Me voy a ir pronto dijo Gabriel, viendo que el músico insistía.
Apenas has empezado tu cerveza le hizo notar Charlotte señalando con el dedo la botella del hombre.
No quiero que haya líos
Charlotte se echó a reír. No conocía a Ryan ni tenía ganas de conocerle. Estaba convencida de que Ian le había pedido a su amigo que le hiciera compañía mientras, seguramente, él intentaba seducir a su mejor amiga. Y Charlotte no necesitaba para nada que le hicieran compañía. Era ella quien elegía los hombres con los que salía. Para nada eran ellos quienes la escogían. Le gustaba convencerse de eso. Era una mujer orgullosa, y lo sabía. Estaba en su derecho.
Había decidido, después de su primera relación amorosa, alrededor de los catorce años, que ningún hombre le iba a hacer daño nunca más. Se comportaría como ellos, aunque la mayor parte del sexo femenino condenara su actitud y sus maneras. Sentía que, más allá de esta promesa, tenía un bloqueo y se protegía del amor.
No le debo nada a este tipo, puesto que no le conozco dijo Charlotte después de que Ryan hubiera dado media vuelta.
¡Una mujer con carácter y que sabe exactamente lo que quiere! ¡Bravo! exclamó Gabriel.
Charlotte puso su codo encima de la barra y apoyó su barbilla sobre la palma de su mano mientras miraba fijamente a Gabriel en silencio. Al cabo de unos instantes, él se puso a reír, incómodo.
Es la primera vez que conozco a un médico que no es viejo ni aburrido. Así pues, intento recordarme a mí misma que es posible encontrar médicos jóvenes como en Anatomía de Grey le soltó Charlotte antes de echarse a reír.
Era superior a ella, le encantaba seducir. No importaba quién fuera la víctima.
Voy a tomarlo como un cumplido. Deberías pasar más a menudo por el hospital, no sólo trabajan conmigo tipos en edad de jubilarserespondió él jugando con su botella.
¡No! No me gusta nada la idea... Evito los hospitales cuando no estoy enferma, están llenos de microbios.
La cita de tu amiga, ¿es alguien a quien conocía de antes? preguntó Gabriel con curiosidad para desviar la conversación.
Charlotte levantó la mirada hacia su compañero improvisado, su intuición había hablado. Su interés por Emma le había picado la curiosidad. Se preguntó si la pregunta era realmente desinteresada, ya que, de todos los temas posibles, era su mejor amiga el que estaba sobre la mesa.
No, le hemos conocido esta tarde, en la playa...
¿Ya es prudente dejar que se pasee sola con un desconocido?
Charlotte le guiñó el ojo a Gabriel, haciendo girar su copa y el hielo que había en el fondo, y luego clavó su mirada en la del médico.
Tengo la clara impresión que estáis hechos el uno para el otro vosotros dos Ella no ha parado de comerme la cabeza con que podía tratarse de un asesino en serie
¿Y ha ido de todas formas?
Quizás le he dado un empujoncito... además, se tiene que vivir el momento presente. ¡Carpe Diem! Eso es todo.
Gabriel bebió de un trago el resto de su botella y se levantó. Había decidido volver al hotel. Tenía que levantarse temprano por la mañana. Aunque estaba acostumbrado a dormir poco, era más razonable aprovechar el momento para descansar.
¿Queréis que os acompañe al hotel? le preguntó él educadamente.
¿Por qué no? respondió Charlotte.
capítulo 3 cita ausente
Un rayo de sol se había abierto paso entre las cortinas de la habitación de hotel. Charlotte abrió un ojo, luego el otro. Miró la cama al lado de la suya para asegurarse de que su amiga había vuelto sana y salva de su escapada con Ian, pero la cama no estaba deshecha. Se sentó inmediatamente sobre el colchón cuando lo vio vacío. Emma había pasado la noche fuera. Emma, la tierna, la romántica, la tímida, no había vuelto para dormir. Charlotte imaginó que debía sacar un crucifijo y ponerlo en la pared, ya que esto era un acontecimiento fuera de lo común. No pudo reprimir la sonrisa que le cosquilleaba los labios.
