En pocos años Chinatown creció, convirtiéndose en símbolo de una ciudad en la ciudad y de un pueblo que crecía dentro de otro pueblo. De las doce casas de madera ahumada de los primeros años quedó solo un recuerdo: en 1880 toda el área se convirtió en un barrio elegante que albergaba 22.000 personas (básicamente solo hombres), con salas de juego y casas de opio donde los ricos Americanos y los enamorados afligidos podían olvidarse de sus penas. Un modo colorido donde las raíces chinas estaban de moda, induciendo a las familias burgueses Americanas y Europeas de concederse el lujo de las porcelanas y de los espejos Chinos, sus especias e incluso sus adornos amateurs. En fin, un crecimiento evidente que minó en el mismo Gobierno de los Estados Unidos el terror de un futuro capitalismo Chino de hacer sacudir el capitalismo Americano cuestionando también la moralidad de las costumbres. El peligro amarillo invadió América, que vivía una difícil situación histórica inmediatamente después de las Guerras de Secesión; la desestabilización económica del Sur, las corrientes políticas que se alternaban, el hambre de cambiar y la obsesión del dominio total sobre Europa produjeron un efecto dominó sin duda devastador. Gran parte de la población Americana se vio afectada negativamente por las consecuencias de la restauración del Sistema, que había condenado millones de familias a pasar hambre. Los comerciantes cerraban los negocios y los inmigrantes morían por el frio de las calles o eran masacrados por la multitud porque eran pillados robando en los negocios. Las cárceles estaban repletas y la batalla por la sobrevivencia adoptó la forma de las antiguas guerras de carácter Europeo. Lo que prosperaba era la Mafia: en primer lugar, la Irlandesa que aun así funcionaba como complemento de la Mafia del Estado imponiendo a sus protegidos la obligación de voto forzoso en las elecciones y que apoyaba las actividades clandestinas Americanas relacionadas con el alcohol y la droga.
Aquí está la primera Chinatown en 1860. Se trataba de pocas casas de madera, alguna tienda y pequeñas cosas relacionadas con la vida cotidiana. Pero en menos de 30 años el barrio cambió completamente, convirtiéndose en un punto de referencia de las noches locas de los ricos Americanos.
El peligro amarillo era una directa consecuencia del comportamiento de los Americanos, que había explotado sus esclavos hasta el punto de estar abrumado. Contrariamente al Afro-Americano, que por mentalidad y cultura se había integrado con su enemigo aprovechando y utilizando los puntos funcionales, el Chino-Americano expresaba únicamente la propia naturaleza Imperialista, dominada por el sentido del deber, por el del honor y por un exacerbado sentimiento de redención. Adaptándose a las peores condiciones de vida el Chino-Americano aspiraba a la mejoría de la propia existencia y a aquel ascenso social que le habría permitido de situarse al mismo nivel que el de sus amos.
Era una sensación innata, consecuencia de los milenios de historia que no podían ser borrados con la deportación a un País extranjero, pero que al contrario era sublimado por la castidad forzada, por la soledad y por los abusos sociales. Detrás de aquella sonrisa indeleble el pueblo Chino escondía una fuerza trágica y una tenacidad impresionante. Su lema era: sobrevivir a toda costa, y prosperar .
Podría hablar horas y horas discutiendo sobre la diferencia entre inteligencia y astucia sin llegar a una conclusión. En realidad, existen actitudes incorrectas que si bien producen una ventaja efectiva a corto plazo luego resultan perjudiciales y negativos en el tiempo. Si a esto le agregamos una motivación egoísta y las modalidades indiferentes al mal que se procura, obtenemos un inevitablemente un daño con efecto boomerang, que tarde o temprano se volverá en contra. Si, por último, la naturaleza de nuestra víctima no se entrega a perdone fáciles así es como el eco de nuestro trabajo se alargará sobremanera, con resultados sin duda destructivos. Esto, en pocas palabras, fue la relación entre América e Inmigrantes Chinos. Y he aquí, el motivo por el cual, una vez comprendido el posible mecanismo causa-efecto, toda América gritó al peligro amarillo .
