Морган Райс - Una Promesa de Hermanos стр 8.

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Merek también debió pensar lo mismo, pues no hizo ningún movimiento. Godfrey sabía que tenía que acabar con aquello, y rápidamente.

“El enemigo no está aquí”, dijo Godfrey, corriendo hacia delante y bajando la muñeca de Merek. “Está allá fuera. Si luchamos entre nosotros, no tenemos ninguna posiblidad”.

Afortunadamente, Merek dejó que le bajaran la muñeca y enfundó el puñal.

“Ahora daos prisa”, añadió Godfrey. “Todos vosotros. Quitadles la ropa y ponéosla. Ahora somos Finianos”.

Todos ellos desnudaron a los Finianos y se vistieron con sus brillantes túnicas y capuchas rojas.

“Esto es ridículo”, dijo Akorth.

Godfrey lo examinó y vio que su barriga era demasiado grande y él era demasiado alto; la túnica le iba corta, dejando sus tobillos al descubierto.

Merek rió con disimulo.

“Deberías haber tomado alguna pinta menos”, dijo.

“¡Yo no voy a llevar esto puesto!”, dijo Akorth.

“No es un espectáculo de moda”, dijo Godfrey. “¿Prefieres que te descubran?”

Akorth cedió a regañadientes.

Godfrey estaba mirando a los cinco, allí, llevando las túnicas rojas, en esta ciudad hostil, rodeados por el enemigo. Sabía que sus posibilidades eran remotas, en el mejor de los casos.

“¿Y ahora qué?” preguntó Akorth.

Godfrey se giró y miró hacia el final del callejón, que llevaba a la ciudad. Sabía que había llegado el momento.

“Vamos a ver qué se cuece en Volusia”.

CAPÍTULO CINCO

Thor se encontraba en la proa de su pequeña embarcación, Reece, Selese, Elden, Indra, Matus y O’Connor sentados detrás de él, ninguno de ellos remaba, los misteriosos viento y corriente hacían que cualquier esfuerzo fuera en vano. Thor se dio cuenta de que los llevarían hacia donde quisieran y que, por mucho que remaran o navegaran, nada cambiaría. Thor echó un vistazo por encima del hombro, observó los enormes acantilados negros que marcaban la entrada a la Tierra de los Muertos desvanecerse más y más en la distancia y se sintió aliviado. Era momento de mirar hacia delante, de encontrar a Guwayne, de comenzar un nuevo capítulo de su vida.

Thor echó un vistazo hacia atrás y vio a Selese sentada en la barca, al lado de Reece, cogiéndole la mano y debía admitir que la visión era desconcertante. Thor estaba emocionado de verla de nuevo en la tierra de los vivos y emocionado de ver a su mejor amigo tan feliz. Sin embargo, debía admitir que esto también le causaba una sensación inquietante. Aquí estaba Selese, una vez muerta y ahora devuelta a la vida. Sentía como si de alguna manera hubieran cambiado el orden natural de las cosas. Al observarla, percibió que tenía una naturaleza translúcida y etérea y, aunque estuviera allí en persona, no podía evitar verla como una muerta. Por mucho que le pesara, no podía evitar preguntarse si realmente había vuelto para siempre, cuánto tiempo estaría aquí antes de volver.

Sin emabrgo, Reece, por otro lado, evidentemente no lo veía así. Él estaba totalmente enamorado de ella, el amigo de Thor, jubiloso por primera vez desde que él podía recordar. Thor lo podía comprender: después de todo, ¿quién no querría la oportunidad de arreglar lo que está mal, de redimir los errores del pasado, de ver a alguien a quien uno estaba seguro que no volvería a ver jamás? Reece le apretó la mano, la miró fijamente a los ojos, le acarició la cara y la besó.

Thor percibió que los demás parecían perdidos, como si hubieran estado en las profundidades del infierno, en un sitio que no podía quitarse fácilmente de la cabeza. Las telarañas permanecían pesadas y Thor sentía también cómo se sacudía los recuerdos de la mente. Había un halo de tristeza, ya que todos ellos lamentaban la pérdida de Conven. Thor, en especial, reflexionaba una y otra vez sobre si podía haber hecho algo para detenerlo. Thor miró hacia el mar, estudiando el horizonte gris, el océano sin límites y se preguntaba cómo Conven podía haber tomado la decisión que había tomado. Entendía el profundo dolor por su hermano; sin embargo, Thor nunca hubiera tomado la misma decisión. Thor vio que tenía una sensación de dolor por la pérdida de Conven, cuya presencia siempre se había hecho sentir, que siempre parecía estar a su lado, incluso desde sus primeros días en la Legión. Thor recordó cuando lo visitó en prisión, cuando lo convenció de darle una segunda oportunidad a la vida, de todos sus intentos por animarlo, por levantarle el ánimo, por revivirlo.

Sin emabrgo, Thor se dio cuenta de que no importana lo que hubiera hecho, nunca podría traer de vuelta a Conven. La mejor parte de Conven estaba siempre con su hermano. Thor recordaba la cara de Conven cuando se había quedado atrás y los otros habían partido. No era una mirada de arrepentimiento; era una mirada de auténtica alegría. Thor sintió que él estaba feliz. Y sabía que no podía sentir mucho arrepentimiento. Conven había tomado su propia decisión y esto era más de lo que la mayoría de personas conseguían en este mundo. Y después de todo, Thor sabía que se volverían a encontrar. De hecho, quizás sería Conven el que estaría aguardando para recibirle cuando muriera. Thor sabía que la muerte les llegaría a todos. Quizás no hoy, ni mañana. Pero algún día.

Thor intentó sacudirse los sombríos pensamientos; miró a lo lejos y se obligó a sí mismo a concentrarse en el océano, rastreando las aguas en todas direcciones, buscando cualquier señal de Guwayne. Sabía que era bastante inútil buscarlo, en el mar abierto. Aún así, Thor se sentía mobilizado, lleno de un optimismo renovado. Al menos, ahora sabía que Guwayne estaba vivo y esto era lo único que necesitaba escuchar. Nada lo detendría de encontrarlo de nuevo.

“¿Dónde se supone que nos está llevando esta corriente?” preguntó O’Connor, acercándose al borde de la barca y rozando el agua con las yemas de sus dedos.

Thor se acercó y tocó las cálidas aguas también; iban muy deprisa, como si el océano no pudiera llevarlos hasta donde fuera que los estuviera llevando lo suficientemente rápido.

“Mientras sea lejos de aquí, no me importa”, dijo Elden, echando un vistazo, temeroso, por encima del hombro a los acantilados.

Thor escuchó un chillido en lo alto, miró hacia arriba y se emocionó al ver a su vieja amiga, Estopheles, volando en círculos allá arriba.  Descendía en amplios círculos alrededor de ellos y después ascendía de nuevo. Thor sentía que los estaba guiando, animándolos a seguirla.

“Estopheles, amiga mía”, suspiró Thor hacia el cielo. “Sé nuestros ojos. Guíanos hasta Guwayne”.

Estopheles volvió a chillar, como si le contestara, y desplegó completamente sus alas. Se dio la vuelta y voló hacia el horizonte, en la misma dirección en que los estaba llevando la corriente, y Thor tuvo la certeza de que se estaban acercando.

Thor se dio la vuelta y oyó un ligero sonido metálico a su lado, miró hacia abajo y vio la Espada de la Muerte colgando de su cintura y se sorprendió al verla allí. Esto hacía que su viaje a la tierra de los muertos pareciera más real que nunca. Thor acarició su empuñadura de mármol, una combinación de calaveras y huesos, y la agarró con fuerza, sintiendo su energía. Su hoja tenía pequeños diamantes negros incrustados y, al levantarla para mirarla detenidamente, vio que brillaban a la luz.

Al sujetarla, se sentía muy bien teniéndola en su mano. No se había sentido así con un arma desde que había empuñado la Espada del Destino. Este arma significaba para él más de lo que podía expresar; después de todo, había conseguido escapar de aquel mundo, al igual que aquel arma y sentía que ambos eran supervivientes de una horrible guerra. Habían pasado por ello juntos. Entrar a la Tierra de los Muertos y regresar había sido como andar a través de una telaraña gigante y salir de ella. Thor sabía que se había acabado y, sin embargo, de alguna manera todavía sentía que seguía pegado a él. Al menos tenía este arma para demostrarlo.

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