Морган Райс - Un Grito De Honor стр 12.

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En el rincón de la sala estaba sentado un solo hombre en una pequeña silla de terciopelo rojo, vistiendo una bata de seda, y había mujeres encadenadas a ambos lados de él. De pie, detrás de él, estaban unos hombres enormes, musculosos; sus rostros estaban llenos de cicatrices; eran más altos y más fornidos que Erec, mirando como si les emocionara matar a alguien.

Erec vio la escena y se dio cuenta exactamente de lo que estaba pasando: esto era una guarida de sexo, esas mujeres eran de alquiler y ese hombre en la esquina era el jefe, el hombre que se había robado a Alistair – y probablemente se había robado a todas estas mujeres, también. Erec se dio cuenta de que Alistair podría incluso estar ahora en esta habitación.

Entró en acción, corriendo frenéticamente entre los pasillos de mujeres y buscándola entre todas esas caras. Había varias docenas de mujeres en esta sala, algunas desmayadas, y la habitación estaba tan oscura que era difícil darse cuenta de inmediato. Buscó en cada cara, caminando a través de las filas, cuando de repente una gran mano le golpeó en el pecho.

"¿Ya pagó?", dijo una voz áspera.

Erec levanó la vista y vio a un hombre enorme parado cerca de él, con el ceño fruncido.

"Si quiere mirar a las mujeres, tiene que pagar", dijo el hombre con su voz baja. "Esas son las reglas".

Erec desdeñó al hombre, sintiendo un odio creciendo dentro de él, y entonces antes de que el hombre pudiera parpadear, subió la mano y lo golpeó justo en su esófago.

El hombre abrió la boca, con los ojos abiertos de par en par, luego cayó de rodillas, agarrando su garganta. Erec se acercó y le dio un codazo en la sien, y el hombre cayó de bruces.

Erec caminó rápidamente a través de las filas, buscando desesperadamente a Alistair entre los rostros, pero ella no estaba a la vista. Ella no estaba aquí.

El corazón de Erec latía aceleradamente mientras se apresuraba a ir al extremo lejano de la habitación, hacia el viejo sentado en la esquina, mirando todo.

"¿Has encontrado algo que te guste?", preguntó el hombre. "¿Algo por lo que quieras ofertar?".

"Estoy buscando a una mujer", comenzó a decir Erec, con su voz de acero, tratando de mantener la calma, "y sólo voy a decirlo una vez. Es alta, con largos cabellos rubios y ojos azul-verdoso. Su nombre es Alistair. Fue sacada de Savaria hace apenas uno o dos días. Me dijeron que la trajeron aquí. ¿Es cierto?".

El hombre sacudió lentamente la cabeza, sonriendo.

"Me temo que la propiedad que buscas ya ha sido vendida", dijo el hombre. "Pero era un buen ejemplar. Tienes buen gusto. Elige otra, y te daré un descuento“.

Erec lanzó una mirada iracunda, sintiendo una rabia dentro de él, como nunca había sentido.

"¿Quién se la llevó?". Erec gruñó.

El hombre sonrió.

"Vaya, parece que tienes una fijación con esta esclava en particular".

"Ella no es una esclava", gruñó Erec. "Ella es mi esposa".

El hombre lo miró, sorprendido – después, de repente echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

"¡Tu esposa! Ésa es buena. Ya no lo es, amigo. Ahora es el juguete de otro". Entonces la cara del mesonero se hizo sombría, se convirtió en un ceño fruncido diabólico, mientras hacía un gesto a sus secuaces y agregó: "Ahora desháganse de este pedazo de basura".

Los dos hombres musculosos se acercaron, y con una velocidad que sorprendió a Erec, ambos arremetieron contra él a la vez, estirando la mano para sujetarlo del pecho.

Pero no se dieron cuenta de a quién estaban atacando. Erec era más rápido que los dos juntos, eludiéndolos, agarrando la muñeca de uno de ellos y doblándola hasta que el hombre cayó de espaldas y luego le dio un codazo al otro en la garganta, al mismo tiempo. Erec dio un paso adelante y machacó la tráquea del hombre en el suelo, noqueándolo, luego se inclinó hacia adelante y le dio un cabezazo al otro, que estaba agarrando su garganta, noqueándolo también.

