El despacho de Alex. Todo como siempre. El consabido caos bajo la calma y el control aparentes.
Leonardo entra con un paquete y lo deja sobre el escritorio.
Buenos días, esto es para ti
Alex arquea una ceja.
No es mi fiesta. No me parece que celebremos ningún acontecimiento, no creo haberme olvidado de nada y ni por asomo pienso que tú debas pedirme un favor especial, ¿me equivoco?
Desconfiado. -Leonardo se sienta en el borde del escritorio de Alex-. ¿No podría ser simplemente que me alegro de que hayas vuelto y que esté encantado de tenerte de nuevo aquí?
Ya me lo has demostrado con el aumento Leonardo esboza una sonrisa.
No era bastante o, mejor dicho, sí, es mucho. Pero esto es un pequeño capricho personal
Alex arquea la otra ceja.
En cualquier caso, este repentino gesto de afecto me inquieta. -Desenvuelve el regalo y se queda estupefacto-. ¿Un miniordenador y una cámara?
Leonardo está entusiasmado.
¿Te gustan? Es el último grito en tecnología, se pueden filmar películas en alta definición y montarlas en el ordenador, elegir las canciones de iTunes e introducir fundidos y efectos directamente de las memorias. Lleva incorporado un software muy sofisticado En fin, que si quieres puedes filmar una película y proyectarla un instante después, justo como hace Spielberg.
Alex está perplejo.
Gracias, pero ¿eso quiere decir que quizá nos dediquemos también a la producción cinematográfica?
No. -Leonardo baja del escritorio y se dirige hacia la puerta-. Eso sólo significa que estoy encantado de que hayas vuelto y que, si debes hacer una de tus películas sobre la isla, el faro y, en fin, toda esa historia que me has contado, puedes filmarla tranquilamente desde aquí, sin desaparecer de nuevo.
Leonardo sale del despacho y un segundo después entra Alessia, la leal secretaria y ayudante de Alex.
¿Y bien? ¿Te lo ha comentado?
¿A qué te refieres?
A lo del nuevo trabajo, supongo
No. Está tan contento de que haya regresado que sólo quería darme un regalo ¡Esto! -y le enseña la cámara y el pequeño ordenador.
¡Fantástico! -Alessia lo coge-. Es la última novedad de Apple, el MacBook Air, es muy ligero. ¿Sabes que tiene un sistema incorporado que te permite montar?
Directamente una película
Ah, lo sabes Prácticamente podrías ser el nuevo Tarantino.
Él ha dicho Spielberg.
Eso es porque es viejo.
Justo en ese momento entra Andrea Soldini, el magnífico diseñador gráfico publicitario.
Chicos, mirad esto Tengo una noticia increíble. -Se aproxima sigilosamente a ellos. Alex y Alessia lo miran. Andrea Soldini saca del bolsillo de sus pantalones un folio doblado-. He encontrado este e-mail
Alex le sonríe.
No te cansas nunca, ¿eh?
Nunca
Alex rememora por un instante aquella ocasión Otro e-mail, otra verdad. Una historia ya lejana. Abre el folio que le entrega Andrea Soldini y lo lee al vuelo.
«A la sociedad Osvaldo Festa» -Mira a Soldini y a Alessia-. Somos nosotros «A la vista de sus grandes éxitos internacionales, hemos decidido comunicarles la posibilidad de participar en el concurso para la nueva campaña del coche que estamos a punto de lanzar al mercado» -Alex lee apresuradamente el resto de las frases y se detiene en la noticia más relevante-, ¡que prevé la realización de un cortometraje! -Luego baja el folio-. Ahora entiendo lo de la cámara y el ordenador «Estoy encantado de tenerte aquí» Quiere que trabaje el doble, eso es todo.
Andrea Soldini se encoge de hombros.
Quizá lo haya hecho sin pensar.
¿Él? Lo dudo mucho.
Alessia sonríe, contenta.
Bueno, es un reto fantástico.
Soldini está de acuerdo con ella.
¡Sí! Y sin ese presuntuoso de Marcello. ¡Venga, Alex, será coser y cantar!
Los dos avanzan hacia la salida, pero Alessia se detiene junto a la puerta.
¿Sabes una cosa, Alex? Me alegro mucho de que hayas vuelto.
Sí, yo también -dice Soldini, y salen sonriendo del despacho y cierran la puerta a sus espaldas.
Alex mira la cámara, después el ordenador y por último la puerta cerrada. Y de repente todo le resulta meridianamente claro. Me están embrollando. Luego lo piensa mejor. Aunque, en realidad, ninguno de ellos me ha empujado o ha insistido para que volviera al trabajo Si estoy aquí es porque lo he decidido yo. Si estoy trabajando como antes, mejor dicho, mucho más que antes, es por propia elección. Y ahora está a punto de ponerse en marcha un desafío fantástico. De manera que a Alex sólo le resta una última y dramática consideración. Me he embrollado yo solo.
Nueve
Última hora de la tarde. Un bonito sol inesperado contradice las previsiones de Giuliacci, que lo había cubierto con algunas cuantas nubes juguetonas. Pero no. En cuatro zonas distintas de la ciudad, cuatro chicas están subiendo a sus respectivos coches o motos. Cada una de ellas se ha arreglado vistiéndose de forma cómoda, alegre, adecuada para pasar varias horas de absoluta libertad. Zapatillas deportivas, camisetas, cazadoras, gabardinas. En marcha hacia la amistad.
Niki pone en marcha su SH50. Se pone el casco y se ajusta la ropa. Parte como un rayo, como suele tener por costumbre, esquivando por un pelo una bicicleta que pasaba por allí. Con los años, todo se vuelve más difícil. Nuevos Compromisos, otros conocidos, ritmos diferentes. Y a veces uno tiene la impresión de que se ha perdido, de que no ha dado la importancia adecuada a las relaciones. Los sms ya no llegan al ritmo de antes, las salidas nocturnas se reducen, las promesas de volver a verse se posponen por una razón u otra. El período del instituto, durante el que podían pasar juntas tardes interminables, parece haberse perdido en la noche de los tiempos. Eran como una segunda familia y no pueden dejar de creer en eso. Tienen que esforzarse. Defender las relaciones. Renovarlas. Tratar de atravesar el tiempo sin perderse. Pero bueno, lo cierto es que todavía estamos aquí. Las Olas. Dispuestas a dejarlo todo para poder vernos unas horas. Qué maravilla. Tengo muchas ganas de pasear, de reírme sin más, de comer con ellas un buen helado comprado en el Alaska. Sí. Niki esboza una sonrisa. Es cierto.
Olly introduce un nuevo CD en el reproductor del Smart. El «Best of» de Gianna Nannini. Grazie. Gracias, sí. Gracias a nosotras. A nuestro modo de ser. Al hecho de que, a pesar de todo, seguimos aquí, como cuando simulábamos que desfilábamos en la piazza dei Giuochi Istmici. Como cuando fingíamos que dormíamos en mi casa y, en cambio, nos escapábamos a las fiestas. Como el día en que compramos la Moleskine para que cada una escribiese lo que pensaba y pudiésemos leerlo después mientras bebíamos una taza de té. Y el día que la enterramos. Y también la vez en que elegimos nuestro nombre, las Olas, haciendo un montón de suposiciones absurdas con las iniciales de nuestros nombres mientras estábamos sentadas a una mesa de Alaska.
