María Acosta - Atropos стр 3.

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Además de ir al colegio, hace algo útil y remunerativo, aunque fuese poco lo que podía reunir.

No era mucho, pero para un chaval que estudia siempre es mejor que nada.

Era así como hablaban sobre el trabajillo que había encontrado su hijo.

No es el único, de esta forma ha conocido otros chavales de su edad con quienes, a veces, sale a pasear, se encuentran en los jardines Margherita o en la Plaza Mayor el sábado después de comer, se divierten, y a veces se va a cenar fuera con ellos.

Con el poco dinero que gana se lo puede permitir sin que nosotros le demos ni un euro.

Era un trabajo fácil, se trataba sólo de repartir publicidad. ¿Quién no sabría hacer un trabajo semejante? Sólo hacía falta distribuir los panfletos publicitarios por todas partes. En los edificios, en los lugares públicos o en la calle, y nada más. No le pedían nada más, ninguna obligación.

Fácil, tan fácil como beber un vaso de agua.

Y era aquello lo que hacía cada día después de comer, una hora o al máximo dos al día, sólo en los días entre semana, después de haber ido a la escuela y haber terminado los deberes. El fin de semana reposaba, se divertía y gastaría una parte mínima del dinero ganado: como muchacho diligente que era, había llegado a un acuerdo con sus padres para que se quedasen la mitad; ahora que tenía la posibilidad, quería contribuir en lo que podía con los gastos de la casa.

Continuaba de esta manera con su trabajo, con la típica frivolidad de su edad, sin preguntarse ni siquiera qué clase de publicidad era.

4

La tarde del mismo día, a las 18:30, el inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron a vía Cracovia para hablar con Paolo Carnevali.

Tocaron el timbre y después de algunos minutos entraron en su apartamento.

“Me han avisado hace un rato de vuestra llegada,” explicó el hombre. “Os estaba esperando. Poneos cómodos en la sala.”

Se sentaron a una mesa rectangular de medianas dimensiones y, después de las presentaciones, Zamagni comenzó a hablar.

“Nos debe perdonar por la hora. No sé si está habituado a cenar pronto, de todas formas no tardaremos mucho.”

“No se deben preocupar,” respondió Carnevali. “Ante todo me gustaría saber el motivo de vuestra visita.”

“Querríamos que nos hablase de Lucia Mistroni.”

“¿Qué ha hecho? ¿Le ha sucedido algo?”

Parecía que no supiese nada de lo que le había ocurrido a su ex novia o, si lo sabía, lo escondía muy bien.

“Esta mañana su madre la ha encontrado muerta en su piso.”

Paolo Carnevali cerró los ojos durante un momento, a continuación los abrió y dijo: “Lo siento muchísimo. ¿Cómo ha sucedido? ¿Habéis ya descubierto algo? Imagino que, si estáis aquí, es demasiado pronto para saber el nombre del culpable.’”

“Todavía estamos trabajando en ello,” explicó Zamagni, “Por el momento sabemos que la madre fue a casa de la hija y, no recibiendo ninguna respuesta, volvió a su casa a coger su copia de las llaves. Cuando ha abierto la puerta del piso Lucia Mistroni estaba tendida en el suelo.”

A menos, por el momento, no dijo nada sobre las llamadas amenazantes.

“Espero que podáis encontrar pronto al culpable. ¿Por qué habéis venido a hablar conmigo? No veía a Lucia desde que nos habíamos separado, algunos meses atrás.”

“Debemos seguir todas las pistas y la del ex novio es una de ellas.”

“Como os he dicho, yo no sé nada. No veía a Lucía desde hace meses.”

“Sabemos que en los últimos tiempos os peleabais a menudo,” dijo el inspector.

“¿Os lo ha dicho la madre?”

“Sí.”

“Entiendo. Muy bien, en el último período de nuestro noviazgo peleábamos, pero esto no significa que yo sea culpable.”

“No queremos decir esto. Como le he dicho, debemos seguir cada pista que nos pueda llevar al responsable de todo lo que ha ocurrido. ¿Por qué os peleabais?”

