Морган Райс - Un Reino De Hierro стр 12.

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Un momento después, Stara sentía como si cada hueso de su cuerpo se estuviera rompiendo mientras se estrellaba en los arbustos – que escasamente detuvieron su caída – y continuó hasta que llegó al suelo. Sentía que el viento le había sacado el aire, y estaba segura de que se había lastimado una costilla. Sin embargo, al mismo tiempo se hundió varias pulgadas y se dio cuenta de que la tierra era más suave y fangosa de lo que había imaginado, y que eso amortiguó su caída.

Los otros también cayeron junto a ella, y todos comenzaron a hundirse conforme el lodo cedía. Stara no había esperado que aterrizarían en una ladera escarpada, y antes de que pudiera detenerse, se estaba deslizando con los demás cuesta abajo, todos atrapados en un alud.

Rodaron y se deslizaron, y pronto las aguas brotantes los llevó cuesta abajo de la montaña a toda velocidad. Mientras ella resbalaba, Stara miró hacia atrás sobre su hombro y vio el castillo de su padre desapareciendo rápidamente de su vista y se dio cuenta de que al menos los estaba llevando lejos de sus agresores.

Stara miró hacia abajo y apenas logró esquivar las piedras en su camino, yendo tan rápidamente que apenas podía respirar. El lodo era increíblemente resbaladizo, y la lluvia caía con más fuerza, su mundo giraba a la velocidad de la luz. Ella intentó ir despacio, sujetándose del lodo, pero fue imposible.

Mientras Stara se preguntaba si esto terminaría alguna vez, se llenó de pánico al recordar hacia dónde conducía esta pendiente: justo al lado de un acantilado. Ella se dio cuenta muy pronto de que si no paraban pronto, todos morirían.

Stara vio que ninguno de los otros podía dejar de deslizarse, todos iban agitándose, gimiendo, tratando con todas sus fuerzas, pero era inútil. Stara vio con temor que la caída se aproximaba rápidamente. Sin forma de detenerse, estaban a punto de ir directamente al despeñadero.

De repente, Stara vio a Srog y a Matus virar a la izquierda hacia una pequeña cueva situada en el borde del precipicio. De alguna manera lograron estrellarse en las rocas con los pies por delante, deteniéndose justo antes de que fueran al despeñadero.

Stara intentó cavar sus talones en el lodo, pero nada funcionaba; simplemente giró y dio volteretas, y viendo que el precipicio se acercaba a ella gritó, sabiendo que estaría sobre el borde en cuestión de segundos.

De repente, Stara sintió una mano áspera agarrando la parte posterior de su blusa, ralentizando su velocidad y luego deteniéndola. Ella miró hacia arriba y vio a Reece. Él se aferraba a un árbol endeble, con un brazo alrededor de éste en el borde del precipicio, con su otra mano la sostenía a ella mientras el agua y el lodo brotaban, tirando de ella para alejarla. Ella estaba perdiendo terreno, casi colgando sobre el borde. Él había evitado que ella cayera, pero perdía terreno.

Reece no podía continuar sujetándola y sabía que si no la soltaba, ambos caerían juntos. Ambos morirían.

"¡Suéltame!", le gritó ella a él.

Él movió la cabeza, inflexible.

"¡Nunca!", gritó, con la cara chorreando de agua, sobre la lluvia.

Reece de repente se soltó el árbol para que pudiera sujetarla de las muñecas con ambas manos; al mismo tiempo, envolvió sus piernas alrededor del árbol, sosteniéndose a sí mismo por detrás. Él tiró de ella hacia sí mismo con todas sus fuerzas, sus piernas eran lo único que evitaba que ambos cayeran.

Con un movimiento final gimió y gritó y logró tirar de ella fuera de la corriente, a un costado, y eso hizo que ella girara hacia la cueva con los demás. Reece rodó con ella fuera de la corriente mientras pasaban, y la ayudó mientras se arrastraba.

Cuando llegaron a la seguridad de la cueva, Stara se derrumbó agotada, acostándose de frente en el fango, muy agradecida por estar viva.

