Морган Райс - Una Promesa de Hermanos стр 13.

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“Haremos todo lo que haga falta”, dijo ella, “aquello que sirva mejor a vuestra causa. Si los aliados se encuentran al otro lado del Gran Desierto, que así sea. Nos pondremos en marcha enseguida. Y volveremos con ejércitos a vuestra disposición”.

Bokbu, con lágrimas en los ojos, dio un paso adelante y abrazó a Gwendolyn.

“Usted es una verdadera reina”, dijo. “Su pueblo es afortunado por tenerla”.

Gwen se dirigió a su pueblo y vio que todos la miraban fijamente, con solemnidad, sin miedo. Sabía que la seguirían a cualquier lugar.

“Preparaos para marchar”, dijo ella. “Atravesaremos el Gran Desierto. Encontraremos el Segundo Anillo. O moriremos en el intento”.

*

Sandara estaba allí, se sentía dividida mientras onservaba a Kendrick y a su gente preparándose para embarcarse en su viaje hacia el Gran Desierto. Al otro lado estaban Darius y su pueblo, el pueblo con el que se había criado, el único pueblo que había conocido jamás, preparándose para alejarse, para reunir a sus aldeas para luchar contra el Imperio. Se sentía divididda por la mitad y no sabía por qué lado decantarse. No podía soportar ver cómo Kendrick desaparecía para siempre; sin embargo, tampoco podía soportar abandonar a su gente.

Kendrick, que estaba acabando de preparar su armadura y envainar su espada, alzó la vista y la miró a los ojos. Parecía saber qué estaba pensando- siempre lo sabía. Ella podía ver también el dolor en sus ojos, un recelo hacia ella; ella no lo culpaba- todo este tiempo en el Imperio había mantenido una distancia con él, había vivido en la aldea mientras él vivía en las cuevas. Había procurado honrar a sus mayores y no casarse con alguien de otra raza.

Y, sin embargo, se dio cuenta de que no había honrado al amor. ¿Qué era más importante? ¿Honrar a las leyes de la familia de uno o honrar al corazón de uno? Esto la había atormentado cada día.

Kendrick se dirigió hacia ella.

“¿Debo imaginar que te quedarás con tu pueblo? preguntó con recelo en su voz.

Ella lo miró, indecisa, angustiada y sin saber qué decir. Ni ella misma sabía la respuesta. Se sentía congelada en el espacio, el tiempo, sentía sus pies como arraigados al suelo del desierto.

De repente, Darius se acercó a su lado.

“Hermana mía”, le dijo.

Se dio la vuelta y asintió con la cabeza, agradecida por la distracción, mientras él le pasaba un brazo por el hombro y miraba a Kendrick.

“Kendrick”, le dijo.

Kendrick asintió con respeto.

“Sabes el amor que siento por ti”, continuó Darius. “Egoístamente, quiero que te quedes”.

Respiró profundamente.

“Y, aún así, te imploro que te vayas con Kendrick”.

Sandara lo miró sorprendida.

“¿Pero por qué?” preguntó.

“Veo el amor que le tienes y el que él tiene por ti. Un amor como este no viene dos veces. Debes seguir a tu corazón, a pesar de lo que piense nuestro pueblo, a pesar de nuestras leyes. Esto es lo más importante”.

Sandara miró a su hermano pequeño, emocionada; estaba impresionada por su sabiduría.

“Realmente has crecido desde que te dejé”, dijo ella.

“No te atrevas a abandonar a tu pueblo y no te atrevas a irte con él”, dijo una voz seria.

Sandara se giró y vio a Zirk, que había estado escuchando y que dio un paso adelante, acompañado por varios de los mayores.

“Tu lugar está aquí con nosotros. Si te vas con este hombre, no volverás a ser bien recibida”.

“¿Y eso a ti qué te importa?” preguntó Darius furioso, defendiéndola.

“Cuidado, Darius”, dijo Zirk. “Puede que dirijas este ejército por ahora, pero no nos dirigirás a nosotros. No intentes hablar por nuestro pueblo”.

“Hablo por mi hermana”, dijo Darius, “y hablaré por quien me apetezca”.

Sandara vio que Darius agarraba la empuñadura de su espada y miraba fijamente a Zirk y, rápidamente, se acercó y puso la mano en su muñeca para tranquilizarlo.

“La decisión debo tomarla yo”, le dijo ella a Zirk. “Y ya la he tomado”, dijo, sintiendo una ráfaga de indignación, que le hizo decidir repentinamente. No permitiría que aquella gente decidiera por ella. Había permitido que los mayores dictaran su vida desde que tenía uso de razón, y ahora había llegado el momento.

“Kendrick es mi amado”, dijo, dirigiéndose a Kendrick, que la miraba sorprendido. Mientras pronunciaba las palabras, sabía que eran ciertas y sintió una ráfaga de amor por él, sintió una ola de culpa por no haberlo abrazado antes delante de los demás. “Su pueblo es mi pueblo. Él es mío y yo soy suya. Y nada, ni nadie, ni tú, ni nadie, nos puede separar”.

Se giró hacia Darius.

“Adiós, hermano mío”, dijo ella. “Me voy con Kendrick”.

Darius hizo una amplia sonrisa, mientras Zirk los miraba con mala cara.

“Jamás vuelvas a mirarnos a la cara”, escupió y, a continuación, se dio la vuelta y se marchó, seguido por los mayores.

Sandara volvió hacia Kendrick e hizo lo que siempre había deseado hacer desde que llegaron aquí. Lo besó abiertamente, sin miedo, delante de todos, finalmente podía expresar su amor por él. Para gran alegría de ella, él también la besó, cogiéndola en sus brazos.

“Cuídate, hermano mío”, dijo Sandara.

“Tú también, hermana mía. Nos volveremos a encontrar”.

“En este mundo o en el próximo”, dijo ella.

Con esto, Sandara se dio la vuelta, cogió a Kendrick del brazo y, juntos, se unieron a su pueblo, en dirección hacia el Gran Desierto, hacia una muerte segura, pero ella estaba dispuesta a ir a cualquier parte del mundo, siempre que estuviera al lado de Kendrick.

CAPÍTULO OCHO

Godfrey, Akorth, Fulton, Merek y Ario, vestidos con las túnicas de los Finianos, caminaban por las brillantes calles de Volusia, todos en guardia, agrupados y muy tensos. El entusiasmo de Godfrey hacía rato que se había desvanecido y había hecho camino por calles desconocidas, con los sacos de oro a la cintura, maldiciéndose a sí mismo por haberse ofrecido voluntario para esta misión y rompiéndose la cabeza para ver qué harían a continuación. Daría cualquier cosa por una bebida ahora mismo.

Qué idea más terrible y horrorosa había tenido de venir aquí. ¿Por qué narices había tenido un momento tan estúpido de caballerosidad? ¿Y qué era la caballerosidad al fin y al cabo? Un momento de pasión, de altruismo, de locura. Esto solo hacía que se le secara la garganta, que el corazón le palpitara, que las manos le temblaran. Odiaba aquella sensación, odiaba cada segundo así. Deseaba haber cerrado la boca. La caballerosidad no era para él.

¿O sí?

Y a no estaba seguro de nada. Lo único que sabía ahora mismo es que quería sobrevivir, vivir, beber, estar en cualquier lugar menos aquí. Daría cualquier cosa por una cerveza ahora mismo. Vendería el acto más heroico por una pinta de cerveza.

“¿Y a quién vamos a untar exactamente?” preguntó Merek, acercándose a su lado, mientras caminaban juntos por las calles.

Godfrey se rompía la cabeza.

“Necesitamos a alguien de dentro de su ejército”, dijo él finalmente. “Un comandante. No demasiado alto. Alguien lo suficientemente alto. Alguien a quién le importe más el oro que matar”.

“¿Y dónde encontraremos una persona así?” preguntó Ario. “No podemos exactamente marchar hacia sus barracas”.

“Desde mi experiencia, solo existe un sitio fiable en el que encontrar a alguien de ética imperfecta”, dijo Akorth. “Las tabernas”.

“Ahora has hablado”, dijo Fulton. “Ahora, finalmente, alguien ha dicho algo sensato”.

“Suena como una idea horrible”, replicó Ario. “Suena a que simplemente te apetece un trago”.

“Bien, me apetece”, dijo Akorth. “¿Y qué hay de malo en ello?”

“¿Tú qué crees?” replicó Ario. “¿Qué vas a entrar en una taberna, vas a encontrar un comandante y sobornalo? ¿Es así de fácil?”

“Bueno, finalmente el niño tiene razón en algo”, dijo Merek metiéndose en la conversación. “Es una mala idea. Echarían un vistazo a nuestro oro, nos matarían y lo cogerían para ellos”.

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