Hubo una pequeña pausa, durante la cual Paolo meditó antes de responder: “Podríamos decir que cualquier pretexto era bueno para comenzar una acalorada discusión entre nosotros. La relación, por alguna razón, había tomado este camino en los últimos meses. Peleábamos incluso por las cosas más tontas.”

El agente Finocchi estaba tomando apuntes, anotando la más mínima cosa.

“Comprendo,” dijo el inspector. “Parece ser que la señorita Mistroni, desde hacía un tiempo, recibía llamadas telefónicas amenazantes. ¿Tiene idea de quién pudiese hacerlas? Que usted sepa, ¿conoce a alguien capaz de llegar tan lejos? Alguien que conociese a Lucia y con el que hubiese ocurrido algo particularmente desagradable.”

“No puedo ayudarles, lo siento.”

Al parecer, del señor Carnevali no iban a obtener nada, al menos por el momento.

“Muy bien. En el caso de que recordase alguna cosa con respecto a la señorita Mistroni, llámenos y pregunte por mí.”

El hombre asintió.

“Ah, una última cosa,” dijo el inspector Zamagni despidiéndose antes de descender las escaleras, “Permanezca disponible.”

5

“¿Puedo pagar con la tarjeta de crédito?”, preguntó la mujer.

“Por supuesto,” le contestó la empleada del gimnasio.

“Perfecto. ¿Qué documento debo rellenar para inscribirme?”

“Aquí lo tiene. Rellene todos las secciones y, si tiene alguna duda, no dude en preguntar,” le recomendó la rubia que estaba detrás del mostrador. “Escriba en letras mayúsculas.”

La otra mujer asintió y cogió el bolígrafo que encontró atado a un cordoncillo.

“¿Mariolina Spaggesi? ¿Es correcto?” peguntó la empleada.

“Sí.”

“¿Y vive en vía San Vitale número 12, verdad?”

“Exacto.”

“Bien. Yo diría que todo es perfectamente legible.”

A continuación le dio un folio en el que estaba especificado el reglamento del gimnasio.

Mariolina Spaggesi lo plegó, lo metió en el bolso y, saliendo, se despidió de la otra mujer, para después tomar el camino hacia su casa.

No veía la hora de comenzar: desde hacía tiempo se había prometido a si misma asistir a un gimnasio, por libre, sin obligaciones de horarios, y finalmente aquel día había tomado la decisión de pararse.

Pasaba delante de él casi todos los días porque estaba en el trayecto que unía su casa con su puesto de trabajo y a menudo prefería dar un paseo antes que utilizar los medios de transporte públicos. Los consideraba focos de virus gripales y, en el fondo, caminar, como le habían dicho, era beneficioso para la salud.

Aquella tarde llegó a casa y, después de haber cogido el correo y haber tomado una cena rápida con una pizza entregada a domicilio, se fue a dormir a las 21 horas: estaba cansadísima, debido a la pesada jornada laboral, y se quedó dormida al instante.

Fue a la mañana siguiente, durante el desayuno, cuando comprobó el correo que la noche anterior tan sólo había dejado encima de la mesita de la sala de estar.

Algunos folletos publicitarios, una postal enviada por una amiga que estaba de vacaciones en el norte de Europa y un sobre blanco donde estaba escrito X MARIOLINA SPAGGESI y la dirección, escrito todo en letras mayúsculas.

No sabía quién era el remitente, porque evidentemente no había querido que se supiese o porque, quizás, se daba a conocer en el interior del sobre mismo, o por cualquier otro motivo que Mariolina ignoraba.

Apoyó la taza de café con leche sobre la mesita y abrió el sobre, con mucha curiosidad por saber cuál podía ser el contenido.

Era muy ligero y, aparentemente, parecía que no contuviese nada.

En realidad, había algo en su interior, y precisamente una tarjeta de visita. El texto decía:

MASSIMO TROVAIOLI

Direttore Marketing

Tecno Italia S.r.l.

Al final de la tarjeta de visita había escrito un número de teléfono de empresa, de un teléfono móvil, también de empresa, y una dirección de correo electrónico personal.

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