Mientras yacía allí, respirando con dificultad, empapada, se sorprendió no por lo cerca que había estado de la muerte sino por una cosa: ¿Reece todavía la amaba? Se dio cuenta que le importaba más eso, que si había sobrevivido o no.

*

Stara se sentó hecha ovillo alrededor del pequeño fuego dentro de la cueva, con los demás cerca, finalmente comenzando a secarse. Ella miró a su alrededor y se dio cuenta de que los cuatro parecían supervivientes de una guerra, con las mejillas hundidas, todos mirando fijamente las llamas, con las manos arriba y frotándolas intentando refugiarse de la incesante humedad y frío. Escuchaban el viento y la lluvia, elementos constantes de las Islas Superiores, que golpeaban afuera. Parecía que no acabaría nunca.

Ya era de noche, y habían esperado todo el día para encender esta fogata, por temor a ser vistos. Finalmente, todos habían tenido tanto frío y cansancio y se sentían tan miserables, que se habían arriesgado. Stara sintió que había pasado suficiente tiempo desde su fuga, y además, no había manera de que aquellos hombres se atreverían a aventurarse a bajar a esos acantilados. Era demasiado empinado y húmedo, y si lo hacían, morirían en el intento.

Aún así, los cuatro quedaron atrapados aquí, como prisioneros. Si ponían un pie fuera de la cueva, finalmente un ejército de hombres de las Islas Superiores los encontrarían y los matarían. Su hermano tampoco tendría piedad con ella. Era inútil.

Se sentó cerca de un lejano y taciturno Reece, y reflexionó sobre los acontecimientos. Ella había salvado la vida de Reece en el fuerte, pero él había salvado la de ella en el acantilado. ¿A él todavía le importaba ella como una vez lo hizo? ¿De la forma en que a ella le importaba él? ¿O todavía estaba molesto por lo que le había sucedido a Selese? ¿La culpaba? ¿Alguna vez la perdonaría?

Stara no podía imaginar el dolor que él estaba pasando aunque estaba allí sentado, con la cabeza en sus manos, mirando fijamente al fuego como un hombre que estaba perdido. Se preguntaba qué era lo que pasaba por su mente. Parecía ser un hombre con nada qué perder, como un hombre que había estado al borde del sufrimiento y no había regresado. Un hombre azotado por la culpa. No se veía como el hombre que había conocido alguna vez, el hombre tan lleno de amor y alegría, de sonrisa fácil que le había prodigado amor y cariño. Ahora, en cambio, parecía como si algo hubiera muerto dentro de él.

Stara miró hacia arriba, temerosa de enfrentar la mirada de Reece, pero necesitando ver su rostro. Secretamente esperaba que él la estuviese mirando, pensando en ella. Pero cuando lo vio, se descorazonó cuando vio que él no la miraba en absoluto. En cambio, sólo miraba las llamas, era la mirada más solitaria que había visto en su rostro.

Stara no podía dejar de preguntarse por millonésima vez si lo que había existido entre ellos había terminado, si se había arruinado por la muerte de Selese. Por millonésima vez, maldijo a sus hermanos, y a su padre, por poner en acción un plan tan artero. Ella siempre había querido que Reece fuera de ella, por supuesto; pero nunca habría consentido el subterfugio que la había llevado a su fallecimiento. Nunca había querido que Selese muriera, ni siquiera que fuera lastimada. Había esperado que Reece le diera la noticia de una manera suave, y que aunque se molestara, entendiera, y no que se suicidara. Ni que destruyera la vida de Reece.

Ahora todos los planes de Stara, su futuro entero, se habían derrumbado ante sus ojos gracias a su horrible familia. Matus era el único sensato que quedaba en su linaje. Pero Stara se preguntaba qué sería de él, de los cuatro. ¿Se pudrirían y morirían aquí, en esta cueva? Con el tiempo, tendrían que dejarla. Y ella sabía que los hombres de su hermano eran implacables. Él no se detendría hasta que los hubiese matado a todos, especialmente después de que Reece había matado a su padre.

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