Giovanni Odino - Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín стр 14.

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—Ven, vamos a buscar hierbas para quemar.

—Había comprendido que el programa era distinto.

—Ven a la huerta, hay hierbas aromáticas.

Edoardo la siguió, divertido. Le gustaba esa chica, esa mujer. Y, cuando era misteriosa, le atraía todavía más.

—Anda, toma: un ajo, un cebollino, menta, una ramita de romero, verbena, un poco de ruda y, por supuesto, hipérico, que crece espontáneamente en los bordes de mi jardín.

—¿Hipérico?

—Sí, la hierba de San Juan, para ahuyentar a los diablos.

Carlotta le frotó las flores en la nariz. Se quitó las sandalias y siguió andando descalza. Edoardo estaba fascinado por esa imagen, que lo excitaba. Sabía que no llevaba ropa interior, y se la imaginaba desnuda bajo la falda. La camiseta blanca dejaba entrever unos senos bastante grandes y sostenidos. Los pezones, que se habían endurecido, se estampaban insolentes contra la tela ligera. Su manera de andar sin las sandalias le daba un aire selvático que lo embrujaba.

—Acércate —dijo Carlotta.

—¿Por qué quemas las hierbas?

—Para que sigamos teniendo buena salud, realicemos nuestros deseos y ahuyentemos a los diablos. Todos menos uno.

Se rio, pero estaba seria. Al menos, él tuvo la sensación de que hablaba con ligereza de cosas importantes.

Carlotta había cogido la mano de Edoardo y se había sentado en la hierba con las piernas cruzadas, como los indios. Le invitó a que se sentara igual que ella, a su lado. Lentamente, cogía las hierbas del racimo y las tiraba al fuego. Después dijo, o más bien recitó:

—Pido que no se canse de mí, pido que me busque siempre, pido que no tenga más mujeres que yo.

Edoardo no dijo nada. Daba pequeñas caladas al cigarrillo, dejándose envolver en su aroma del humo. La miraba fascinado y ligeramente asustado. La mujer, cuyo semblante estaba iluminado por las llamas de la hoguera, parecía estar envuelta en un aura misteriosa, y la atmósfera lo tenía intrigado.

—Pido que se cierre el círculo. Pido que se acabe la persecución y que sea libre de amar —continuó Carlotta, tirando las últimas hierbas en las llamas.

Edoardo no entendía el sentido de esas palabras, pero sintió cómo la atracción por ella se extendía por todo él. Tiró el cigarrillo a la llama de la hoguera, la abrazó y la besó, mucho rato. Degustó sus labios, su lengua. Le besó el cuello y los hombros. Le acarició el rostro, los costados. La hizo tumbarse sobre la hierba al lado del fuego, le levantó la falda y siguió besándola el vientre y los muslos. Le desabrochó la camisa y besó sus senos y sus pezones. Se puso de pie, se quitó los zapatos y la camiseta y se bajó los pantalones y el bóxer.

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