Qué divertido, todavía me acuerdo. Olimpia Erica Niki Diletta OlErNiDi.NiErODi DiNiErO ¡Ya está! ¡Diniero! Las Diniero, pagas y te llevas cuatro. Vaya risa. Y también N.E.D.O. ¡El hermano tonto del pez Nemo! Y un sinfín de ocurrencias absurdas más hasta llegar al auténtico nombre, el único posible: las OLAS, las Olas. Sí. Olas grandes, fuertes, que buscan una orilla segura de la que poder partir de inmediato. Olas de un mar que aún existe. Para demostrar a sus detractores que la amistad que nace en el bachillerato puede perdurar en el tiempo.
Erica tropieza con el borde de la acera. Vaya por Dios. ¿Por qué será que siempre me caigo aquí? Hace una vida que me sucede. Una vida. Y, de improviso, pensando en el lugar al que se dirige, le vienen a la mente muchas cosas. El viaje a Londres. El de Grecia. El hospital. Cuando Diletta tuvo el accidente. Qué miedo pasó esos días. ¿Y si no hubiese salido de ésa? Imposible. Un mar huérfano de una ola. No. No se lo habríamos permitido. Y después, el concierto a escondidas, la fuga a la playa para arrojar sal al mar antes de la selectividad. Y el amor. Y el ordenador que encontré. Ese chico escritor. Pensar que era amor. Y lo feliz que me sentía cuando se lo contaba a ellas. Ellas, que siguen estando a mi lado, si bien ahora son más mayores y un poco distintas. Mis amigas. A continuación Erica sube al Lancia Ypsilon bicolor, rasca al meter la marcha y arranca.
Diletta contempla su reflejo en el retrovisor del coche. Hoy tiene el pelo un poco abultado, debe de ser cosa del nuevo bálsamo. Ya lo decía el anuncio, que daba volumen. No mentía. Se ajusta el pasador en forma de corazón que lleva a la izquierda, sobre la oreja, y sube a su Matiz rojo. Enciende la radio, pasa de una emisora a otra y, después de algún que otro crujido, encuentra algún noticiario y unos programas sobre economía y sociedad, detiene el dedo y deja de apretar. No. No quiero eso. De manera que saca una funda múltiple del bolsillo de la puerta. Abre la cremallera y empieza a hojear los CD. Uno, dos, tres Aquí está. A veces uno tiene la impresión de que las canciones salen a su encuentro porque saben que las necesita. Diletta coge el CD y lo introduce en el reproductor. Oh. El recopilatorio que nos regalamos en septiembre, después de las vacaciones, antes de comenzar las clases en la universidad. Cada una eligió unas canciones y después hicimos cuatro copias. Quizá porque teníamos miedo de perdernos. Pone una. Giorgia. Che amica sei. Diletta canta mientras conduce. Y en parte se conmueve también pensando en todos los momentos que han pasado juntas. Sí. «Qué buena amiga eres, no me traiciones nunca, los amores pasan, tú permanecerás.» Es cierto. Aunque prefiero que mi amor no se vaya. ¡Porque, de lo contrario, Filippo, juro que te parto los brazos! «Qué buena amiga eres, llama cuando necesites reírte. El tiempo pasa volando, nosotras esperaremos aquí entre un secreto y otro» Sí, esperaremos y permaneceremos. «Fíate de mí, yo me fiaré de ti y pasaremos horas hablando y contándonos nuestras cosas. Estoy a tu lado, jamás estarás sola» No, y espero de verdad que vosotras tampoco me dejéis nunca sola. «Qué buena amiga eres, no cambies nunca, si necesito una mano sé que puedo contar contigo» Diletta se adentra en el tráfico cantando a voz en grito. Casi ha llegado. Puntual. Semáforo rojo. Cabecea dulcemente al ritmo de la música. Luego se vuelve de golpe. Increíble.
¡Erica! -Diletta baja la ventanilla y la llama otra vez-. ¡Erica!
Su amiga no se da cuenta. El semáforo se pone en verde y arranca. Diletta sacude la cabeza. Está completamente ciega. ¡Y, además, circula por el carril equivocado! Será gamberra. Diletta se coloca detrás de ella y la sigue. A fin de cuentas, se dirigen al mismo sitio. Empieza a hacer destellos con los faros y a tocar la bocina, riéndose.
