Ya sabÃa desde hacÃa tiempo que Rinaldi era un hombre ansioso de dinero. Cuando era todavÃa magistrado, habÃa logrado acumular riquezas ingentes. HabÃa hecho regalos suntuosos a Clemente, ese pontÃfice que, después de morir, serÃa llamado el Papa de los achaques, también hambriento de dinero y sediento de alabanzas, que le habÃa prodigado el juez y sin duda de esto le habÃa venido al caballero Rinaldi la recompensa de su éxito.
En realidad, al inicio de mi carrera yo no habÃa entendido a ese hombre y siendo un joven ingenuo deseoso de justicia, la habÃa tenido por maestro, pero, después de un cierto tiempo, habiendo apreciado este mi devoción y tomándola por tÃmido sometimiento, entendiendo que podÃa fiarse de mà se habÃa abierto un poco. Un dÃa en el que estaba particularmente contento y tal vez habÃa bebido más de lo debido, me habÃa dicho sin contenerse: