CALISTO.- Sempronio amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno y quedará conmigo y de aquí adelante sé, como sueles, leal, que en el servicio del criado está el galardón del señor.
PÁRMENO.- Aquí estoy señor.
CALISTO.- Yo no, pues no te veía. No te partas de ella, Sempronio, ni me olvides a mí y ve con Dios.
* * *
CALISTO.- Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que hoy ha pasado? Mi pena es grande, Melibea alta, Celestina sabia y buena maestra de estos negocios. No podemos errar. Tú me la has aprobado con toda tu enemistad. Yo te creo. Que tanta es la fuerza de la verdad que las lenguas de los enemigos trae a sí. Así que, pues ella es tal, más quiero dar a ésta cien monedas que a otra cinco.
PÁRMENO.- ¿Ya lloras? ¡Duelos tenemos! ¡En ella se habrán de ayunar estas franquezas!
CALISTO.- Pues pido tu parecer, seme agradable, Pármeno. No bajes la cabeza al responder. Mas como la envidia es triste, la tristeza sin lengua, puede más contigo su voluntad que mi temor. ¿Qué dijiste, enojoso?
PÁRMENO.- Digo, señor, que irían mejor empleadas tus franquezas en presentes y servicios a Melibea que no dar dineros a aquélla que yo me conozco y, lo que peor es, hacerte su cautivo.
CALISTO.- ¿Cómo, loco, su cautivo?
PÁRMENO.- Porque a quien dices el secreto, das tu libertad.
CALISTO.- Algo dice el necio; pero quiero que sepas que, cuando hay mucha distancia del que ruega al rogado, o por gravedad de obediencia o por señorío de estado o esquividad de género, como entre ésta mi señora y yo, es necesario intercesor o medianero que suba de mano en mano mi mensaje hasta los oídos de aquélla a quien yo segunda vez hablar tengo por imposible. Y pues que así es, dime si lo hecho apruebas.
PÁRMENO.- ¡Apruébelo el diablo!
CALISTO.- ¿Qué dices?
PÁRMENO.- Digo, señor, que nunca yerro vino desacompañado y que un inconveniente es causa y puerta de muchos.
CALISTO.- El dicho yo le apruebo; el propósito no entiendo.
PÁRMENO.- Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar, la entrada causa de la ver y hablar, la habla engendró amor, el amor parió tu pena, la pena causará perder tu cuerpo y alma y hacienda. Y lo que más de ello siento es venir a manos de aquella trotaconventos, después de tres veces emplumada.
CALISTO.- ¡Así, Pármeno, di más de eso, que me agrada! Pues mejor me parece cuanto más la desalabas. Cumpla conmigo y emplúmenla la cuarta. Desentido eres, sin pena hablas: no te duele donde a mí, Pármeno.
PÁRMENO.- Señor, más quiero que airado me reprehendas porque te doy enojo que arrepentido me condenes porque no te di consejo, pues perdiste el nombre de libre, cuando cautivaste tu voluntad.
CALISTO.- ¡Palos querrá este bellaco! Di, malcriado, ¿por qué dices mal de lo que yo adoro? Y tú ¿qué sabes de honra? Dime ¿qué es amor? ¿En qué consiste buena crianza, que te me vendes por discreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura es creerse ser sabio? Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga, que la cruel flecha de Cupido me ha causado. Cuanto remedio Sempronio acarrea con sus pies tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras. Fingiéndote fiel, eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia. Que por disfamar la vieja, a tuerto o a derecho, pones en mis amores desconfianza. Pues sabe que esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo y, si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada. Yo quíselo todo y así me padezco su ausencia y tu presencia. Valiera más solo, que mal acompañado.
PÁRMENO.- Señor, flaca es la fidelidad, que temor de pena la convierte en lisonja, mayormente con señor a quien dolor o afición priva y tiene ajeno de su natural juicio. Quitarse ha el velo de la ceguedad, pasarán estos momentáneos fuegos, conocerás mis agrias palabras ser mejores para matar este fuerte cáncer que las blandas de Sempronio, que lo ceban, atizan tu fuego, avivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas, que tenga que gastar hasta ponerte en la sepultura.
CALISTO.- ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penado y tú filosofando. No te espero más. Saquen un caballo. Límpienle mucho. Aprieten bien la cincha, por si pasare por casa de mi señora y mi Dios.
PÁRMENO.- ¡Mozos! ¿No hay mozo en casa? Yo me lo habré de hacer, que a peor vendremos de esta vez que ser mozos de espuelas. ¡Andar!, ¡pase! Mal me quieren mis comadres, etc. ¿Relincháis, don caballo? ¿No basta un celoso en casa?... ¿O barruntáis a Melibea?
