No, era improbable, decía para sus adentros el impresor. No podría seguramente mantener una noche de amor con una joven potranca, aunque Aunque la sola idea de poder acariciarle las manos con las suyas le excitaba un poco, pero mandaba aquellos impulsos a los ángulos más recónditos de su mente.
A cambio de la impresión del manual, la joven bruja había prometido a Bernardino una cura eficaz para la ciática que lo afligía desde hacía años y un ungüento que le protegería de la absorción del polvo de plomo a través de la piel agrietada de las manos.
La culpa de tu anemia y de los dolores de hueso son del plomo que manejas cada día. Se absorbe a través de la piel e inhalando su polvo mientras se respira. Si quieres vivir mucho más tiempo sigue mis consejos.
Lucia era una mujer joven, en ese momento tenía veinte años, más bien alta, morena, con los ojos color avellana siempre en movimiento, siempre a la búsqueda de todo tipo de detalles. No se le escapaba nada de lo que sucedía a su alrededor, tenía un oído finísimo y también la capacidad de la clarividencia; además, era capaz de curar, con las hierbas y los remedios naturales, una gran variedad de enfermedades. Esto era lo que sabía oficialmente quien la conocía. En realidad, Lucia estaba dotada de unos poderes desconocidos para la mayor parte de las personas normales pero intentaba no revelarlos a nadie, sobre todo por el hecho de que vivía bajo el mismo techo que su tío. Era un niña de nueve años cuando, mientras asistía a la quema de Lodomilla Ruggieri en la plaza pública, se había quedado conmocionada por el espectáculo escalofriante de la ejecución. La abuela la mantenía cogida de la mano en medio de la multitud que esperaba que la condenada saliese de la fortaleza, en la cima de la Salita2 della Morte. La mujer, montada en un mulo, con las manos atadas a las riendas, los vestidos rotos que dejaban al descubierto su desnudez, estaba visiblemente destrozada por las torturas que los inquisidores le habían infligido con el fin de que confesase sus pecados. Tenía un ojo morado, un hombro dislocado y, cuando le hicieron bajar del mulo, casi no era capaz de tenerse en pie. Fue atada al palo, con los brazos en alto, de manera que no se desplomase sobre las rodillas. A continuación fue dispuesta la madera debajo de sus pies y alrededor de sus piernas. Un sacerdote se le acercó con la cruz:
¿Reniegas de Satanás?
Por toda respuesta Lodomilla había escupido a la cruz y al sacerdote y las llamas habían prendido en el montón de leña. Los gritos de la mujer que se quemaba eran inhumanos, Lucia no podía soportarlos y había pensado con intensidad que si en ese momento se produjese una lluvia torrencial el agua apagaría el fuego y, de alguna forma, la pobrecilla se podría salvar. Miró al cielo y lo vio cargarse enseguida de nubes negras que amenazaban lluvia. Lucia comprendió que bastaba que el pensamiento ordenase a las nubes que lloviese y se desencadenaría el diluvio. La abuela, que conocía las capacidades de la niña, a la que había comenzado a enseñar los rudimentos de la magia, la paró a tiempo.
Si no quieres tener el mismo fin que Ludomilla, frena tus instintos. Es la Diosa la que ha llamado a nuestra amiga, de lo contrario con sus artes mágicas se habría librado de las llamas. Dentro de poco dejará de sufrir y su espíritu será acogido por la Buena Diosa.
Se sintió el estruendo de algún trueno pero no cayó ni una sola gota de agua. Las nubes se desvanecieron y el cielo se serenó. El azul de la jornada de finales de mayo era atravesado solamente por una columna de humo negro que se alzaba desde la pira. Lodomilla era ya un tizón ardiente sin vida. Alguien continuó tirando haces de leña y alimentando el fuego hasta que de la bruja no quedaron más que cenizas.
Desde aquel día Lucia había intuido que, con sus poderes, podía dominar los diversos elementos de la naturaleza, poniéndolos a su servicio, tanto para el bien como para el mal. Su abuela había intentado guiarla en el camino para conseguir el control de sus artes mágicas, le había enseñado a reconocer las hierbas medicinales, las que curaban y las tóxicas, las que tenían actuaban como estupefaciente y las que poseían presuntos poderes mágicos. Le había enseñado a pronunciar encantamientos y a realizar talismanes y, cuando cumplió los catorce años, le había dicho:
Sólo las brujas más poderosas logran controlar los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego. La unión de estos está representada por la quintaesencia, por el espíritu, que puede liberarse hacia lo alto, hacerte volar y, desde el cielo, permitirte ver cosas que de otra manera no verías. Puedes ver el pasado, prever el futuro, conversar con los espíritus de nuestros antepasados o escuchar lo que yo, o un ser querido, querría decirte sin estar cerca de ti. Puedes penetrar en la mente de los otros y leer sus pensamientos más íntimos. Creo que tu puedes ser capaz de usar todas estas facultades, pero recuerda, úsalas siempre para hacer el bien. La magia negra, la que algunos usan para fines malvados, antes o después, se vuelve contra quien la practica.
Mientras hablaba de esta manera había abierto un arcón y había dado a la nieta un antiguo manuscrito, en el interior de un estuche de piel negra sobre el que estaba grabado un pentáculo, una estrella de cinco puntas inscrita en un círculo. Era el diario de la familia que pasaba de madre a hija, en este caso de abuela a nieta porque la mamá de Lucia había muerto cuando ella era todavía muy pequeña. El diario en que cada bruja incluía sus experiencias, los sortilegios inventados, las curaciones hechas, las experiencias mágicas que cada una de ellas había podido experimentar, de manera que el conocimiento y la sabiduría aumentasen con el tiempo. Lucia había comprendido que ahora ya era capaz de controlar los cuatro elementos cuando, concentrándose, conseguía materializar una esfera semi fluida que fluctuaba entre sus manos unidas en forma de copa, apartándose de sus palmas un poco. La esfera no era otra cosa que su espíritu, una mezcla de colores que, girando, en ciertos momentos, se mezclaban entre ellos produciendo infinitas tonalidades, en otros se dibujaban como si cada elemento quisiese recuperar su naturaleza y separarse de los otros. Reconocía el aire por el color amarillo, la tierra por el color verde, el agua por el color azul y el fuego por el color rojo. Podía ordenar a cada uno de esos elementos que hiciese lo que su mente deseaba, para el bien o para el mal. Si, por ejemplo, quería utilizar el fuego, su mente seleccionaba aquel elemento y desde la esfera podía partir una bola de fuego, más o menos grande, según sus exigencias. Encender el fuego en el brasero era lo más sencillo del mundo: bastaba con que la leña estuviese dispuesta para ser encendida, una pequeña bola ígnea era dirigida por Lucia hacia ella y enseguida tenía un bonito fuego crepitante. Pero aquellos poderes también podían ser peligrosos. Un día, una chavalita de su misma edad, llamada Elisabetta, la había apostrofado por la calle, burlándose de ella porque ya había cumplido quince años y ningún joven le había prestado atención.
Dicen que eres una bruja, ningún hombre te querrá, porque las que son como tú hacen el amor sólo con el diablo. El hecho es que, aquel con quien os apareáis, no es el diablo sino el cabrón de Tonio, el labriego que tiene las tierras más allá del río.
Lucia le lanzó una bola de fuego tan grande como nunca la había hecho hasta el momento y los vestidos y los cabellos de la desgraciada se incendiaron. Luego invocó al aire, levantó los brazos sobre la cabeza y, con movimientos circulares de los mismos, dio origen a un remolino que se separó de ella en dirección a la otra muchacha. El viento alimentó aún más las llamas, Elisabetta sintió el dolor lacerante sobre su piel y comenzó a chillar. Entonces Lucia se acordó de las recomendaciones de la abuela y sintió piedad por aquella impertinente. Invocó al agua e hizo desencadenar un imprevisto chubasco, luego pidió a la tierra que le suministrase unas hierbas para hacer una cataplasma para aplicar sobre las quemaduras de la muchacha. Después de todo, no había sucedido nada grave, la muchacha sólo tenía la túnica medio quemada y la piel enrojecida, ni siquiera se habían formado ampollas. Tendría que cortarse el pelo, dado que los que le quedaban se habían encrespado de tal manera que la hacían parecer un puerco espín, pero ya le crecerían.