Guido Pagliarino - La Furia De Los Insultados стр 12.

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En el momento del ataque al Kübelwagen, el Panther estaba patrullando la calle vecina de Formale. Su tripulación había oído dos explosiones, separadas por un par de segundos la una de la otra, y el jefe del carro, un comandante de carrera llamado Konrad Müller, había apreciado de qué dirección venían. A sus órdenes, el vehículo se haya dirigido a la Plaza de la Caridad. Al llegar, los soldados habían encontrado los restos de sus cuatro camaradas y la camioneta y ninguna persona en la plaza, ya que después de haber lanzado dos botellas incendiarias, una de las cuales había dado en el blanco, los autores del atentado habían huido mientras los residentes se habían refugiado en sus casas y tiendas, cerrando los portales y las persianas. El suboficial había ordenado sin remordimientos ametrallar las fachadas de los edificios que le rodeaban a la altura de un hombre y mientras tableteaban sus MG, había pedido instrucciones al mando a través de la radio. Le habían ordenado vengarse deteniendo civiles, diez por cada alemán muerto, y fusilarlos allí mismo. El cabo subcomandante del Panther y dos soldados habían bajado armados con fusiles MP80 y bombas de mano de modelo 24 y habían lanzado estas granadas contra persianas y portales, matando o hiriendo a quienes se habían refugiado dentro. El comandante Müller, en un pésimo italiano, había ordenado por el altavoz salir de las casas, ya que si no todas serían derrumbadas a golpe de cañón con sus residentes dentro. Había prometido que sí los que allí estaban se presentaban ordenadamente a la escuadra alemana solo serían interrogados y luego se les dejaría libres. Así que se habían reunido 42 personas, dos más del décuplo de los alemanes muertos. Sin embargo, a pesar de que el cabo había comunicado el exceso de detenidos al jefe del carro, que entretanto había asomado por la torreta, la cantidad fue considerada adecuada por el superior, nazi convencido, aunque no era de las SS, y había ordenado “ajusticiarlos” a todos. Esos civiles inermes había sido abatidos con ráfagas de metralleta. Una vez muertos, los carniceros habían subido a su tanque y el comandante había ordenado a las ametralladoras volver a disparar a su alrededor, esta vez apuntando a los pisos altos. Las ráfagas terroristas habían proseguido durante varios minutos mientras que el racista de Konrad Müller pronunciaba con odio, expresándose en su dialecto bávaro, expresiones que en nuestro idioma habrían sonado así: «¡Italianos de mierda! ¡Bastardos traidores! ¡Raza de cerdos!»

El tanque de acero estaba a punto de reemprender su patrulla por las calles cuando había aparecido el vehículo blindado de otros italianos de mierda. Este era muy inferior al Panther tanto en blindaje como en potencia de fuego. El comandante Bennato solo podía probar a dar marcha atrás rápidamente, con la muy débil esperanza de que el enemigo tuviera otras órdenes a cumplir de inmediato y no se preocupara por seguirlos: frenó de golpe, sin necesidad de recibir la orden, puso la marcha atrás y aceleró, mientras los seis patriotas a pie, al ver que el blindado empezaba a retroceder se echaron atrás precediéndolo en la retirada. Sin embargo, el vehículo pudo entrar en Via Battisti solo en parte, porque el motor se caló y paró por la rápida maniobra y el blindado se detuvo con la parte anterior todavía expuesta al enemigo.

Contrariamente a la tenue esperanza italiana, en lugar de reemprender la patrulla por Nápoles, el comandante del Panther decidió destruir el vehículo rebelde y ordenó al artillero apuntar levantando cero contra el agente del enemigo.

Vittorio, entreviendo por la tronera la torreta del tanque empezando a girar dirigiendo el cañón hacia el blindado, gritó a los suyos que abandonaran el vehículo y se emboscaran en los callejones de la Via Battisti y, al dar la orden, él mismo se dirigió a la salida, bajando el primero. Luego razonaría que, después de todo, retrasarse no habría servido para que los demás salieran más rápidos. En realidad, había prevalecido sencillamente su instinto de conservación.

El disparo del cañón retumbó un instante después de que el comandante Bennato hubiera salido el último. El proyectil explotó con precisión en la parte expuesta del vehículo al que había apuntado el artillero. Debido a esta explosión también estalló la bomba anticarro Panzerwurfmine que estaba antes en el Panzerfaust del granadero, arma que hasta un momento antes había estado sobre su espalda pero que se había quitado para huir más rápido. El blindado italiano fue lanzado hacia atrás y se incendió, embistiendo y aplastando a los cuatro patriotas más cercanos, mientras esquirlas densas y grandes se proyectaban devastadoras a su alrededor. También falleció el comandante Bennato, que, golpeado en el cuello por una lacha ardiente, murió por el golpe con la cabeza destrozada. El granadero fue destrozado por la bomba Panzerwurfmine y las esquirlas del Panzerfaust, del que estaba demasiado cerca. Los agentes Tertini y Pontiani, alcanzados en la espalda por multitud de fragmentos, murieron minutos después, desplomados sobre el adoquinado. Solo se salavaron al subcomisario, el brigada y la joven, que consiguieron entrar, apenas un momento antes de la explosión, en el callejón más cercano. Al mismo tiempo, a causa del muy violento desplazamiento del aire, se derrumbaron los débiles muros externos de dos viejas edificaciones que se encontraban a los lados del blindado, arrastrando con ellos a los residentes y sepultándoles mortalmente. Vittorio y sus dos compañeros atravesaron corriendo el pequeño patio en el que se habían refugiado y, a continuación, pasando bajo un arco trasversal en un muro, entraron en el patio de otro caserío. Aquí la joven, que ya había abandonado la ametralladora MG al principio de la precipitada retirada, se deshizo de las ristras de munición que llevaba en bandolera y estaba a punto de dejar también la bolsa con la radio, pero Vittorio le detuvo y, sin decir palabras, la puso a cargo del brigada.

—Podría servirnos —dijo.

El trío volvió sobre sus pasos, pasando con cuidado de un del patio a otro y luego a otro hasta llegar a la Via del Claustro, desprovista de alemanes, que terminaba y todavía hoy termina en la Via Monteoliveto, donde vivía la joven. Era precisamente en su casa donde pretendía refugiarse. Por el contrario, los dos policías trataban de llegar a la Via Medina, siguiendo la Via Monteoliveto, más allá del cruce con el Corso Umberto I, y volver a la comisaría.

Vittorio se asomó a la Via Monteoliveto y echó una ojeada a derecha e izquierda. Advirtió con decepción que, no muy lejos a su derecha, en el cruce de la vía con el Corso Umberto I, había un puesto de control de un pelotón de Waffen SS,25 dotado con camionetas, motocarros y un cañón anticarro automóvil de 47 mm. Panzerjäger, modelo anticuado fruto de la adaptación de un tanque todavía más antiguo y arma poco eficaz frente a los carros armados modernos, pero mortal contra vehículos no acorazados y edificios. Los vehículos habían sido aparcados por los alemanes uno detrás del otro a lo largo del Corso Umberto I, en las intersecciones de este con Via Medina y Via Monteoliveto. Era evidente que el objetivo era impedir a los vehículos el ingreso en el corso o que lo atravesaran. Como el cañón anticarro se dirigía hacia Via Medina, Vittorio supuso correctamente que el objetivo del bloqueo era obstaculizar a vehículos y hombres que salieran de la comisaría. También imaginó que, para impedir el paso de automóviles en ambas direcciones, debía haber otro puesto más al otro lado de la comisaría, cerca del punto donde se había desarrollado el combate de los patriotas con los granaderos alemanes.

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