He aquí la misma Chinatown en aquella ciudad de San Francisco en 1906
En aquel alboroto que fue durante el trienio 1880-1882 encontrar el chivo expiatorio resultó bastante fácil: como era de esperar, los Chinos fueron acusados de competición desleal, robo de trabajo y de rivalidad social. Sobre la base de una primera Ley racial de 1861 que prohibía a los Orientales malamente definidos Chinos o mongoles de casarse con blancos (cosa que los mismos Chinos aborrecían) se aprobaron otras leyes que reducían cada vez más el campo de los derechos humanos y jurídicos. A pesar del Civil Right Acts de 1866 que establecía que todos los ciudadanos de cada raza y color nacidos en América gozaban plenamente de la ciudadanía Americana los Legisladores descartaron de este derecho a los Chinos, basándose en un sutil juego jurídico por la cual no era posible clasificar un oriental según un estándar fijo. La ley de 1875, efectivamente, definía la diferencia entre un blanco y un Afro-Americano otorgándoles a ellos y a sus descendientes nacidos en América igualdad de derechos. Sin embargo, esta ley no era capaz de crear una separación notable entre blanco y amarillo, porque los Orientales presentaban también una cromaticidad más heterogénea que los Africanos y menos rasgos faciales destacados. Esta ley se limitaba a clasificarlos como no blancos y por esto, excluibles del derecho de ciudadanía. Por lo tanto, cualquier Chino naturalizado Americano seguía siendo al fin y al cabo un extranjero.
Para los Chinos, no etiquetados morfológicamente como raza inferior, dado que carecen de aquellas características que se encontraban en los Afro-Americanos, fue creada un desde cero una sub raza refrescando e incluso manipulando los viejos conceptos de Darwin. Nació así la raza de los Coolies que relacionaba no solo a Chinos y Mongoles sino también Indios (de India) y otras etnias.
Otras leyes anteriormente habían limitado los derechos de los Asiáticos en América, en particular a los Chinos. Por ejemplo, en 1858 California había promulgado una Ley que prohibía a los Chinos el acceso a las carreras estatales. Una vez más, en 1879, California aprobó una Constitución nueva según la cual el Gobierno se apoderaba del derecho absoluto en determinar los requisitos fundamentales para la permanencia en el Estado: aferrándose una vez más a la sutileza de la indeterminación de la raza, el Gobierno negó el derecho de permanencia a los Chinos expulsando de su territorio a los residentes. Pero, anteriormente, en 1875 el Congreso había bloqueado por 10 años la inmigración de los trabajadores Chinos y de las prostitutas Chinas, con el fin oficial de frenar la mafia y restaurar el territorio Americano. Para ser breve entre 1856 y 1880 treinta Leyes diferentes limitaron o negaron los derechos fundamentales de los Chinos en territorio Americano infringiendo los acuerdos del famoso Tratado de Burlingame, sin que ni la prensa ni mucho menos la opinión publica pudiesen dudar. El malhumor generado por la crisis económica había abierto una brecha entre América y los inmigrantes Chinos, cuyas actividades continuaban a florecer y a extenderse. Atacados por el Gobierno y por la multitud, encerrados en su propia comunidad, aferrados a sus costumbres tradicionales y despectivos de la mezcla con los blancos se convirtieron muy rápido en la victima expiatoria ideal. Soportando con valentía las amenazas, los saqueos y las destrucciones de sus negocios, el corte de la coleta en público, las burlas y por últimos las primeras advertencias de linchamiento que seguirían, los Chinos continuaban su trabajo silencioso, conscientes de estar pisando un terreno peligroso. La situación degeneró lentamente de manera inexorables hasta el 1871, año en que fueron protagonistas del más grande linchamiento de masa en la historia de los Estados Unidos, tristemente más conocido como La Masacre China de Los Ángeles .