Treinta segundos más tarde colgó y se centró en las dos personas que tenía delante.
–Stu Briggs —dijo—, ¿qué puedo hacer por ustedes, detectives?
Nadie había mostrado su placa. Keri estaba impresionada.
Antes de que pudieran responder el hombre miró más detenidamente a Ray, y entonces casi gritó:
–Ray Sands, ¡Sandman! Yo vi su última pelea, aquella con el zurdo; ¿cómo se llamaba?
–Lenny Jack.
–Claro, claro, sí, eso es, Lenny Jack, Jack al Ataque. Perdió un dedo o algo así, ¿no? ¿Un meñique?
–Eso fue después.
–Sí, bueno, con meñique o sin él, pensé que lo tenías, de verdad. Tenía las piernas de goma, su cara era una masa ensangrentada. No podía consigo mismo. Un golpe más, era lo único que necesitaba, uno más. Joder, con medio puñetazo hubiera bastado. Seguramente, si le hubiera pegado, hubiera caído
–Eso es lo que yo pensé también —admitió Ray—. En retrospectiva, pienso que eso fue lo que me hizo bajar la guardia. Aparentemente, él tenía una izquierda de la que no le había hablado a nadie.
El hombre se encogió de hombros.
–Aparentemente. Perdí dinero en esa pelea. —Pareció darse cuenta de que su pérdida no era tan grande como la de Ray, y añadió—: Quiero decir no fue tanto. No se puede comparar con lo suyo. Pero no se ve tan mal el ojo. Sé que es falso porque conozco la historia. No creo que la mayoría de la gente pueda darse cuenta.
Hubo un largo silencio mientras él aguantaba la respiración y Ray dejaba que se girara con torpeza. Stu lo intentó de nuevo.
–¿Así que ahora es policía? ¿Por qué está Sandman sentado frente a mi escritorio con esta bonita señorita, perdón, agente de las fuerzas del orden?
A Keri no le gustó la condescendencia, pero la dejó pasar. Tenían prioridades más importantes.
–Necesitamos mirar lo que tu cámara de seguridad ha grabado en el día de hoy —dijo Ray—. Concretamente desde las dos cuarenta y cinco a las cuatro p. m.
–No hay problema —contestó Stu como si le pidieran algo así todos los días.
La cámara de seguridad estaba operativa, algo necesario, dada la clientela del establecimiento. No transmitía en vivo a un monitor, sino que estaba conectada a un disco duro, donde se almacenaba la grabación. Los lentes eran de ángulo ancho y captaban toda el cruce de Main y Westminster. La calidad del vídeo era excepcional.
En un cuarto trasero, Keri y Ray miraron la grabación en un monitor de escritorio. La sección de Main Street enfrente del parque canino era visible hasta la mitad de la manzana. Solo podían esperar que cualquier cosa sucedida hubiese tenido lugar en ese tramo de la calle.
Nada de mucha actividad sucedió hasta cerca de las 3:05. Era la salida de la escuela, a juzgar por los chicos que comenzaban a salir a montones a la calle, en todas las direcciones.
A las 3:08, apareció Ashley. Ray no la reconoció de inmediato así que Keri la señaló: una chica que irradiaba seguridad, vestida con falda y un top ajustado.
Entonces, de golpe, ahí estaba, la furgoneta negra. Se acercó hasta ella. Las ventanas estaban tintadas, lo cual era ilegal. La cara del conductor no era visible ya que tenía puesta una gorra con la visera bajada. Ambos visores de sol estaban puestos hacia abajo, y el resplandor de la brillante luz del atardecer hacía imposible tener una clara visión del interior del vehículo.
Ashley dejó de caminar y miró hacia la furgoneta. El conductor parecía estar hablando. Ella dijo algo y se acercó. Al hacerlo, la puerta del pasajero se abrió. Ashley continuó hablando y pareció que se inclinaba hacia la furgoneta. Conversaba con quienquiera que estuviese conduciendo. Después, repentinamente, ya estaba adentro. No estaba claro si se había subido voluntariamente o tiraron de ella. Al cabo de unos pocos segundos más, la furgoneta arrancó. Sin prisa. Sin acelerar. Nada fuera de lo normal.
Miraron la escena de nuevo a velocidad normal, y luego una tercera vez, a cámara lenta.
Al final Ray se encogió de hombros y dijo:
–No lo sé. Todavía no puedo decirlo con seguridad. Ella terminó dentro, eso es todo lo que puedo decir con certeza. Si ha sido con o contra su propia voluntad, de eso no estoy seguro.
Keri no podía llevarle la contraria. El segmento de vídeo era desesperante por su imprecisión. Pero había algo que no cuadraba. Solo que ella no podía dar con el quid de la cuestión. Retrocedió el vídeo y lo reprodujo de nuevo hasta el momento en el que la furgoneta estaba más cerca de la cámara de seguridad. Entonces lo puso en pausa. Era el único momento en que la furgoneta estaba a la sombra. Todavía era imposible ver en el interior del vehículo. Pero sí que había otra cosa visible.
–¿Ves lo que yo veo? —preguntó ella.
Ray asintió.
–La placa de la matrícula está tapada —apuntó él—. Yo lo pondría en la categoría de «sospechoso».
–Pienso igual que tú.
De repente el teléfono de Keri sonó. Era Mia Penn. Fue al grano sin ni siquiera decir hola.
–Acabo de recibir una llamada de Thelma, la amiga de Ashley. Dice que cree haber recibido una llamada por accidente desde el teléfono de Ashley. Escuchó una cantidad de gritos como si alguien estuviera chillando a otra persona. Había música con un volumen estridente, así que ella no pudo decir con certeza quién estaba gritando, pero piensa que era Denton Rivers.
–¿El novio de Ashley?
–Sí. Llamé a Denton a su teléfono para ver si había sabido algo de Ashley, sin decirle que yo acababa de hablar con Thelma. Dijo que no había visto a Ashley ni sabía nada de ella desde la escuela pero parecía evasivo. Y la canción de Drake, Summer Sixteen, se escuchaba al fondo cuando llamé. Volví a llamar a Thelma para ver si esta era la canción que ella había escuchado cuando recibió esa llamada equivocada. Dijo que era esa. Por eso la llamé de inmediato, detective. Denton Rivers tiene el teléfono de mi niña y creo que podría tenerla a ella también.
–De acuerdo, Mia. Esto es de gran ayuda. Ha hecho un gran trabajo. Pero necesito que mantenga la calma. Cuando colguemos, mándeme un mensaje con la dirección de Denton. Y recuerde, esto podría ser algo completamente inocente.
Colgó y miró a Ray. Su ojo bueno daba a entender que estaba pensando lo mismo que ella. En unos segundos, su teléfono vibró. Reenvió la dirección a Ray mientras bajaban de prisa por los escalones.
–Tenemos que darnos prisa —dijo ella mientras corrían a sus coches—. Esto no tiene nada de inocente.
CAPÍTULO CUATRO
Lunes
Al atardecer
Keri se preparaba, cuando, diez minutos más tarde, pasaba por delante de la casa de Denton Rivers. Redujo la velocidad del coche, mientras la examinaba, y luego aparcó a una manzana de distancia, Ray detrás de ella. Sentía ese aguijón en el estómago, el mismo que tenía cuando algo malo estaba a punto de suceder.
«¿Y si Ashley está en esa casa? ¿Y si él le ha hecho algo?»
La calle de Denton estaba cubierta con una serie de casas de una sola planta como hechas con el mismo molde, todas pegadas entre sí. No había árboles en la calle, y el césped en la mayoría de los pequeños jardines del frente hacía tiempo que se había vuelto marrón. Estaba claro que Denton y Ashley no compartían el mismo estilo de vida. Esta parte del pueblo, al sur del Venice Boulevard y unas pocos kilómetros hacia el interior, no tenía casas de un millón de dólares.
Ray y ella andaban con rapidez por la manzana y ella miró su reloj: un poco después de las seis. El sol estaba comenzando su largo y lento descenso sobre el mar, hacia el oeste, pero quedaban un par de horas para que oscureciera totalmente.
Cuando llegaron a la casa de Denton, escucharon una música a todo volumen que venía de dentro. Keri no la reconoció.
Ella y Ray se acercaron en silencio, ahora oían gritos, de enfado y graves, una voz de hombre. Ray desenfundó su arma y le indicó con un gesto que fuera por la parte de atrás, luego levantó un dedo, dando a entender que entrarían a la casa en exactamente un minuto. Ella miró su reloj para confirmar la hora, asintió, sacó su arma, y se deslizó a lo largo del borde de la casa hacia la parte de atrás, con cuidado de agachar la cabeza mientras pasaba por delante de las ventanas abiertas.