Oh, pero ¿quién es el que está dando el coñazo? ¿Se puede saber qué quiere? -A Erica poco le falta para hacer un gesto obsceno, pero antes mira por el espejo retrovisor y reconoce la masa de rizos claros.
Pero bueno, ¿es ella? ¡Está loca! La saluda con la mano y le saca la lengua. Se persiguen un poco hasta llegar al lugar donde han quedado. Aparcan de milagro. Se apean del coche y se precipitan la una en brazos de la otra saltando como unas chifladas.
¡Caramba, da la impresión de que no nos hemos visto en años!
¡Y eso qué tiene que ver! ¡Te quiero mucho! -Y siguen saltando pegadas la una a la otra como dos futbolistas después de haber marcado un gol importante. Pasados unos instantes llegan también Niki y Olly.
¿Se puede saber qué estáis haciendo? ¿Qué pasa, ahora salís juntas? -y sin pensarlo dos veces se unen a ese abrazo loco, intenso, alegre, allí, en medio del aparcamiento y de la gente que pasa por su lado sin entender lo que les ocurre a esas cuatro chicas que giran en corro gritando.
Venga, ya está bien ¡Tenemos que ir a hacer la compra!
Pero mira que eres aburrida
Sí, sí Os advierto que yo no cocino, ¿eh?
Bueno, en ese caso compremos unas pizzas.
He traído un helado nuevo y delicioso, lo he comprado en San Crispino, ¿os parece bien?
Esperad Esperad Niki, ¿a qué se debe que ahora quieras salvarnos la vida? ¿Nos concedes la gracia?
¿Qué quieres decir?
¡Que, dado que no cocinas, no puedes envenenarnos!
¡Imbéciles!
Y siguen bromeando en medio de la calle, empujándose y riéndose, sin edad, dueñas del mundo como sólo se puede ser en ciertos, momentos de felicidad.
Diez
Por la noche. Alex regresa a casa. Entra de prisa y empieza a preparar la bolsa. Abre el armario.
Joder, vete tú a saber dónde me habrá puesto los pantalones cortos la asistenta -Cierra de golpe dos o tres cajones-. Ah, aquí está la camiseta
En ese preciso momento suena su móvil. Mira la pantalla. Es Pietro. ¿Qué querrá? No me digas que también esta vez tengo que pasar a recogerlo. Responde.
Ya lo sé
¿A qué te refieres? ¿Cómo has podido saberlo? No puedo creer que lo sepas ya, ¿cómo lo has hecho?
Alex resopla.
Porque la historia se repite una y otra vez. Siempre me pides que pase a recogerte.
No, esta vez es peor: no jugamos.
¿Qué? ¿Quieres decir que he vuelto a casa a toda velocidad para ir a jugar a futbito y ahora resulta que no vamos? No, eso me lo explicas ahora mismo, debe de haber ocurrido algo grave para que se haya suspendido el partido.
Así es Camilla ha dejado a Enrico.
Paso en seguida a recogerte.
Un poco más tarde. Alex y Pietro están en el coche.
Pero ¿cómo ha ocurrido?
Nada, no sé nada; me colgaba el teléfono, no lograba hablar. Creo que en ciertos momentos sollozaba.
¡Sí, claro! Anda que no exageras ni nada.
Te lo juro, ¿por qué debería decirte una estupidez como ésa de no ser verdad?
Ring. El móvil de Alex vuelve a sonar.
Es Niki.
No le digas nada. Dile que vamos a jugar de todas formas
Pero deberíamos estar ya en el campo, son las ocho y diez.
En ese caso dile que esta noche jugaremos más tarde.
Pero ¿por qué?
Luego te lo explico. Alex sacude la cabeza y a continuación abre el móvil. -Cariño -¡Eh, hola! Imaginaba que estarías ya en el campo