Eran las seis de la mañana. Era bastante temprano, pero sabía que Elvie y Alice ya debían de estar en la playa para la sesión de fotos prevista al amanecer. Pensó en la noche anterior. Gabriel y ella habían reído mucho durante el camino de vuelta. Había apreciado el rato que había pasado con el médico. En ningún momento había tenido la intención de tener una aventura con él, aunque no había habido insinuaciones ni de un lado ni del otro. Se habían comportado como dos buenos amigos y eso le había gustado.
Ayer por la noche, las dos amigas habían, inconscientemente, en el transcurso de la velada, intercambiado sus papeles. Charlotte se había dormido con lo puesto y decidió darse una ducha, esperando que su compañera volviera pronto y que Ian no fuera, a fin de cuentas, el asesino en serie que Emma había insinuado y, especialmente, temido antes de salir.
Emma le dio al botón del ascensor y entró mientras se abrían las puertas. Su vestido estaba arrugado, sus zapatos estaban llenos de arena fina y su cabeza rebosaba de recuerdos de la noche anterior con Ian. Habían pasado parte de la noche hablando, besándose y descubriéndose. Se habían dormido uno en los brazos del otro hasta que un vigilante, durante su ronda matutina, los encontró y los despertó. Ian había respetado la decisión de la joven y no habían hecho el amor.
Mientras el ascensor continuaba su ascenso, acarició sus labios hinchados con su dedo índice, recordando la sensación que los de Ian le habían provocado. Miró su reloj. Eran las seis y media. Charlotte debía de estar preocupada. Su primera entrevista era al otro lado de la ciudad y se acordó de que tenían que salir pronto. Tendría que darse una ducha, y comprarse un café o una bebida energética para poder aguantar toda la jornada. A pesar de sentirse todavía en una nube, se daba cuenta de que su cuerpo necesitaba descansar
Al detenerse el ascensor en su piso, dio un salto cuando las puertas se abrieron ante Gabriel Jones, que llevaba un pantalón de jogging negro y una camiseta blanca de manga corta. Había creído que era imposible cruzarse con alguien a estas horas de la mañana, excepto quizás el personal del establecimiento. Él le dedicó una sonrisa y esperó a que ella saliera antes de entrar en la cabina. Le deseó que tuviera un magnífico día. Gabriel salía a correr, una costumbre que había adquirido durante su época universitaria para ayudarle a concentrarse en clase y liberar el estrés que tenía que soportar en época de exámenes.
Emma se dirigió a su habitación dando saltitos, sujetando ahora sus zapatos de tacón con su mano izquierda. Redujo su velocidad cuando se dio cuenta de que la puerta de la habitación estaba abierta. Reconoció la voz de Charlotte que hablaba con otra voz grave y cálida, con un ligero acento británico. Llegó a la conclusión de que era Candice Rose. La jefa de su amiga. El pánico la invadió en seguida, en cuanto se dio cuenta de la impresión que debía dar. La mujer adivinaría de inmediato que había pasado la noche fuera.
Estaré con vosotras esta mañana dijo Candice.
¿No te fías de mí? respondió Charlotte poniéndose en guardia.
No es eso. Tú lo sabes bien. Quiero ver cómo funciona todo en la práctica se defendió Candice.
Emma aprovechó este momento para entrar en la habitación y observó a las dos mujeres que habían tenido el reflejo de mirar en su dirección en el momento en el que hizo su aparición. Candice se puso a examinar a la joven de la cabeza a los pies. Su mirada se posó sobre su cintura, sobre sus piernas y, durante un breve instante, sobre su pecho. Emma tuvo la impresión de ser juzgada por un momento. No le gustaba la cosa, pero no dijo nada. Sabía que había cometido un error y no quería echar más leña al fuego sin motivo. Además, se sentía «de clase baja» con su ropa toda arrugada de la noche anterior frente a esta mujer que tenía aires de ricachona. Charlotte rompió el silencio.