Me acosté, me puse la capa de Tendao, y escuché a Yzebel metiéndose en su cama.
—Buenas noches, Yzebel.
—Buenas noches… ¿cuál fue el nombre que escogiste para ti?
—Obolus —dije—. Pero ahora que está vivo, no tomaré su nombre. Creo que Liada es mejor.
—¿Liada? —dijo Yzebel—. ¿Dónde he escuchado ese nombre antes?
Quise decir «Tendao», pero me quedé callada. No quería que el hijo mayor de Yzebel fuera el último pensamiento en su mente antes de dormir.
Después de un momento, Yzebel dijo:
—Liada es un buen nombre para ti. Buenas noches, Liada.
—Buenas noches, Yzebel.
Levanté el brazo izquierdo, pero estaba demasiado oscuro para ver el brazalete. Así que pasé mis dedos por los lados y sentí los elefantes grabados haciendo su viaje hasta el misterioso escondite. Me pregunté cuántos había debajo de ese extraño centro redondo del brazalete.
Después de un largo y agitado día, estaba muy cansada, pero aun así mi mente repasó todo lo que había pasado. Pensé en Hannibal, Tendao y Obolus. Sabía que debían estar dormidos y me preguntaba dónde. No tenía idea de dónde estarían Hannibal o Tendao, pero sabía exactamente dónde estaba Obolus. Traté de visualizarlo acostado en su cama de paja o dormido de pie y balanceándose sobre sus patas.
Me senté en mi cama y miré fijamente a Yzebel. No escuché nada más que una respiración lenta y pausada y supe que estaba dormida. Así que tomé mi capa en silencio, me escabullí de la tienda y caminé a la luz de la luna hacia Elephant Row.
Cuando llegué al sendero de los elefantes, encontré a unos cuantos acostados, algunos comiendo heno mientras otro aspiraba agua de un abrevadero con la trompa para llevársela a la boca. Varios dormían de pie. Me sorprendió ver a tantos despiertos. Uno grande trataba de alcanzar un melón que había rodado fuera de su alcance. Lo recogí y cuando abrió la boca para mí, se lo metí.
La paz que se respiraba era admirable. Los que estaban despiertos parecían respetar el sueño de los demás, guardando silencio mientras comían o se movían, limitados por las cadenas de sus patas. Todas las crías de elefante estaban tiradas en el suelo junto a sus madres, excepto una pequeña que estaba mamando.
No vi a ningún cuidador de elefantes ni a los chicos del agua, pero encontré a Obolus acostado de lado, durmiendo profundamente. Con cuidado de no despertarlo, me arrastré hasta el recodo entre su trompa y su cuello. Alisé mi nuevo vestido, me puse la capa de Tendao y me acurruqué, sintiéndome segura y cálida. Me quedaría un rato y luego volvería a la tienda de Yzebel para meterme en mi cama.
* * * * *
Me despertaron briznas de heno cayendo sobre mi cara. Por la palidez de la luz sabía que pronto amanecería, pero no me di cuenta de dónde estaba. Al principio pensé que en el bosque, entre dos árboles. Grandes postes grises se alzaban a cada lado y se juntaban sobre mi cabeza en un enorme cielo gris y arrugado. Incliné la cabeza hacia atrás y vi una gran boca masticando un montón de heno.
—Obolus —susurré—. ¿Cuándo te has levantado?
La gran trompa se balanceó hacia mí y me rozó un lado de la cabeza. La agarré y sentí cómo entraba el aire cuando me olfateó la mano. Me agarré para levantarme y vi que sus patas estaban tan cerca de mí, que casi parecía que me resguardaba. No sabía cómo se las había arreglado para levantarse sin que me diera cuenta, y se había quedado encima de mí mientras dormía.
Pasé la mano a lo largo del gran colmillo curvo que se alargaba hacia afuera. Si me tumbara sobre él, mi cabeza aún no llegaría a la punta. Tenía dos grandes colmillos, uno a cada lado de la trompa. Me recordaban a unos hermosos dientes, con tacto suave.
—Veo que ya estás desayunando, amigo mío.
