―Dudo que eso llegue a pasar ―dijo Emily, abandonándose todavía más a su humor sombrío. Ni siquiera lograba imaginar que su hostal se convirtiera en un éxito, y no estaba ni segura de ir a poder mantenerlo abierto a corto plazo―. Lo peor es que sé que los dos tienen razón ―añadió―. Esto no se me da lo bastante bien. Y tengo que hacer todos los cambios que ha sugerido Cynthia. El hostal que manejó de joven era el mejor de Maine; sería una idiota de no acepto sus consejos.
―¿Cuánto habría que hacer? ―preguntó Daniel.
―Mucho. Cynthia dice que debo tener listas otras dos habitaciones cuanto antes mejor y que tienen que estar decoradas en otros colores y tener precios distintos para que los huéspedes sientan que pueden elegir, sentir que tienen el control. Dice que lo más seguro es que la gente se decida por la habitación que tenga el precio medio; no querrán parecer tacaños frente a sus parejas, pero siempre habrá alguien que elegirá siempre lo más barato y otros que elegirán siempre lo más caro.
―Guau ―dijo Daniel―. No me había dado cuenta de que hubiese que planificarlo todo tanto.
―Yo tampoco ―repuso Emily―. Me he metido en todo esto a ciegas. Pero quiero hacer que funcione.
―¿Y qué tienes que cambiar? ¿Cuánto tiempo llevará?
―Pues casi todo ―contestó de mal humor―. Y tengo que hacerlo tan pronto como sea posible. Esto me costará el resto de mis ahorros. He hecho cálculos y sólo me quedará suficiente para mantener el hostal abierto hasta el cuatro de julio. Así que un mes.
Notó al instante el cambio en el lenguaje corporal de Daniel, el modo en que se apartaba casi de manera imperceptible de ella. Era muy consciente de que acababa de poner un límite temporal a su romance además de a su negocio, y parecía que Daniel ya empezaba a poner espacio entre ellos, aunque no fueran más que unos centímetros.
―¿Y qué vas a hacer? ―le preguntó.
―Voy a ir a por todas ―contestó ella con decisión.
Daniel sonrió y asintió.
―¿Por qué hacerlo sólo a medias?
La rodeó con el brazo y Emily se apoyó contra él, aliviada de que hubiese vuelto a hacer desaparecer una vez más la distancia entre ellos. Pero no iba a olvidar fácilmente cómo se había apartado.
Había puesto en marcha la cuenta atrás en su relación, y el tiempo corría.
CAPÍTULO SEIS
―Esta cómoda sería perfecta para la habitación pequeña ―dijo Emily, pasando los dedos sobre la cómoda de pino mientras miraba a Daniel.
El corazón se le aceleró al enamorarse, como siempre hacía, de los tesoros que se ocultaban en la tienda de antigüedades de Rico. Notó cómo Daniel también se entusiasmaba mientras miraba el mueble; el que aquel fuera su lugar favorito para tener citas era todo un extra.
Ambos disfrutaban de la excitación de descubrir objetos raros y exóticos para el hostal, pero también les encantaba la infinita fuente de entretenimiento que era el anciano olvidadizo. Aunque la memoria a corto plazo de Rico no era de fiar, su capacidad para recordar el pasado no tenía parangón, y a menudo se lanzaba a explicar anécdotas inesperadas sobre la gente del pueblo, o daba lecciones de historia sobre Sunset Harbor mismo. A menudo a todo aquello también se sumaba Serena, quien, a pesar de ser quince años más joven que Emily, ésta consideraba una buena amiga.
En aquel momento Emily alzó la vista y vio un exquisito espejo de tocador con marco dorado.
―Oh, y eso también iría a la perfección.
Se abrió paso por la tienda, con Daniel siguiéndola mientras saltaba de un guardarropa al siguiente. Emily iba apuntando los precios y los números de las etiquetas de todo aquello que le interesaba, así al final podría darle la lista a Rico. Después de todo estaba haciendo bastantes compras, y lo mejor sería no confundir al pobre hombre.
―¿Qué tal esto? ―le preguntó a Daniel, mirando una gran cama con dosel―. Cynthia dijo que las camas tienen que ser más grandes. Que tengo que conseguir que mis huéspedes se sientan como de la realeza.
