Apenas había llegado el bote a la orilla del canal cuando ella saltó y corrió hacia el muro con Marco siguiéndola de cerca. Corrió por entre las grandes rocas raspándose codos y rodillas pero sin que esto le importara. Quedándose sin aliento, subió y resbaló por las rocas pensando sólo en su padre, en llegar al otro lado, y apenas si comprendía que estos escombros fueron en una ocasión los grandes edificios de Ur.
Miró por sobre su hombro al escuchar los gritos y, teniendo una posición elevada para ver todo Ur desde aquí, se consternó al ver media ciudad en ruina. Los edificios estaban derribados, había montañas de escombros en las calles y todo estaba cubierto por una nube de polvo. Vio a la gente de Ur huir por sus vidas en todas direcciones.
Se dio la vuelta y continuó escalando yendo en dirección opuesta a la gente, deseando entrar en la batalla en vez de huir de ella. Finalmente llegó a la cima del muro de roca y, al observar, su corazón se paralizó. Se quedó congelada en su lugar e incapaz de moverse. Esto no se parecía nada a lo que estaba esperando.
Dierdre esperaba ver una gran batalla desarrollándose ahí abajo, ver a su padre peleando valientemente y con sus hombres a su lado. Esperaba poder correr y unírsele, salvarlo, pelear a su lado.
Pero en vez de eso, lo que vio la hizo querer desplomarse y morir.
Ahí estaba su padre, con el rostro en la arena, en un charco de sangre y con un hacha en la espalda.
Muerto.
Todo a su alrededor había docenas de soldados muertos también. Miles de soldados Pandesianos salían de los barcos como hormigas, esparciéndose y cubriendo la playa, apuñalando cada cuerpo para asegurarse de que estuviera muerto. Pisaron el cuerpo de su padre y de los otros mientras se dirigían hacia el muro de escombros y hacia ella.
Dierdre miró hacia abajo al escuchar ruido y vio que algunos Pandesianos ya estaban ahí, escalando y dirigiéndose hacia ella a unos treinta pies de distancia.
Dierdre, llena de desesperación, angustia y rabia, se hizo hacia adelante y arrojó su lanza hacia el primer Pandesiano que vio subir. Este volteó hacia arriba claramente sin esperar que alguien estuviera encima del muro, sin esperar que nadie fuera tan descabellado como para encararse con el ejército invasor. La lanza de Dierdre lo impactó en el pecho haciendo que resbalara y cayera llevando a otros soldados con él.
Los otros soldados se juntaron y levantaron sus lanzas arrojándoselas a ella. Pasó tan rápido que Dierdre se congeló indefensa deseando ser atravesada y lista para morir. Deseaba morir. Había llegado muy tarde; su padre estaba muerto allá abajo y ahora ella, abrumada por la culpa, deseaba morir con él.
“¡Dierdre!” gritó una voz.
Dierdre escuchó a Marco a su lado y un momento después sintió cómo la tomaba y la jalaba hacia el otro lado del escombro. Las lanzas pasaron sobre su cabeza justo donde ella había estado parada, y esto hizo que ella tropezara y resbalara bajando la pila de escombros junto con Marco.
Sintió un terrible dolor mientras los dos daban vueltas por los escombros de piedra que los golpeaban en las costillas y todo el cuerpo, raspándolos y cortándolos en todas partes hasta que finalmente se detuvieron.
Dierdre se quedó recostada por un momento respirando con dificultad, sintiendo que había perdido el aliento y preguntándose si había muerto. Apenas si se dio cuenta de que Marco acababa de salvarle la vida.
Marco, recuperándose rápidamente, la tomó y la hizo que se pusiera de pie. Corrieron juntos tropezando y con dolor en todo el cuerpo, alejándose del muro y regresando a las calles de Ur.
Dierdre miró por sobre su hombro y vio que los Pandesianos ya estaban llegando a la cima. Vio cómo levantaban arcos y empezaban a disparar flechas, haciendo que lloviera muerte sobre la ciudad.
Dierdre escuchó gritos todo alrededor mientras las personas caían por las flechas y lanzas que oscurecían el cielo. Dierdre vio una flecha que venía directamente hacia Marco y ella lo tomó y jaló quitándolo de en medio y hacia un muro de roca. Se escucharon las flechas golpeando la piedra detrás de ellos y Marco la miró con gratitud.