Los dos hombres yacían inconscientes, y Erec caminó sobre sus cuerpos hacia el mesonero, que ahora estaba sacudiendo su silla, con los ojos muy abiertos de miedo.

Erec estiró la mano hacia adelante, agarró al hombre de los cabellos, tiró hacia atrás su cabeza y puso un puñal en su garganta.

"Dime dónde está, y tal vez podría dejarte vivir", gruñó Erec.

El hombre tartamudeó.

"Te lo diré, pero estás perdiendo tu tiempo", respondió. "La he vendido a un lord. Tiene su propio ejército de caballeros y vive en su propio castillo. Es un hombre muy poderoso. Su castillo nunca ha sido traspasado. Y además de eso, tiene todo un ejército de reserva. Es un hombre muy rico – tiene un ejército de mercenarios dispuestos a hacer su oferta en cualquier momento. Cualquier chica que compra, se queda con ella. No hay manera que puedas liberarla. Así que regresa por donde viniste. Ella ya no está".

Erec sostuvo la daga más cerca de la garganta del hombre hasta que empezó a brotar la sangre, y el hombre gritó.

"¿Dónde está ese lord?". Erec gruñó, perdiendo la paciencia.

"Su castillo está al oeste de la ciudad. Sigue la entrada oeste de la ciudad y hasta topar con pared. Verás su castillo. Pero es una pérdida de tiempo. Pagó buen dinero por ella – más de lo que valía".

Thor ya había tenido suficiente. Sin demora, rebanó la garganta de ese comerciante de sexo, matándolo. La sangre se derramaba por todas partes, mientras se desplomaba en su asiento, muerto.

Erec miró hacia abajo al cadáver, a los secuaces inconscientes y sintió asco por todo ese lugar. No podía creer que existiera.

Erec atravesó la habitación y comenzó a cortar las cuerdas que ataban a todas las mujeres, cortando la gruesa, liberándolas una a la vez. Varias de ellas se levantaron de un salto y corrieron hacia la puerta. Pronto toda la habitación estaba libre y corrieron atropelladamente hacia la puerta. Algunas estaban demasiado drogadas para moverse, y otras les ayudaban.

"Quienquiera que sea usted", dijo una mujer a Erec, deteniéndose en la puerta, "bendito sea. Y dondequiera que vaya, que Dios lo ayude“.

Erec apreció el agradecimiento y la bendición; y presintió que, a donde quiera que él fuera, iba a necesitarlos.

CAPÍTULO DIEZ

Rayaba el alba, entrando a través de las pequeñas ventanas de la cabaña de Illepra, cayendo sobre los ojos cerrados de Gwendolyn y despertándola lentamente. El primer sol, un naranja tenue, la acariciaba, despertándola en el silencio del cercano amanecer. Ella parpadeó varias veces, al principio estaba desorientada, preguntándose dónde estaba. Y entonces se dio cuenta:

Godfrey.

Gwen se había quedado dormida en el piso de la cabaña, acostada en una cama de paja, cerca de la cama de él. Illepra durmió junto a Godfrey, y había sido una noche larga para los tres. Godfrey había estado gimiendo durante toda la noche, dando vueltas, e Illepra lo había cuidado sin cesar. Gwen había estado ahí para ayudar de cualquier forma que pudiera, para traer trapos húmedos, exprimiéndolos, colocándolos en la frente de Godfrey y entregando a Illepra las hierbas y ungüentos que continuamente solicitaba. La noche parecía interminable; muchas veces Godfrey había gritado, y ella estaba segura de que se estaba muriendo. Más de una vez él había llamado a su padre, y eso le había dado a Gwen un escalofrío. Ella sintió la presencia de su padre, merodeando entre ellos fuertemente. Ella no sabía si su padre querría que su hijo viviera o muriera – su relación siempre había estado cargada de tensión.

Gwen también había dormido en la cabaña, porque ella no sabía a dónde ir. Se sentía insegura de regresar al castillo, de estar bajo el mismo techo que su hermano; se sentía segura aquí, al cuidado de Illepra, con Akorth y Fulton haciendo guardia en la puerta. Ella creía que nadie sabía dónde estaba, y quería que así siguiera siendo. Además, se había encariñado con Godfrey en estos últimos pocos días, había descubierto al hermano que nunca había conocido, y le dolía pensar que estaba muriendo.

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