―Me he asegurado de que fueseis atendido pero no podía quedarme en Montefeltro. Había llegado allí de incógnito sólo para veros. Y ahora que estáis bien, que sois vos...
―Claro, claro, tenéis toda la razón ―y se postró de nuevo a los pies de su amada volviendo a coger su mano entre las suyas ―Os pido humildemente perdón por haberme extendido en inútiles charlas. El fin de mi presencia aquí es uno y sólo uno. El de proponeros ser vuestro esposo. Es extraño que deba pedíroslo directamente a vos, por lo común la mano de una dama se pide a través de su padre o de su tutor. Pero es mejor así. Estoy preparado para declararos mi inmenso amor y creo que también vuestro corazón late fuerte por este caballero, como muchas veces me habéis dado a entender.
Lucia lo instó a levantarse por segunda vez. Andrea se alzó, mientras continuaba sosteniéndole su mano. Sentía el aroma del agua de rosas, que le estaba emborrachando como si estuviese ebrio. Una vez más le vino el impulso de besarla. Acercó con delicadeza su busto al de ella. Le acarició las mejillas con los labios, con un levísimo beso, casi imperceptible. Lucia se retrajo un poco.
―Lo habéis comprendido perfectamente. Sí, estoy preparada para casarme, con una sola condición, que queráis ser el padre de las dos niñas.
―Por descontado. Quiero serlo. Son dos niñas maravillosas y, por lo que veo, bien educadas. Y esto os honra.
―Creo que es el momento de que os vayáis. Deberéis visitar a nuestro amado obispo, el Cardinal Ghislieri, y poneros de acuerdo con él para la ceremonia del matrimonio. Yo me atendré a todo lo que el cardenal quiera disponer. ¡Ahora, idos!
El navío veneciano, por muy estable que fuese, estaba sujeto a movimientos de balanceo y cabeceos mientras se acercaba a la costa. Las maniobras del atraque, además, acentuaban dichos movimientos, de la misma manera que despertaban la náusea y el dolor de cabeza de Andrea. Por las voces de los marineros comprendió que se estaban acercando a la Marina di Ravenna. Desde la pequeña ventana del camarote del comandante se entreveía un espeso bosque de pinos que enmarcaba la costa. Levantándose del catre dio con la cabeza en el techo del camarote que, aunque era uno de las más altos, situado entre el segundo y el tercer puente de popa, siempre sería bajo para su altura. Justo en el momento en que peleaba con una arcada, intentando engullir la bilis que subía desde el estómago, entró en el camarote el Capitano da Mar.
―Nos pararemos aquí, en Marina di Ravenna, durante unos días, con el fin de abastecer la nave de víveres y municiones. Hasta el delta del río padano transcurrirán otros dos días, luego remontaremos el Po hasta Mantova. Desde aquí a Mantova el viaje será mucho menos cómodo con respecto a lo que ha sido hasta ahora. Sobre todo la navegación fluvial creará bastantes problemas. Podremos encontrar aguas poco profundas, tramos del río más estrechos, en fin, no será fácil llegar al destino con una nave tan grande. Acepta mi consejo, desembarca aquí. Te proporcionaré un caballo y una escolta. Vía tierra, llegarás a Ferrara, donde serás huésped por unos días del Duca d’Este, nuestro amigo y aliado. Desde Ferrara a Mantova el camino no es largo. Te enviaré un mensajero en cuanto nuestra nave llegue a la ciudad de los Gonzaga y allí nos reuniremos.
Andrea se sintió aliviado por la propuesta. No veía la hora de desembarcar y poder subir finalmente a la silla de un caballo.