Hizo un sonido estruendoso en lo profundo de su pecho, y enseguida oí un sonido casi idéntico desde el otro lado del camino, seguido de un fuerte golpe. Obolus levantó su pata y lo dejó caer, dando un golpe aún más fuerte. Otro golpe de respuesta desde más lejos en el camino. No sé lo que decían, pero estos grandes animales estaban teniendo una conversación. Estaba segura.
—¿Te has fijado en mi pulsera? —Levanté la muñeca para que la viera. Parpadeó y buscó más heno—. ¿Ves ese melón de ahí?
Señalé un gran melón verde que estaba al otro lado del sendero, a los pies del heno de otro elefante. No estaba segura de si miraba hacia donde yo apuntaba, pero su trompa se enroscó alrededor de mi antebrazo.
—Voy a buscarlo para ti, pero luego me tengo que ir. Yzebel y yo tenemos mucho trabajo esta mañana, y debo volver a la tienda antes de que se despierte.
Miré a ambos lados de Elephant Row para asegurarme de que ninguno de los hombres estaba cerca, luego corrí por el sendero, agarré el melón y corrí de regreso a Obolus. Inmediatamente, levantó la trompa y abrió la boca. No estaba segura, pero una gran sonrisa parecía dibujarse en su cara cuando le metí el melón en la boca. Cuando inclinó la cabeza hacia atrás y lo aplastó, hizo un ruido extraño a través de la trompa levantada. Esto provocó un barrito bajo del anterior dueño del melón, seguido de un golpe de pata de cada uno. Esperaba no haber empezado una discusión entre esos dos gigantes.
Un destello lila teñía el oriente cuando recogí la capa de Tendao y me sacudí el heno.
—Adiós, Obolus. Debo regresar rápido a la tienda de Yzebel. Pero volveré pronto, lo prometo.
Capítulo Siete
Volví a las mesas de Yzebel antes del amanecer, y todo estaba tranquilo. Usé el atizador para rastrillar las brasas, todavía había algunas brasas encendidas. Con un poco de leña y unos cuantos soplidos, el fuego floreció de nuevo. Añadí algunos palos más grandes para darle vida.
Yzebel salió estirándose.
—Buenos días.
—Buenos días. ¿Comienzo con el desayuno?
Miró hacia el este, donde el sol pronto se elevaría por encima de los árboles.
—Es mejor ir a mercadear pronto, antes de que se lleven lo bueno.
Jabnet todavía dormía cuando nos fuimos.
Un bolsito de cuero atado a un cordón alrededor de la cintura de Yzebel contenía todas las monedas, anillos y baratijas que los soldados habían dejado en sus mesas la noche anterior.
Encontramos al matarife en su puesto junto al arroyo, cerca del centro del campamento. Me quedé callada, observando a Yzebel regatear por varios cortes de carne. Una vez ella quedó conforme con el cordero y un cochinillo que él tenía expuesto, discutieron mucho sobre el valor de las joyas que ella ofrecía en pago. Finalmente, ella añadió un anillo de oro exigiéndole tres pollos vivos además de la carne. El matarife examinó el anillo durante mucho tiempo antes de aceptar el trato. Yzebel le pidió entonces que incluyera la jaula de los pollos.
En el camino de regreso a la tienda de Yzebel, cargué sobre la cabeza la jaula donde los pollos cacareaban, mientras ella llevaba el cochinillo en el hombro. Tendríamos que hacer un segundo viaje para el cordero.
—Eso —dijo Yzebel con tono cantarín—, es lo que yo llamo un buen trato —su voz se elevó y cayó melodiosamente—. No solo nos hemos llevado el doble de carne que buscaba, sino también los pollos. —Se inclinó para mirarme, debajo de la caja—. ¿Qué te parece, Liada?
—Me extrañaba que consiguieras tanto por una moneda, dos collares y un pequeño anillo de oro, pero no quise hablar mientras negociabas.
—Sí. —Yzebel se enderezó y cargó el cerdo en el otro hombro—. Está bien que mires y aprendas. No solo debes saber la calidad de las cosas que quieres, sino también el valor de tus objetos para cambiar.
Llegamos a la tienda, e Yzebel gritó para despertar a su hijo perezoso. Tuvo que llamarlo dos veces antes de que finalmente apareciera, frotándose los ojos por el sol.