Stephen Goldin - ¡polly! стр 4.

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A medida que se acercaba a él, sin embargo, parecía cada vez más real. Era un muñeco de nieve estándar de tres bolas con la base de un metro de diámetro, el medio de sesenta centímetros y la cabeza de treinta. Sus ojos eran ciruelas negras, su nariz un pepinillo dulce y su boca era una línea punteada de cerezas curvadas en una sonrisa. Llevaba una alegre bufanda amarilla y roja alrededor de donde estaría su cuello. En su cabeza, en lugar del sombrero de copa tradicional, tenía una gorra de béisbol de Oakland A's. Sus brazos estaban desproporcionadamente flacos, sólo un par de ramas desnudas que salían de sus hombros.

Se acercó a él y lo tocó. Estaba frío. Estaba hecho de nieve. Y estaba de pie sobre este césped en treinta y siete grados de calor bajo el sol abrasador del desierto en julio.

Se alejó lentamente de él, no completamente dispuesto a quitarle los ojos de encima. El muñeco de nieve se quedó allí y no mostró ninguna intención de derretirse.

Finalmente, con un rápido movimiento de cabeza, trató de sacarlo de su mente. Había muchos otros problemas de que preocuparse. Subió los cuatro escalones hasta el porche, se acercó a la gran puerta y presionó la campana.

A los pocos segundos la puerta se abrió y se vio mirando a la más bella chica que había visto jamás. Era pequeña —tan sólo metro setenta y dos, no le llegaba más allá de la nariz— pero aquella tan solo era lo único a lo que podría llamar remarcable. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, ni muy pechugona ni muy aniñada. Su pelo marrón oscuro, con un corte pixie, con un rostro perfecto, ojos marrones y brillantes, una nariz alegre y una boca pequeña pero expresiva.

Llevaba puesto un pantalón vestido satinado de una pieza. La mitad inferior eran unos pantalones destellantes; la parte superior era un arnés con la forma de dos pañuelos negros uniéndose en la parte frontal y atándose entre ellos por el cuello. Llevaba unas zapatillas negras con poco talón, y su parte trasera estaba descalzo. No estaba esquelética, pero tampoco tenía grasa. Alrededor de su cuello llevaba una cadena dorada y un gran medallón de varios centímetros, con al menos una docena de pequeñas luces que parpadeaban. No parecía tener mucho más de veinte años.

“¿Sí?” dijo ella.

Él estaba demasiado ocupado admirando las vistas por lo que olvidó la razón de estar allí. “Eh, perdona que te moleste, pero mi coche se ha estropeado en medio de la carretera. Me preguntaba si...”

“Bueno, no te quedes bajo este sol” dijo haciéndole señas para que entrase. “Entra que aquí hay aire acondicionado y se está bien. Bienvenido a Green House.”

“Gracias,” dijo poniendo un pie dentro. Ella cerró la puerta tras él, y enseguida sintió el lujo. No había sentido frío desde hacía horas.

Estaban en un vestíbulo echo de baldosas de mármol negras y blancas y una enorme lámpara de cristal colgando de un techo alto. Había un largo pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la mansión, con varias puertas que daban a diferentes habitaciones. Unas amplias escaleras con una alfombra verde llevaban al piso superior.

“Odio molestar de esta manera...” empezó diciendo, pero ella lo volvió a interrumpir.

“No digas tonterías. No es molestia. No es tu culpa el lugar donde tu coche se estropea, ¿verdad?”

“No,” dijo con un profundo suspiro. “Me estaba preguntando si me dejarías usar el teléfono un momento.”

“Lo haría si tuviera uno.”

“¿Vives en un lugar tan apartado en medio de la nada sin teléfono?”

“Si tuviera uno, la gente no dejaría de llamarme todo el rato” dijo ella. “Hay demasiada gente intentando hablar conmigo. Prefiero ser un poco difícil de localizar.”

“¿Pero si tienes algún problema” le dijo. “¿Y si necesitas comunicarte con alguien?

“No tengo problema alguno a la hora de comunicarme con el que quiero” dijo ella “Y no hay problema que mi servicio no pueda solucionar.”

“Oh, tienes servicio. Supongo que entonces nada.”

“Sip. De echo, iba a sugerirte que mi chófer echara un vistazo a tu coche. Seguramente sepa como repararlo.”

“No quiero meterte en problemas...”

“Para nada. Fritz hará su trabajo. Es por esto que está aquí.” Cogió su medallón y habló por él. “Fritz, hay un coche fuera que parece que ha dejado de funcionar. ¿Podrías echarle un vistazo y hacerlo que vuelva a funcionar?”

“Ja, meine fraulein” dijo la voz a través del medallón. Aquella voz tenía un acento tanto de alemán de Hollywood que podía escuchar el taconeo de sus talones.

“Muchas gracias” dijo él.

Ella se dio la vuelta. “Me llamo Polly, por cierto.”

“Oh, esto... y yo Rod.”

Ladeó su cabeza hacia la izquierda. “No pareces ninguna ‘caña’2 dijo sentenciosamente.

“¿Qué aspecto tiene una ‘caña’?”

“Esto, algo largo, cilíndrico y rígido” le dijo regalándole una sonrisa malvada. “Por supuesto, entiendo que sea tu apodo.”

Él se sintió ruborizado. “Es por Heródoto” dijo calmadamente mientras se preguntaba porque lo decía. Casi nunca se lo había contado a nadie —ni mucho menos a un completo desconocido.

“Ah, el historiador griego” gritó Polly. “Genial.”

“¿Lo conoces?”

“Por supuesto, amo la Antigua Grecia.”

“Sí, y también mi padre. Era profesor de civilizaciones clásicas.”

“Tenía que quererte de verdad para darte tal honorable nombre.”

Heródoto resopló con desprecio. “Heródoto Shapiro es un nombre horrible para un chico judío.”

“Me gusta. ¿Puedo llamarte ‘Hero’?”

“Prefiero Rod.”

“Puedes ser mi Héro-e” dijo ella, ignorando por completo sus palabras. “Es mejor que ‘Her,’ ¿no?”

“Haz lo que quieras” dijo resignándose. Tenía mayores problemas en su vida en aquel momento que preocuparse por como le llamaba una niña tonta y rica. Uno de sus problemas era el apartar su mirada del increíble cuerpo de aquella niña tonta y rica evitando dejar el suelo lleno de babas.

Ella lo rodeó con sus brazos y lo llevó a la habitación a su derecha. “Entra a la sala y únete a la fiesta.”

“¿Fiesta?” Sintió una opresión en el pecho. Las fiestas conllevan gente, normalmente gente feliz. La gente feliz era la última cosa que necesitaba en su vida en aquel momento. “Eh, no quisiera ir a una fiesta a la que no he sido invitado—“

“No tienes porque si no quieres” le dijo Polly.

Él estaba demasiado en guardia y sudado y despeinado. “No estoy seguro de que vaya conmigo. Seguramente no conozco a nadie—“

“No te preocupes. Todo estará bien. Son buena gente. No invito a quien no lo sea.”

“Pero, esto... no voy vestido para una fiesta.”

“No te preocupes. Todos mis amigos vienen-tal-cual. Muy informal. Creo que las personas son más importantes que su ropa. Ven.”

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