Guido Pagliarino - Un Giro En El Tiempo стр 5.

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La noticia de ese meteorito había sido difundida al final de la tarde primero por el EIAR14 y algunas ediciones de última hora de la tarde de los periódicos y, al día siguiente, por los de la mañana y los primeros noticieros de la radio. Annibale no se había sorprendido al oír hablar del meteorito, ya que en el cuartel Berta había sido invitado respetuosamente por varios oficiales a aprenderse de memoria una frase que hablaba del artefacto, escrita con letras de molde sobre un folleto por el comandante Trevisan, pero antes ideada y comunicada por teléfono por el mismo y meticuloso Bocchini. Era una pequeña lección pedante para repetir en público y en familia: “Se trata de un meteorito, es decir, de un objeto natural caído del cielo, aunque no redondo, sino con una extraña forma como de disco de piedra, parecida a las que se lanzan al agua para hacerlas rebotar, pero mucho más grande”. A primera hora de la mañana, primero el jefe de manípulo que estaba de guardia, luego el centurión responsable de la seguridad y la información y finalmente el señor primero Trevisan, en esta ocasión llegando antes de casa, habían interrogado escrupulosamente al agricultor. En todos los casos había dado pruebas de conocerse la lección al pie de la letra. Ante una pregunta concreta del comandante, de vuelta poco antes de que le dejaran irse, había asegurado que lo habría relatado exactamente así y jamás de otra manera, añadiendo resuelto para tener mayor credibilidad: “Sí, pero se entiende bien que es una gran roca plana del cielo, ¿o no? ¡Es evidente, señor primero!”. En rigor, el hombre, que era bastante inteligente a pesar de haber estudiado solo hasta el tercer grado elemental, no se lo había tragado y seguía convencido (¡Vaya trola! ¡Él no era idiota!) de que aquello era un avión hermoso y estupendo, con forma de disco extraño y secretísimo, sí señor, y no un objeto natural caído del cielo.

Esa misma mañana del 14 de junio de 1933, en el mismo momento en que Moretti estaba tomando su desayuno en el trani, escuchando las noticias de la radio y hablando consigo mismo, Mussolini estaba en el mismo despacho reflexionando de nuevo acerca de esa aeronave desconocida: “¿Prototipo francés, inglés o alemán?”. “Alemania”, se había dicho, “me parece poco probable, ese histérico bigotito de Charlot está en el poder desde hace solo unos pocos meses y además, con todos los problemas que tienen los alemanes, seguro que no piensan en proyectar nuevos aviones.15 Pero ahora mismo el Bigotes16 Adolf está dando órdenes a toda prisa”: Mussolini no sentía simpatía por aquel imitador político que le adoraba y que, hablando en público, caía en momentos de histeria y, como le habían dicho sus servicios secretos, caía a veces en privado en las más graves depresiones llenas de temor por el juicio del mundo y de sentimientos de inferioridad, cosa absolutamente inconcebible, sin embargo, para un arrogante apasionado como el Duce, que estaba absolutamente convencido de ser admirado, sobre todo por jefes de gobierno y ministros de otras naciones, como por ejemplo el Canciller de la Hacienda británico Winston (Winnie) Churchill, que le había visitado en Roma en el 2917 y al que llamaba el cigarrón (“Gran fumador de cigarros puros Montecristo número 1”, le habían informado los eficientes servicios del OVRA); pero ser admirado por el Bigotes Adolf no le agradaba tanto, ¡ya ves!

Y sin embargo había sido precisamente el ejemplo de Mussolini el que había inspirado la actividad de Adolf Hitler, jefe de un movimiento análogo al fascismo, surgido a partir de un minúsculo Partido Alemán de los Trabajadores convertido en Partido Nacionalsocialista, que había expresado todo lo violentamente aberrante que había detrás de la derrota alemana, en primer lugar el fuerte militarismo tradicional y el racismo, con el cual el Fhürer con bigote al estilo de Charlie Chaplin había construido poco a poco su funesta doctrina que le había llevado a la cumbre de Alemania el 31 de enero de ese mismo año 1933 en el que Italia había capturado, en junio, el platillo volante.

Había sonado el teléfono blanco del Duce. Aunque eran ya pasadas las 19, Mussolini estaba en su despacho presidencial.

Era Bocchini: “¡Duce, le saludo!”

“¿Novedades?”

“Conocemos las nacionalidades probables de los tres cadáveres”.

“¡Bravo! ¿Cómo lo han sabido?”

“Fácilmente, gracias a los manuales del disco, todos en inglés, además de otros escritos en el mismo idioma en las etiquetas de la ropa interior de los tres muertos. Por cierto, sus camisetas y calzones nos han dado direcciones fiscales en Gran Bretaña y otros países anglófonos, pero la primera nación, teniendo en cuenta su poderío y la situación política actual, parece las más prob...”

“... ¡Sin duda! ¡La Gran Bretaña es probabilísima! Allí son maestros en meter las narices en las casas de otros y aunque sea verdad que el cigarrón me tiene mucha simpatía, siempre será un patriota inglés. Bueno, Bocchini, ya sabes qué debes hacer con los servicios del OVRA, mientras que yo daré órdenes a los militares”.

“Siempre a sus órdenes, Duce, pero tengo otro par de cosas que decirle”.

“Dilas”.

“Ante todo, su idea de que se trataba de pilotos de pruebas sino de espías ha resultado completamente exacta: lo hemos confirmado cuando en un compartimento interno hemos encontrado ropas burguesas, es decir, de estilo de ciudad y digamos no de vacaciones como las que llevaban los muertos y, sobre todo, se han descubiertos insignias fascistas”.

“¡Ajá! Querían aterrizar, disfrazarse y espiar ¡qué locos! ¿Había en la aeronave rollos y películas cinematográficas ya reveladas?”

“No, Duce, no se han encontrado, ni tampoco películas vírgenes, ni máquinas fotográficas ni cinematográficas: se han recogido diversos pequeños objetivos externos por todo el disco y a lo largo de su circunferencia, que muestran la peculiaridad de no usarse con cámaras, sino de conectarse, parece que a través de ondas de radio, a aparatos internos que parecen radiotransmisores, pero que, extrañamente, no tienen válvulas.

“¡¿Radios sin válvulas?! ¿Qué más han inventado esos malditos ingleses?”

“Podría tratarse de cámaras de recogida y radiotransmisión de imágenes, del tipo de las de la televisión experimental inglesa, lo que apoyaría la hipótesis del espionaje por parte de esa nación, pero, Duce, son radiocámaras18 pequeñas, más bien pequeñísimas, no mastodónticas como las que hemos fotografiado secretamente en la BBC”.19

“Ahora necesitamos a Marconi, ¿eh?”

“Sí, Duce”.

Guglielmo Marconi era el inventor del telégrafo sin hilos y uno de los padres de la radio. Estaba entre los personajes más importantes del régimen, presidente desde septiembre de 1930 de la Academia de Italia, premio Nobel de física y además, entre otros muchos títulos, almirante de la Real Marina Militar, en la cual, después de un breve paréntesis en el Genio, había servido durante la Gran Guerra.

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