mares. Debemos encontrar una barca más grande”.
“Y tierra”, dijo O’Connor metiéndose en la conversación, acercándose a Thor por el otro lado, “y provisiones”.
“Y un mapa”, interrumpió Elden.
“¿Dónde esta nuestro destino, en cualquier caso?” preguntó Indra. “¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar tu hijo?”
Thor examinó el horizonte, como había hecho miles de veces, y reflexionó sobre todas sus preguntas. Sabía que todos tenían razón y él había estado pensando en las mismas cosas. Un vasto océano se desplegaba ante ellos y ellos estaban en una pequeña embarcación, sin provisiones. Estaban vivos y él estaba agradecido por ello, pero su situación era precaria.
Thor negó con la cabeza. Mientras estaba allí de pie, inmerso en sus pensamientos, empezó a divisar algo en el horizonte. Mientras se acercaban más navegando, empezó a distinguirse con más claridad y él tuvo la certeza de que no eran solo sus ojos jugándole una mala pasada. Su corazón se aceleró por la emoción.
El sol se abrió caminó entre las nubes y un rayo de sol cayó como la lluvia en el horizonte e iluminó una pequeña isla. Era una pequeña masa de tierra, en medio del vasto océano, sin nada más por allí cerca.
Thor parpadeó, preguntándose si era real.
“¿Qué es esto?” Matus hizo la pregunta que estaba en mente de todos al verla todos, allí de pie mirándola fijamente.
Mientras se acercaban, Thor vio que una neblina, que brillaba a la luz, rodeaba la isla y percibió una energía mágica en aquel lugar. Miró hacia arriba y vio que era un lugar inhóspito, los acantilados se levantaban en el aire, a unos cien metros, una isla estrecha, inclinada, cruel, las olas rompían en los peñascos que la rodeaban, emergiendo del agua como bestias prehistóricas. Thor sentía, en cada ápice de su ser, que allí era donde debían ir.
“Es una subida muy empinada”, dijo O’Connor. “Eso si conseguimos subirla”.
“Y no sabemos qué hay en la cima”, añadió Elden. “Podría ser hostil. No tenemos ninguna de nuestras armas, a excepción de tu espada. No podemos permitirnos una batalla aquí”.
Pero Thor miró el sitio y se quedó maravillado, percibiendo que allí había algo fuerte. Miró hacia arriba y vio a Estopheles volando en círculos sobre ella y se sintió incluso más seguro de que este era el lugar.
“No debemos dejar ni una piedra por remover en nuestra búsqueda de Guwayne”, dijo Thor. “Ningún lugar es lo suficientemente remoto. Esta isla será nuestra primera parada”, dijo. Agarró con fuerza su espada:
“Sea hostil o no”.
CAPÍTULO SEIS
Alistair se encontraba en un extraño paisaje que no reconocía. Era una especie de desierto y, cuando miraba hacia abajo, el suelo del desierto pasaba de negro a rojo, secándose, resquebrajándose a sus pies. Alzó la vista y en la distancia divisó a Gwendolyn de pie delante de un ejército dispar y desharrapado, de unas pocas docenas de hombres, miembros de los Plateados que Alistair conoció en una ocasión, los rostros de todos ellos estaban ensangrentados, sus armaduras agrietadas. En los brazos de Gwendolyn había un bebé y Alistair sintió que era su sobrino, Guwayne.
“¡Gwendolyn!” exclamó Alistair, aliviada al verla. “¡Hermana mía!”
Pero mientras Alistair observaba, se oyó, de repente, un horrible sonido, el sonido del batir de un millón de alas, cada vez más fuerte, seguido de un gran graznido. El horizonte se ennegreció y el cielo apareció repleto de cuervos, volando hacia ella.
Alistair observó horrorizada cómo los cuervos llegaron en una enorme bandada, un muro negro, que bajó en picado y arrancó a Guwayne de los brazos de Gwendolyn. Chillando, lo elevaron hasta el cielo.
“¡NO!” chilló Gwendolyn, dirigiéndose hacia el cielo mientras le tiraban del pelo.
Alistair observaba, indefensa, que no podía hacer nada excepto ver cómo se llevaban al bebé, que estaba chillando. El suelo del desierto se agrietó y secó todavía más y empezó a partirse hasta que, uno a uno, todos los hombres de Gwen se desplomaron hacia su interior.
Solo quedó Gwendolyn, allí de pie, mirándola fijamente, con los ojos poseídos por una mirada que Alistair hubiera deseado no ver nunca.
Alistair parpadeó y se encontró a sí misma en un gran barco en medio de un océano, con las olas rompiendo a su alrededor. Miró a su alrededor y vio que era la única persona en el barco, miró hacia delante y vio otro barco delante de ella. Erec estaba en la proa, de cara a ella y lo acompañaban centenares de soldados de las Islas del Sur. Se desesperó al verlo en otro barco y navegando lejos de ella.
“¡Erec!” exclamó.
Él la miró fijamente, dirigiéndose hacia ella.
“¡Alistair!” gritó él en respuesta. “¡Vuelve conmigo!”
Alistair observó horrorizada cómo los barcos iban mucho más lejos, a la deriva y el barco de Erec era absorbido lejos de ella por las mareas. El barco de él empezó a dar vueltas lentamente sobre sí mismo en el agua y daba vueltas más y más rápido. Erec extendía el brazo hacia ella, Alistair, indefensa, no podía hacer nada sino observar cómo el barco era engullido por un remolino, más y más adentro, hasta que desapareció de la vista.
“¡EREC!” gritó Alistair.
Entonces otro lamento se unió al suyo y Alistair miró hacia abajo y vio que estaba sujetando a un bebé, el hijo de Erec. Era un niño y su lloro se elevaba hasta el cielo, ahogando el ruido del viento y de la lluvia y el griterío de los hombres.
Alistair despertó chillando. Se incorporó y miró a su alrededor, preguntándose dónde estaba, qué había pasado. Respiraba con dificultad, poco a poco se serenó, tardó unos instantes en darse cuenta de que solo era un sueño.
Se puso de pie y miró hacia abajo a las tarimas chirriantes de la cubierta y se dio cuenta de que todavía estaba en el barco. Todo le vino como una riada: su partida de las Islas del Sur, su misión para liberar a Gwendolyn.
“¿Mi señora?” dijo una voz suave.
Alistair echó un vistazo y vio a Erec de pie a su lado, mirándola preocupado. Ella se sintió aliviada al verlo.