La tripulación se dispuso a remar y el barco comenzó a moverse lentamente para salir de la muralla circular que, además de proteger la aldea, servía de rompeolas. En cuanto la cruzó, empezó a coger algo más de velocidad y se adentró en las largas y estrechas ensenadas de los imponentes fiordos noruegos. El knorr se deslizaba, ágil y ligero, sobre las aguas.
Cruzados los fiordos, se adentraron en el mar Báltico y remaron hasta que el viento permitió que desplegaran la vela.
Olaf estaba al mando, sobre la popa, manejando el timón. Harald, a su lado, le indicaba el camino que ya había recorrido, sosteniendo un disco de madera sobre el que estaban grabados símbolos mágicos y en cuyo centro estaba engarzada la piedra del sol.
Los dos muchachos los alcanzaron, ansiosos por aprender todas las nociones posibles e, intrigados por esa herramienta, preguntaron de qué se trataba.
Esto es un vegvisir, un poderoso sello mágico. Todo buen navegante posee uno para no perder jamás el rumbo explicó Harald, extendiendo el brazo hacia arriba para que pudieran ver bien su uso. Este cristal mágico captura la luz del sol y permite comprobar su posición aunque esté escondido entre las nubes.
¿Y cuando llueve? preguntó Thorald.
Un buen navegante conoce muy bien las corrientes y los vientos, el desplazamiento de los bancos de peces y el vuelo de los pájaros.
¿Y por la noche? demandó Ulfr.
Por la noche las estrellas te indican el camino añadió Olaf.
El viento infló la vela y el knorr cogió velocidad; surcaron el mar Báltico, la embarcación cabalgaba las olas espumosas de manera armónica. Los dos jóvenes vikingos esperaban aquel día ansiosamente y al final había llegado. Sintieron cómo crecía en su interior el intrépido sentimiento que reina en un vikingo a bordo del knorr: el rey del mar, así se sentían todos los vikingos.
Llegaron hasta el golfo de Finlandia, cruzaron el Neva y atravesaron el Vóljov hasta llegar al lago Ilmen y después al río Lovat, que les condujo hasta Gnezdovo. Solo quedaba atravesar el Dniéper que les llevaría hasta su meta: Kiev.
Este es el río peligroso del que te hablaba. Serán necesarias todas las energías de los hombres para cruzarlo advirtió Harald a Olaf.
Habían pasado unos cuantos días desde la última parada. Necesitaban descansar y comida caliente.
¡Acerquémonos a la orilla, pasaremos aquí la noche! dispuso Olaf.
Tras lanzar el ancla, sacaron la pasarela para descender a tierra firme y organizar el vivac.
Montad la tienda y encended un fuego para la cena ordenó a la tripulación.
Mientras algunos hombres se ocupaban de la tienda (una estructura de madera cubierta de wadmal2 ), otros desembarcaban la comida, las bebidas, un trípode y un enorme caldero, y otros, lo necesario para pasar la noche.