Capítulo 6
La belleza salvará el mundo
(Fedor Dovstoevskij)
Embarrado hasta el cuello, Andrea tenía la frente perlada de sudor, a pesar del frío penetrante de comienzos de un invierno que, a paso rápido, abriría las puertas del año 2019. La administración comunal había sido clara. Cuando llegase la próxima primavera Piazza Colocci debía estar restaurada y las excavaciones arqueológicas, que habían sacado a la luz los restos de los pisos más bajos del viejo Palazzo del Governo, serían enterradas. El conjunto había sido fotografiado, los principales descubrimientos trasladados al nuevo museo arqueológico, en la planta baja del Palazzo Pianetti-Tesei, y ahora ya se le había concedido demasiado tiempo a los ciudadanos, turistas y curiosos para echar una ojeada, totalmente gratuita, a la plaza descubierta. Pero Andrea no estaba satisfecho, en un nivel inferior debía haber restos del antiguo anfiteatro romano. Prueba de esto eran las antiguas pelotas del gioco della palleta, juego que se remontaba a la época de los romanos. Tal juego, conocido también como Harpastum, o juego de la pelota esférica, era parte integrante del entrenamiento de los gladiadores y jugaban a él, sobre todo, las legiones de los cuarteles de las fronteras. Según Andrea, las pelotas encontradas unos ciento años antes en el fondo del pozo del patio interior del Palazzo della Signoria no tenían relación con el juego dieciochesco de la pallacorda
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Seguramente estos ladrillos que delimitan este arco son de una fabricación más antigua respecto al resto, tienen un aspecto más irregular, son más oscuros. A lo mejor son de época romana…
Andrea se frotó las manos satisfecho, echó su aliento sobre ellas para calentarlas un poco y miró a su alrededor para buscar los instrumentos adecuados, dejando a un lado el pico. Intentó limpiar la supuesta abertura, en todo lo posible, con las manos desnudas, ayudándose de una pequeña pala de zapa plegable para extraer los detritos, acabando después el trabajo con un pincel para quitar polvo y restos de tierra. Poco a poco, salió a la luz una puerta de madera, bastante bien conservada, atrancada con un cerrojo. No sería difícil abrirla o desfondarla pero, no sabiendo que encontraría más allá y al ser el momento en que se estaba poniendo el sol, decidió que, por aquel día, se podía considerar satisfecho y que podía suspender los trabajos para retomarlos al día siguiente.
Mejor regresar a casa y comprobar los registros del radar. No querría tener ninguna sorpresa. Y además, es mejor buscar alguien que me ayude. La prudencia nunca es demasiada en estos casos. No vaya a ser que si abro esa puerta pueda provocar un desprendimiento. Y todo el trabajo de meses y meses se iría al garete.
Recogió los bártulos, se puso la saca de trabajo en bandolera, salió de la excavación y subió por Costa Baldassini, para llegar a su casa. El calor acogedor de su edificio y el olor a humo de los cigarrillos consumidos por su compañero lo pusieron de buen humor. Tiró la saca en el suelo de la entrada, intentó, en todo lo posible, de liberar los zapatos del fango y subió corriendo las escaleras. Encontró a Lucia dormida, con un brazo y la cabeza apoyados sobre la mesa del salón, el ordenador portátil encendido delante de ella y la colilla de un cigarrillo todavía humeante en el cenicero. Le acarició los cabellos con delicadeza, provocándole el despertar.
―¡Dios Mío, Andrea! Me he quedado dormida como una piedra. Debía estar muy cansada. He trabajado todo el día para intentar interpretar un nuevo documento que he encontrado aquí, entre las carpetas de tu biblioteca y que se refiere al período en el que tu antepasado Andrea Franciolini fue a combatir a los Países Bajos por cuenta del rey de Francia contra el emperador Carlo V d'Asburgo. Aparte de que el período es políticamente confuso, por lo que el Papa primero se aliaba con Francia, luego con el Imperio, la cronología de las fechas en este documento me parece extraña. Y luego está esta representación, que parece una imagen mucho más antigua con respecto a la época de la que estamos discutiendo. Es un león tendido, tumbado, grabado en piedra, me parece. No entiendo su significado: no es ni el león rampante símbolo de Jesi, ni el león de San Marco, símbolo de la Reppublica Veneziana. Parece más un emblema, un altorrelieve en piedra, procedente de cualquier edificio o de cualquier construcción de la época romana, casi parecido a aquellos adoquines decorativos que adornan la silueta del portal de este palacio.