Finalmente, un día se presentó mi gran ocasión. Junto con el inspector Ennio Santinelli, un tipo listo, pero al que le faltaba ese toque especial que sirve para distinguirse de los otros, estaba investigando sobre un tráfico de perros robados, que según creíamos eran exportados al extranjero, después de quitarles el posible tatuaje. Según el compañero eran por lo general canes de caza que luego se vendían en Grecia, Albania y Turquía. Tal como yo lo veía había algo más, ya que a menudo se trataba de canes mestizos y de todas las edades, incluso ancianos. Había preguntado a Stefano y tampoco a él, como veterinario, la cosa no le cuadraba demasiado.
Si se quiere especular con tráfico internacional de perros, o son perros de caza con una excelente genealogía y jóvenes, o son perros entrenados para la lucha. Aquí hay algo que no encaja me había dicho por teléfono.
Una mañana de marzo llegó a la central un fax desde Grecia. Una asociación animalista indicaba que en Patrasso, a bordo de un transbordador destinado a Ancona, había sido embarcado un TIR que oficialmente transportaba caballos. Pero, mezclados con los equinos había por lo menos un centenar de perros transportados en condiciones inhumanas. El subinspector Carli aquel día no estaba de servicio y el inspector Santinelli, un poco debido al frío intenso de la mañana, un poco porque no quería invadir el campo del colega, era reacio a ir al puerto.
No creo que esto nos interese demasiado había dicho Santinelli Ve tú, Caterina, a echar un vistazo y, si lo crees necesario, haz que intervenga el servicio veterinario público.
En cuanto llegué al embarcadero donde estaba atracado el transbordador proveniente de Grecia, enseguida noté un gran alboroto de los animalistas que reclamaban la confiscación inmediata de los animales. Por otra parte, el capitán del transbordador sostenía que dentro del barco, según los acuerdos internacionales, las autoridades italianas no podía intervenir y él había recibido un mensaje del armador griego de que no hiciese desembarcar el TIR, que volvería a Patrasso. Todo esto me convenció, cada vez más, de que me encontraba en presencia de un sombrío tráfico. Había pedido los papeles del TIR, el plan de viaje y los documentos de los animales. Camión, unidad de tracción y remolque, provenían de Turquía y tenían como destino final Hannover. Por los documentos de transporte resultaba que el vehículo debía transportar sólo caballos destinados al matadero. Intentando explicarme en lengua inglesa con el conductor griego, había conseguido sonsacarle la información que, entre los caballos, se transportaban también algunos perros. Me había mostrado algunos certificados sanitarios, que demostraban la vacunación antirrábica y otros tratamientos, pero que, escritos en griego, eran muy poco comprensibles. El conductor afirmaba que tenía unos cuarenta perros a bordo mientras que los animalistas sostenían que había por lo menos un centenar. Hubiera querido hacer desembarcar el camión para comprobarlo con calma pero el capitán de la nave continuaba oponiéndose. Necesitaba una estratagema. Había cogido el teléfono móvil y, aunque en aquella época las tarifas de telefonía móvil eran todavía muy altas, había llamado a Stefano, que me proporcionó el consejo.
Si los animales llevan viajando más de 24 horas, por su bienestar y según las leyes internacionales vigentes, deben tomar agua, ser alimentados y dejarlos descansar, así que imponte sobre el capitán y haz desembarcar el TIR. Verás como no podrá oponerse. Si no se atuviese a las reglas, de hecho, se arriesgaría a perder su bien retribuido trabajo.
El capitán había amenazado con que, a continuación, protestaría oficialmente, pero por el momento había hecho desembarcar el camión. En su interior, en efecto, había pocos caballos y muchísimos perros. Había llamado enseguida al inspector Santinelli y al magistrado de turno, porque tenía la intención de confiscar toda la carga. Lo conseguí superando la reticencia de mi colega y del magistrado, que estaban realmente inquietos, ya que debería encontrar un puesto adecuado para todos los animales.
Cuando conseguí comprobar el número de los perros, ciento dos en el recuento final, me asombró el hecho de que todos eran de tamaño mediano, todos mestizos y todos con grupas de prominente musculatura.
¿Por qué no?, pensé para mis adentros Podrían haber encontrado un modo para hacer contrabando con algo metiéndolo debajo de la piel de estos pobres animales. ¿Pero cómo se lo explico a mis superiores?
Y aquí intervino Stefano, una vez más, con su valiosa ayuda. Se aseguró de instalar a los caballos en los establos de un amigo suyo y los perros en un moderno refugio, construido hace poco, que él controlaba desde el punto de vista sanitario. El refugio para perros estaba dotado de una enfermería muy bien equipada, donde Stefano hacía intervenciones de urgencia en perros heridos. Los recursos contemplaban también un ecógrafo, para diagnosticar la preñez de las yeguas hospedadas.
Era necesario actuar enseguida, porque ya se estaban moviendo abogados de fama internacional para obtener la liberación de los animales y esto hacía aumentar aún más las sospechas y las hipótesis de tráfico ilícito. También Carli estaba removiendo Roma con Santiago, porque habían invadido un terreno de su competencia. Invocaba conocidos importantes en las altas esferas, incluso en el Ministerio del Interior, y exigía que el caso le fuese reasignado.