Lany 1775, fra Josep Miquel, franciscà, fa una espontània en què relata els seus problemes amb una monja a qui confessa, sor Isabel de lEsperit Sant, clarissa del convent de Jerusalem, extramurs de València. La religiosa, diu, és dun misticisme excèntric, gelosa de les altres monges i té exigències demencials com ara combregar diverses hòsties a la vegada. No semblen del tot fantasies exculpatòries del monjo, perquè el comissari inquisitorial que interroga sor Isabel informa que «se duda mucho entre las religiosas de su veracidad». La monja declara que fra Josep, en confessar-la, li deia: «Si yo pudiera entrar a su selda sí que estaría yo contenta». I en altres ocasions: «Si aquí en el Confesionario ubiese un augero le daría un polvo [...] Señora, dégese de ystorias, que todos sus pequados me los juego yo por bajo pierna [...] Lo que podía azer es ponerse en qüeros y tomar el fresco».13
El mercedari Francesc Torrents, del convent de Nostra Senyora del Puig, és denunciat lany 1775 per Vicenta Martínez, dAlbalat de Segart; en començar la confessió,
la dixo en ydioma valenciano: ¿Tu te has tocat les mamelles? De lo que ella se sobresaltó, y viendo el Padre que no le respondía, la repreguntó: ¿Te has tocat los pits? A lo que ella respondió que no, ni se los havía tocado jamás, si no es que tuviesse algún granito o malito, por necessidad, y en seguida de esto, la preguntó: ¿Y la ga, te las tocada, o tens en ella algun malet? De lo que ella se perturbó mucho más, y viéndola él toda turbada, la preguntó: Si te has tocat les tehues parts.14
Una tàctica relativament freqüent és convèncer la penitent que el que li proposa el confessor és normal i habitual; fra Antoni Personat, franciscà del convent de Benigànim, és denunciat lany 1804 per Lluïsa Giner, de Salem, que assegura que fra Antoni li ha amollat: «Tú no quieres darme gusto, pues ahora se ha confesado una, y me ha dicho que un Frayle se lo havía hecho tantas veces»; també li diu que «en Carcaxente y en Benigánim tenía dos mozas a su disposición, y que él sabía el modo de tratarlas libremente».15
Actituds extremes quant a la «seducció» verbal a la penitent són el suborn i lamenaça. Totes dues empra, segons lencalçada Matilde Aiora, mossèn Florean Fuster, a Vila-real, el 1700: «[...] como hiziesse lo que él quería que le daría ocho sueldos y todo lo que avría menester cada semana, y que si hasía lo que él quería sería muguer de buena fortuna, y que si no sería muguer muy desdichada [...] y que le avía de guardar secreto de todo aquello y que si no se acordaría de él».16
Els manuals de confessors mostren una ostensible obsessió sexual, però alhora recomanen circumspecció i prudència en aquest tema: cal estar atent per no pertorbar i corrompre la innocència de la confessada, i per evitar lexcitament del confessor o de la penitent. Paradoxa del discurs repressiu: si no shi para atenció, un excés de zel pot arribar a ser contraproduent, i ns i tot induir a la luxúria ànimes innocents que ignoraven el que sels està prohibint. Tot i les directrius de Trento i dels manuals en aquest sentit, la pràctica de la confessió era un exercici, diu Dufour (1996: 69), de voyeurisme mental, en què sesbrinaven tot gènere de detalls escabrosos.
Fem un colp dull a alguns manuals de confessors. Fra Antoni de Florència, a la seua Summa de confession llamada Defecerunt (1550), recepta prudència en parlar del sisè manament («no es necessario preguntar destas cosas sino que la necessidad lo fuerçe, por no avezar a alguno lo que no sabía»), però no sestà despecicar-ne els pecats.17 La Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la penitencia (1579), de Fra Bartolomé de Medina, commina: «Fuera destas communes preguntas, no se pregunten más particularidades [...] porque no les enseñen a peccar ni los provoquen a alguna tentación, y quando confessaren el mal acto o la specie del peccado, no es necessario explicar las particularidades o los modos o cosas que de suyo son annexas a tal obra» (I, 18). En el capítol anomenat precisament «De la prudencia del confessor», repeteix aquests advertiments, però també en fa la llista.18
Noydens també ens ho explica, amb un tarannà més tolerant dient que
procuren en este Mandamiento con palabras breves y honestas declarar si pecaron con alguna muger. [...] El que ha tenido tocamientos deshonestos, no debe explicar los lugares donde los tuvo, porque todos miran a la fornicación, [...] mientras que no ayan sido de diferente especie, como son los tocamientos sodomíticos. [...] El Confessor también sea cuydadoso en no preguntar demasiado en esta materia deste Mandamiento, principalmente a doncellas; pregunte primero en los pensamientos [...] y en los tactos, y si aquí no ay nada, no pregunte en la obra. No sea escuela de malicias la confessión. [...] Y quando sucediere oir acaso y sin poderlo estorvar, algún pecado quanto al modo de explicarse feo y deshonesto, Dios le dará su gracia para que no haga mella en su coraçón.19
I fra Valentín de la Madre de Dios, amb El fuero de la conciencia o diálogo entre un confesor y un penitente a propósito del sexto mandamiento, del qual manegem la tercera soporífera edició, del 1704, arma que «ha de ser muy parco el Confesor en preguntas del sexto Mandamiento con mujeres y muchachos, no sea que les enseñe a pecar y se cause así algún escándalo».20
I malgrat tots aquests advertiments, com veurem de seguit, és freqüent la morbosa curiositat del confessor sobre la vida sexual de la penitent. Vegem-ne algun exemple. Del carmelita fra Salvador de la Creu, en tenim una primera denúncia lany 1761 de Margalida Molló, de València, jove casada; en confessió, ella explica que el seu marit li pregunta, «quando tenían acto conjugal, si le venía. Y no entendiendo la declarante lo que quería decir por aquellas palabras «si le venía», pues en realidad lo ignorava, le respondía unas veces que sí y otras que no». El confessor, amablement, li explica «que lo que su marido la preguntava era si sentía al tiempo del acto conjugal algunas punzadas, no está formal si dixo en las verendas o en la madre».
Ja engrescat fra Salvador, en successives confessions, va demanant a Margalida
si el miembro viril de su marido sería tan gordo como la muñeca, y si tendría un palmo de largo, [...] si quando su marido la introducía el miembro viril por las partes de la declarante le hacía mal. [...] Que recién casada sí, pero que por entonces no; si la declarante tenía las partes grandes o pequeñas, porque le parecía que por ser delgadita de cuerpo no las tendría grandes, y si en ellas tenía pelos.
En una ocasió, després de demanar-li
si en los pechos tenía pesones, y haviéndole respondido que sí, la dixo saliese a la portería del convento y la esperase allí. [...] La dixo: ¿Tienes pechos? ¿Tienes pechos? Y apartando la declarante el pañuelo que les cubría, ynclinó dicho confesor la caveza para verlos y luego les bolvió a cubrir la declarante con el mismo pañuelo, y aun le pareze que dicho padre Salvador alargó la mano para tocarlos, está cierta que no les tocó.
Això només és el principi. Sis anys després, fra Salvador és denunciat en sèrie per joves novícies del convent de penedides de Sant Gregori, de València. Sor Maria Agustina de Sant Gaetà declara al comissari que fra Salvador, coneixent el seu passat com a prostituta, li havia demanat de sobte «de qué edad se perdió la declarante, y respondiendo esta que de treze a catorze años de edad», aquest li va respondre: