Danilo Clementoni - Encuentro Con Nibiru стр 13.

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El local estaba compuesto por dos habitaciones y no parecía demasiado limpio. En la habitación más grande tres mesas bajas y redondas, apoyada cada una sobre una alfombra raída y de colores desvaídos, estaban rodeadas por algunos cojines asimismo bastante viejos. En la otra habitación, en cambio, los muebles eran de un estilo más occidental y parecía un poco más íntimo. Unas amplias cortinas de colores cálidos recubrían las paredes. La iluminación era suave y el ambiente era, decididamente, más acogedor. Dos pequeñas mesas estaban ya preparadas, listas para los clientes del día siguiente. Sobre cada una de las mesas un mantel verde oscuro con bordados diversos, servilletas del mismo color, salvamanteles de cerámica con los bordes plateados, los tenedores a la izquierda, cucharas y cuchillos a la derecha y, en el centro, una larga vela amarillo oscuro sostenida por un pequeño candelabro de piedra negra.

«¿Podemos ir allí?» preguntó el tipo gordo mientras que con la manos señalaba la habitación más pequeña.

Sin siquiera responder, el hombrecillo del pelo rizado se dirigió rápidamente hacia la sala, acercó las dos mesas, ordenó las sillas y, después de hacer una bonita reverencia y un amplio y vistoso gesto con los brazos, dijo “Por favor, señores, así estaréis más cómodos”

Los tres se colocaron en la mesa y el gordo dijo. «Prepáranos tu especialidad y mientras tráenos tres cervezas.» A continuación, sin darle tiempo a responder, añadió. «No te pases de listo. Se que tienes distintas cajas escondidas por todas partes.»

El general esperó a que el propietario del local se metiese en la cocina, después comenzó a hablar de la conversación que habían tenido poco antes. «El senador es una persona sin escrúpulos. Debemos tener mucho cuidado con él. Si algo va mal, no dudaría lo más mínimo a encargar a alguien que nos matase»

«Pues que bien» respondió el gordito. «Parece que todos aquí nos quieren con locura»

«Intentemos hacer lo mejor posible nuestro trabajo y no sucederá nada» dijo el flaco que había estado callado hasta este momento. «Conozco bien a estos tipos, si no creamos problemas y hacemos todo lo que nos ordena, todo irá bien y cada uno de nosotros tendrá su justa recompensa»

«Sí, una bonita bala en medio de la frente» comentó susurrando el tipo gordo.

«Venga, no empieces con tu pesimismo. Hasta el momento todo ha transcurrido con normalidad, ¿no?»

«Sí, hasta ahora.»

Mientras tanto, escondido en la cocina, el dueño del local estaba hablando en voz baja, en árabe, por teléfono. «Estoy seguro que es él»

«Me parece increíble que haya ido allí sin la escolta adecuada»

«Y en compañía de otros dos. A uno de ellos lo conozco muy bien y estoy seguro que forma parte de alguna extraña organización que podría, de alguna manera, tener relación con el.»

«¿Podrías hacerle una foto y mandármela? No querría montar un lío de mil demonios para después darme cuenta que se trata de un simple error de identidad»

«De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Dame unos minutos»

El hombre cortó la comunicación, activó la cámara del teléfono móvil, se la metió en el bolsillo de la camisa de modo que el objetivo quedase ligeramente descubierto y, cogiendo una bandeja de aluminio, puso sobre ella tres vasos anchos. Destapó tres botellas de cerveza y puso cada una al lado de un vaso. Alzó la bandeja con la mano derecha, tomó aire y se fue hacia la mesa ocupada por los tres comensales.

«Espero que os guste esta marca» dijo mientras distribuía las bebidas. «Por desgracia no tenemos demasiada variedad. Aquí las leyes con respecto al alcohol son muy rígidas»

«Sí, si, no te preocupes» dijo el gordito mientras cogía una botella y la echaba llenando el vaso de espuma.

El hombre, entonces, teniendo mucho cuidado de ponerse en frente del general, cogió el vaso, lo inclinó ligeramente y echó con cuidado casi la mitad de la botella. Después, haciendo lo mismo con la del tipo flaco, exclamó. «Se hace así. ¿Así que un pobre iraquí debe enseñar a tres americanos como se echa la cerveza, verdad?»

Una fuerte risotada surgió de la garganta de los tres comensales que, levantando los vasos, los hicieron chocar haciendo un brindis de buena suerte.

El propietario, después de haber hecho la consabida reverencia, se fue de nuevo a la cocina. Apenas había cruzado el umbral y, mientras se aseguraba que nadie lo estuviese observando, controló su teléfono móvil para comprobar la foto que había hecho. Las imágenes se movían un poco pero el careto del general Campbell se veía perfectamente. Envió enseguida el vídeo al número al que había llamado antes y esperó pacientemente. No había pasado ni un minuto, una ligera vibración del teléfono lo avisó de que tenía una llamada entrante.

«Es él» dijo la voz al otro lado de la línea. «Dentro de una hora, como máximo, estaremos allí. No los dejes marchar antes de ninguna de las maneras.»

«Acaban de llegar y todavía deben comenzar a comer. Tenéis todo el tiempo del mundo.» y colgó.

Astronave Theos – El almirante

Elisa todavía estaba observando el extraño objeto que Azakis le había dejado caer en la mano cuando la puerta del modulo número seis se abrió. Petri, con una expresión realmente resplandeciente llegó portando sobre la mano el teléfono móvil del coronel

«Lo conseguí» exclamó «eso espero». Se acercó rápidamente donde estaban los tres que se encontraban en el centro del puente de mando y continuó. «Es un sistema realmente antiguo pero creo que he conseguido comprender su funcionamiento. Me he conectado a uno de esos satélites que vagan alrededor del planeta sobre una órbita de menor altitud que la nuestra y creo que ahora será posible hacer una “llamada”.»

«Eres grande, amigo mío» exclamó Azakis. «No tenía ninguna duda que lo conseguirías»

«Antes de cantar victoria veamos si funciona de verdad» dijo Jack cogiendo el teléfono móvil de las manos del alienígena. El coronel observó con atención la pantalla del aparato y a continuación dijo asombrado. «Increíble, tiene las tres rayas de la cobertura.»

«Venga, prueba» sugirió Elisa ansiosa.

Jack recorrió rápidamente su agenda y encontró el número del almirante Wilson. Antes de llamar, sin embargo, le asaltó una duda. «¿Qué hora será en Washington?»

«Creo que sobre las dos y media de la tarde» respondió Elisa después de dar una ojeada a su reloj de pulsera.

«Ok, lo intentaremos.» Jack tomó un poco de aire y a continuación pulsó el botón “ENVIAR”. El teléfono daba señal. Increíble…

Esperó pacientemente y sólo después del séptimo sonido de llamada una voz áspera y profunda respondió. «Almirante Benjamín Wilson, ¿con quién hablo?»

«Almirante, soy el coronel Jack Hudson. ¿Me escucha bien?»

«Sí, hijo, fuerte y claro. Es un placer escuchar tu voz después de tanto tiempo. ¿Va todo bien?»

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