Ana María Martínez Sagi - La voz sola стр 15.

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En los años siguientes, Ana María seguirá dando clases en Urbana durante el curso y visitando durante el verano Barcelona (donde acabará ahuyentando a sus pocas amistades y enzarzándose en biliosas querellas familiares con su hermana Berta) y Mallorca, donde la acoge la familia de su otra hermana, Mari Pepa. Brinda algún recital poético en librerías de la isla y pule un par de poemarios de muy distinto tono que nunca llegaría a publicar: Noche sobre el grito, imprecatorio y jeremíaco, donde expresa su dolor ante una España ingrata y extranjera que reniega de sus hijos dispersos por el mundo, mientras se entrega a la pitanza de la prosperidad recién adquirida; y La voz sola, delicado y doliente, a nuestro juicio la cima de su genio poético, que vuelve obsesivamente al corazón sangrante del recuerdo para glosar una vez más su remoto idilio con Elisabeth Mulder, allá en una isla real o soñada, epicentro perenne de su vida afectiva y poética. También entonces escribe sus inéditas Andanzas de la memoria, un compendio de amables y evocadoras estampas que no llegan a ser memorias y que rehúyen pudorosamente los aspectos más tortuosos y trágicos de su vida.

Allí moriría el 2 de enero de 2000, exactamente el mismo día en que yo terminaba de escribir Las esquinas del aire, el libro que dediqué a rescatar su memoria. Ahora, casi dos décadas después, concluyo la edición de esta antología de su obra, incluyendo algunos textos que la propia Ana María me donó para su publicación. Así completaré la misión de rescatar de los yacimientos de amnesia a aquella «virgen del stádium» a la que vi llorar, muy anciana y magullada por el desamor y los desdenes, lágrimas que me siguen hiriendo como puñales.

J. M. P.

NUESTRA EDICIÓN

En 1997 y 1998, tras localizarla todavía viva en su casa de Moià, mantuve durante varias semanas largas conversaciones con Ana María Martínez Sagi en las que me fue desgranando las vicisitudes de su vida, mientras la noche emborronaba su perfil rugoso y nonagenario. Luego, a lo largo de 1999, me reuní un par de veces con ella en la residencia de ancianos de Santpedor, donde conseguí dilucidar algunos pasajes de su biografía que aún permanecían envueltos entre tinieblas. Un día, de repente, mi longeva amiga se levantó pesarosamente de la butaca desde la que peroraba, memoriosa y melancólica, y se dirigió al armario de su habitación, en el que guardaba una caja de cartón atestada de cuadernos y carpetas. La extrajo a duras penas y me la puso entre las manos.

Es toda tuya, te la dono me dijo. Aquí dentro se encuentra toda mi obra inédita. Encontrarás en ella poesías y prosas, algunas manuscritas, otras mecanografiadas. Te ruego que las custodies y que las publiques cuando hayan pasado quince o veinte años.

Sus palabras me dejaron perplejo y desconcertado:

¿Cómo dices? balbucí. No entiendo

Digo me susurró Ana María con una voz de penumbra en la que viajaba todo el cansancio del mundo que te las dono a todos los efectos. Tuyas son. Arrójalas al fuego, si quieres. O guárdalas hasta que te mueras. Sólo te pido una cosa: no las publiques durante los próximos quince o veinte años; y, en cualquier caso, no lo hagas mientras esté vivo el hijo de Elisabeth Mulder. No quiero ofenderlo ni alimentar maledicencias que lo avergüencen. Pasado ese tiempo, si consideras que las poesías y prosas que aquí dentro guardo merecen ser divulgadas, te ruego que lo hagas.

Leí ávidamente aquel centón de folios durante los días siguientes, sacudido de belleza y desconcierto. Ante la prohibición que me había formulado Ana María, logré arrancarle que me permitiera reelaborar algunos textos allí incluidos sobre todo ciertos pasajes de sus Andanzas de la memoria, que esperamos publicar en breve e incluirlos en Las esquinas del aire, el libro que por entonces estaba escribiendo. Ana María accedió a regañadientes a mi petición, a cambio de que no revelase mis fuentes durante el plazo indicado; aunque entonces todavía no lo adivinaba, su petición me habría de ocasionar decenas de disgustos y ansiedades. Pero ya, por fin, han pasado esos «quince o veinte años» que me exigió, como condición suspensiva para la libre disposición de su obra inédita, que nos hemos propuesto dar a conocer desde hoy, empezando por este volumen en el que incluimos muchos poemas inéditos suyos. Hemos elegido como título de este libro el que Ana María Martínez Sagi eligió para el poemario en el que, casi cuarenta años después, rememoró el hecho medular de su existencia. Para realizar esta edición, hemos querido combinar una selección de los textos inéditos que Ana María nos regaló entonces con una antología de los textos que publicó en vida, extraídos tanto de sus poemarios como de sus numerosas y dispersas colaboraciones en prensa, que nos obligaron a rastrear durante años en hemerotecas y archivos.

Hemos querido comenzar este rescate de Ana María Martínez Sagi concediendo especial protagonismo a sus aportaciones como poeta y periodista tanto en lengua castellana como catalana (aunque esta última la cultivase en menor proporción). Huelga advertir que nuestra selección periodística no pretende ser exhaustiva: somos conscientes de que nuestras pesquisas, que nos han ocupado años y nos han empujado de uno a otro rincón de la geografía nacional, no han concluido aún; y anhelamos el momento en que otros estudiosos venideros completen el mapa fragmentario de nuestros descubrimientos, sobre todo en aquellos aspectos que nos plantean dudas en la reconstrucción de la peripecia biográfica de nuestra autora.

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