Морган Райс - La fábrica mágica стр 8.

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—Hola —dijo la Sra. Belfry sonriendo—. ¿Tú eres Oliver?

Oliver asintió. Aunque era el primero en estar allí, de repente se sintió muy tímido. Por lo menos, parecía que esta profesora lo esperaba. Eso era un alivio.

—Encantada de conocerte —dijo la Sra. Belfry, alargando la mano para dársela.

Todo era muy formal, pero para nada lo que esperaba Oliver teniendo en cuenta lo que había experimentado en el Campbell Junior High hasta el momento. Pero le dio la mano. Tenía una piel muy cálida y su conducta amable y respetuosa le ayudó a sentirse a gusto.

—¿Tuviste ocasión de leer un poco? —preguntó la Sra. Belfry.

Oliver abrió los ojos como paltos y sintió un pequeño ataque de pánico en el pecho.

—No sabía que había que leer algo.

—No pasa nada —dijo la Sra. Belfry para tranquilizarlo, sonriendo con su amable sonrisa—. No hay de qué preocuparse. Este trimestre estamos aprendiendo acerca de científicos y algunos personajes históricos importantes —Señaló hacia un retrato en blanco y negro que había en la pared—. Este es Charles Babbage, inventó la…

—… calculadora —terminó Oliver.

La Sra. Belfry sonrió y aplaudió.

—¿Ya lo sabías?

Oliver asintió.

—Sí. Y a menudo se le atribuye ser el padre del ordenador, pues fueron sus diseños los que llevaron a su invención —Miró hacia la siguiente retrato que había en la pared—. Y ese es James Watt —dijo—. El inventor de la máquina de vapor.

La Sra. Belfry asintió. Parecía entusiasmada.

—Oliver, ya puedo decirte que vamos a llevarnos estupendamente.

Justo entonces, se abrió la puerta y entraron los compañeros de Oliver a raudales. Tragó saliva, su ansiedad había vuelto en una enorme avalancha.

—¿Por qué no te sientas? —sugirió la Sra. Belfry.

Él asintió y se apresuró a ir al asiento más cercano a la ventana. Si se complicaba todo mucho, como mínimo podría mirar hacia fuera e imaginarse en algún otro lugar. Desde allí, tenía una gran vista del barrio, de todos los trozos de basura y las hojas crujientes del otoño que se llevaba el viento. Las nubes allá arriba parecían incluso más oscuras que por la mañana. Esto no ayudaba a la sensación de premonición de Oliver.

El resto de los niños de la clase hacían mucho ruido y estaban muy alborotados. A la Sra. Belfry le llevó un buen rato tranquilizarlos para poder empezar la clase.

—Hoy seguiremos donde lo dejamos la semana pasada —dijo, teniendo que subir la voz para que la oyeran por encima del escándalo, se dio cuenta Oliver—. Con algunos increíbles inventores de la Segunda Guerra Mundial. Me pregunto si alguien sabe quién es.

Sujetó en alto una foto en blanco y negro de una mujer sobre la que Oliver había leído en su libro de inventores. Katharine Blodgett, que inventó la máscara antigás, la cortina de humo y el vidrio no reflejante que se usó en los periscopios submarinos en tiempos de guerra. Después de Armando Illstrom, Katharine Blodgett era una de las inventoras favoritas de Oliver, pues pensaba que todos los avances tecnológicos que había hecho en la Segunda Guerra Mundial eran fascinantes.

Justo entonces, se dio cuenta de que la Sra. Belfry lo estaba mirando expectante. Seguramente por la cara que ponía él podía decir que él sabía exactamente quién era la de la foto. Pero después de las experiencias de hoy, le daba miedo decir cualquier cosa en voz alta. Con el tiempo, su clase descubriría que era un empollón; Oliver no quería acelerar el proceso.

Pero la Sra. Belfry le hizo una señal con la cabeza, entusiasta y alentadora. Contra su propia convicción, abrió la boca.

—Es Katharine Blodgett —dijo, por fin.

La sonrisa de la Sra. Belfry estalló en su rostro, mostrando sus encantadores hoyuelos.

—Correcto, Oliver. ¿Puedes decir a la clase quién es? ¿Qué inventó?

Oliver oyó unas risitas por lo bajo detrás de él. Los niños ya se estaban dando cuenta de su condición de empollón.

—Fue una inventora durante la Segunda Guerra Mundial —dijo—. Creó montones de inventos importantes y útiles en tiempos de guerra, como los periscopios submarinos. Y las máscaras antigás, que salvaron la vida de muchas personas.

La Sra. Belfry parecía entusiasmada con Oliver.

—¡FRIQUI! —gritó alguien desde atrás.

—No, Paul, gracias —dijo la Sra. Belfry seriamente al chico que había gritado. Se dirigió hacia la pizarra y empezó a escribir acerca de Katharine Blodgett.

Oliver sonrió para sí mismo. Después del bibliotecario que le había regalado el libro de los inventores, la Sra. Belfry era la adulta más amable que jamás había conocido. Su entusiasmo era como un escudo a prueba de balas que Oliver podía ponerse sobre los hombros para parar las crueles palabras del resto de su clase. Se relajó en la clase, más a gusto de lo que había estado en días.

***

Más pronto de lo que esperaba, sonó el timbre anunciando el final del día. Todos salieron a toda prisa, corriendo y gritando. Oliver recogió sus cosas y fue hacia la salida.

—Oliver, estoy muy impresionada con tus conocimientos —dijo la Sra. Belfry cuando se encontró con él en el pasillo—. ¿Dónde aprendiste acerca de todas estas personas?

—Tengo un libro —explicó él—… Me gustan los inventores. Yo quiero serlo.

—¿Haces tus propios inventos? —preguntó, al parecer entusiasmada.

Él dijo que sí con la cabeza pero no dijo nada sobre su capa de invisibilidad. ¿Y si ella pensaba que era absurdo? No podría soportar ver algo parecido a la burla en su cara.

—Creo que eso es fantástico, Oliver —dijo, asintiendo—. Es importante tener sueños que seguir. ¿Quién es tu inventor favorito?

Oliver recordó la cara de Armando Illstrom en la foto descolorida de su libro.

—Armando Illstrom —dijo—. No es muy famoso, pero inventó un montón de cosas chulas. Incluso intentó hacer una máquina del tiempo.

—¿Una máquina del tiempo? —dijo la Sra. Belfry, levantando las cejas—. Eso es fascinante.

Oliver asintió, se sentía más capaz de sincerarse gracias a su apoyo.

—Su fábrica está cerca de aquí. Pensaba en ir a visitarla.

—Debes hacerlo —dijo la Sra. Belfry, con su cálida sonrisa—. Mira, cuando yo tenía tu edad, me encantaba la física. Todos los otros niños se burlaban de mí, no entendían por qué quería hacer circuitos en lugar de jugar con las muñecas. Pero un día, mi físico favorito absoluto vino a la ciudad a grabar un capítulo de su programa de televisión. Fui hasta allí y después hablé con él. Me dijo que nunca abandonara mi pasión. Incluso aunque las otras personas me dijeran que era rara por interesarme por ello, si yo tenía un sueño, debía seguirlo. Si no hubiera sido por esa conversación, yo no estaría aquí hoy. Nunca subestimes lo importante que es recibir ánimo de alguien que lo da, especialmente cuando parece que nadie más lo hace.

Las palabras de la Sra. Belfry impactaron fuertemente a Oliver. Por primera vez ese día, se sentía optimista. Ahora estaba completamente decidido a encontrar la fábrica y ver a su héroe cara a cara.

—Gracias, Sra. Belfry —dijo, sonriéndole—. ¡Nos vemos en la siguiente clase!

Mientras se alejaba corriendo y dando saltitos, oyó que la Sra. Belfry gritaba:

—¡Sigue siempre tus sueños!

CAPÍTULO TRES

Oliver caminaba fatigosamente hacia la parada del autobús, luchando contra las ráfagas de viento. Su mente estaba centrada en su consuelo, en el único rayo de luz en este nuevo capítulo oscuro de su vida: Armando Illstrom. Si podía encontrar al inventor y a su fábrica, la vida sería por lo menos soportable. Quizás Armando Illstrom podría ser su aliado. Un hombre que alguna vez había intentado inventar una máquina del tiempo seguramente sería el tipo de persona que se llevaría bien con un chico que estaba intentando hacerse invisible. Seguramente él, de entre todos, podría manejar algunas de las idiosincrasias de Oliver. ¡Como mínimo, sería más empollón de lo que lo era Oliver!

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