Daniel cruzó la tienda desde donde había estado examinando algunos bebederos de piedra para pájaros y se detuvo junto a ella.
―Guau. Quiero decir, sí, desde luego tus huéspedes se sentirán como de la realeza si duermen en eso. Es gigantesca. ¿Ya cabrá?
Emily sacó la cinta de medir y empezó a tomar notas de las dimensiones de la cama, consultando después el diagrama que llevaba en el bolsillo. Había escrito el tamaño de todo para asegurarse de que sólo compraba muebles que encajarían a la perfección en las habitaciones. Su plan era ceñirse inicialmente a la renovación de las otras dos habitaciones, invirtiendo todo el dinero que le quedaba en conseguir que fueran todo lo perfectas posible, y después pasaría rápidamente a ocuparse de las otras veinte habitaciones en cuanto el dinero de las primeras tres empezase a fluir, con lo que cubriría el lado más barato del mercado.
―¡Sí, encajaría en la suite nupcial! ―Sonrió de oreja a oreja. Aquella preciosa cama la estaba entusiasmando. La sencilla idea de poseerla y ponerla en una de sus habitaciones provocaba toda una avalancha de emociones.
Daniel miró la etiqueta con el precio.
―¿Has visto lo cara que es?
Emily se inclinó y leyó la etiqueta.
―En el siglo quince perteneció a un noble noruego ―leyó en voz alta―. Claro que va a ser cara.
Daniel le dirigió una mirada perpleja.
―¿Y por qué no te preocupa? La Emily que conozco ya estaría hiperventilando.
―Ja, ja ―repuso ella con sequedad, aunque sabía que Daniel estaba diciendo la verdad. Era una de esas personas que siempre estaban preocupándose, pero en aquella ocasión algo había cambiado. Quizás fuera el tiempo que corría en su contra, el modo en que se avecinaba la campana que marcaría el final o cómo la arena caía en el reloj de su relación, pero había algo en aquella finalidad que le había hecho deshacerse de las precauciones―. Hay que gastar dinero para ganar dinero, ¿no? ―dijo con audacia―. Si me pongo a escatimar ahora, acabaré pagándolo más adelante. El hostal implosionará.
―Eso es un poco dramático ―dijo Daniel riéndose―. Pero entiendo a lo que te refieres. Tienes que hacer ahora la inversión, sentar las bases.
Emily respiró profundamente.
―Vale, de acuerdo. Estoy lista ahora que te tengo de mi lado.
La idea de gastar todo el dinero de sus ahorros y de acabar haciendo equilibrios tan cerca de la bancarrota no era algo que le apeteciera hacer. Ella nunca había sido así, nunca había sido impulsiva; normalmente era cuidadosa y lo consideraba todo, midiendo los pros y los contras de todas las situaciones antes de comprometerse, o al menos así había sido antes de que dejase dramáticamente su trabajo, su apartamento y su novio en Nueva York y saliera huyendo a Maine. Quizás fuera más impulsiva de lo que había creído. O quizás fuera un rasgo que empezaba a salir a la luz a medida que envejecía. ¿Era así como Cynthia había acabado siendo tan excéntrica? ¿Había añadido más colores luminosos a su guardarropa con cada año que pasaba y se había ido tiñendo el pelo de tonos cada vez más extraños? A pesar de lo mucho que quería a su amiga, Emily no pudo evitar estremecerse ante la idea de convertirse en ella.
Obligó a su mente a dejar de buscar comparaciones entre sí misma y la anciana y volvió a centrarse en la tarea que tenía entre manos.
―Supongo que voy a comprarla ―le dijo a Daniel, casi deseando en silencio que él le dijera que no, que le diese una excusa para no hacerlo.
―Genial ―fue toda la respuesta de éste.
En aquel momento se acercó Rico.
―Ellie ―la saludó con una gran sonrisa―. Qué placer verte. ―Al anciano siempre le costaba recordar su nombre.
―Hola, Rico ―contestó Emily―. ¿Tienes más camas con dosel como ésta? ―Recordó la habitación oculta que Rico le había enseñado, el lugar en el que guardaba las piezas más grandes y a menudo más caras que no le resultaba fácil mover. Aquella sala contenía tesoros en abundancia, incluso más de los que había habido en la enorme mansión de su padre.