CALISTO.- ¿Viene ese caballo? ¿Qué haces, Pármeno?
PÁRMENO.- Señor, vesle aquí, que no está Sosia en casa.
CALISTO.- Pues ten ese estribo, abre más esa puerta. Y si viniere Sempronio con aquella señora, di que esperen, que presto será mi vuelta.
PÁRMENO.- ¡Mas nunca sea! ¡Allá irás con el diablo! A estos locos decidles lo que les cumple; no os podrán ver. Por mi ánima, que si ahora le diesen una lanzada en el calcañar que saliesen más sesos que de la cabeza. Pues anda, que a mi cargo, que Celestina y Sempronio te espulguen. ¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo me pierdo por bueno. El mundo es tal. Quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos, a los fieles necios. Si creyera a Celestina con sus seis docenas de años acuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me pondrá escarmiento de aquí adelante con él. Que si dijere comamos, yo también; si quisiere derrocar la casa, aprobarlo; si quemar su hacienda, ir por fuego. ¡Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá, pues dicen: a río revuelto, ganancia de pescadores. ¡Nunca más perro a molino!
Acto tercero
ARGUMENTO DEL TERCER AUTO
Sempronio vase a casa de Celestina, a la cual reprende por la tardanza. Pónense a buscar qué manera tomen en el negocio de Calisto con Melibea. En fin sobreviene Elicia. Vase Celestina a casa de Pleberio. Queda Sempronio y Elicia en casa.
SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA.
SEMPRONIO.- ¡Qué despacio va la barbuda! ¡Menos sosiego traían sus pies a la venida!
A dineros pagados, brazos quebrados. ¡Ce!, señora Celestina: poco has aguijado.
CELESTINA.- ¿A qué vienes, hijo?
SEMPRONIO.- Este nuestro enfermo no sabe qué pedir. De sus manos no se contenta. No se le cuece el pan. Teme tu negligencia. Maldice su avaricia y cortedad, porque te dio tan poco dinero.
CELESTINA.- No es cosa más propia del que ama que la impaciencia. Toda tardanza les es tormento. Ninguna dilación les agrada. En un momento querrían poner en efecto sus cogitaciones. Antes las querrían ver concluidas que empezadas. Mayormente estos novicios amantes, que contra cualquiera señuelo vuelan sin deliberación, sin pensar el daño, que el cebo de su deseo trae mezclado en su ejercicio y negociación para sus personas y sirvientes.
SEMPRONIO.- ¿Qué dices de sirvientes? ¿Parece por tu razón que nos puede venir a nosotros daño de este negocio y quemarnos con las centellas que resultan de este fuego de Calisto? ¡Aun al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto que vea en este negocio, no como más su pan. Más vale perder lo servido que la vida por cobrarlo. El tiempo me dirá qué haga. Que primero que caiga del todo, dará señal, como casa, que se acuesta. Si te parece, madre, guardemos nuestras personas de peligro. Hágase lo que se hiciere. Si la hubiere, hogaño; si no, a otro; si no, nunca. Que no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios que el tiempo no la ablande y haga comportable. Ninguna llaga tanto se sintió que por luengo tiempo no aflojase su tormento; ni placer tan alegre fue que no le amengüe su antigüedad. El mal y el bien, la prosperidad y adversidad, la gloria y pena, todo pierde con el tiempo la fuerza de su acelerado principio. Pues los casos de admiración y venidos con gran deseo, tan presto como pasados, olvidados. Cada día vemos novedades y las oímos y las pasamos y dejamos atrás. Diminúyelas el tiempo, hácelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillarías si dijesen: la tierra tembló o otra semejante cosa, que no olvidases luego? Así como: helado está el río, el ciego ve ya, muerto es tu padre, un rayo cayó, ganada es Granada, el Rey entra hoy, el turco es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada, aquél es ya obispo, a Pedro robaron, Inés se ahorcó. ¿Qué me dirás, sino que, a tres días pasados o a la segunda vista, no hay quien de ello se maraville? Todo es así, todo pasa de esta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues así será este amor de mi amo: cuanto más fuere andando tanto más disminuyendo. Que la costumbre luenga amansa los dolores, afloja y deshace los deleites, desmengua las maravillas. Procuremos provecho, mientras pendiere la contienda. Y si a pie enjuto le pudiéremos remediar, lo mejor, mejor es; y si no, poco a poco le soldaremos el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no, más vale que pene el amo que no que peligre el mozo.