Alec se quedó pasmado al ver que había derribado a un hombre mucho más grande, mientras que Marco se quedó a su lado igual de impresionado.
Surgió una conmoción en el mercado mientras los amigos patanes del hombre se acercaban y un grupo de soldados Pandesianos venía corriendo desde el otro lado de la plaza. Marco observó en pánico y Alec supo que estaban en una situación precaria.
“¡Por aquí!” apuró Marco tomando a Alec y jalándolo con rudeza.
Mientras el patán se ponía de pie y los Pandesianos se acercaban, Alec y Marco corrieron por entre las calles mientras Alec trataba de seguir a su amigo que pasaba por la ciudad que conocía muy bien, tomando atajos, pasando entre puestos, y girando en callejones. Alec apenas podía mantener el paso con los repentinos zigzags. Pero cuando miró sobre su hombro, vio al gran grupo que se acercaba y sabía que esta sería una pelea que no podrían ganar.
“¡Aquí!” gritó Marco.
Alec observó a Marco saltar sobre la orilla del canal y lo siguió sin pensarlo esperando caer sobre el agua.
Pero se sorprendió al no escuchar el agua y caer en una pequeña saliente de piedra en el fondo, una que no había visto desde arriba. Marco, respirando agitadamente, golpeó cuatro veces en una puerta de madera oculta, construida en la piedra debajo de la calle, y una segunda puerta lateral se abrió y Marco y Alec fueron jalados hacia la oscuridad con la puerta cerrándose detrás de ellos. Antes de que se cerrara, Alec vio a los hombres llegando a la orilla del canal y confundidos al no poder ver nada debajo.
Alec vio que estaba bajo tierra en un oscuro canal subterráneo, y corrió desconcertado con el agua hasta los tobillos. Dieron vuelta una y otra vez hasta que encontraron la luz del día de nuevo.
Alec vio que estaban en una gran habitación de piedra debajo de las calles de la ciudad, con luz solar filtrándose desde grietas arriba y miró con asombro que estaba rodeado de varios muchachos de su edad, todos con rostros cubiertos de tierra y sonriendo amigablemente. Todos se detuvieron respirando agitadamente y Marco sonrió y saludo a sus amigos.
“Marco,” dijeron abrazándolo.
“Jun, Saro, Bagi,” respondió Marco.
Todos se acercaron y lo abrazaron sonriendo como si estos hombres fueran todos hermanos. Todos parecían de la misma edad y tan altos como Marco, con hombros anchos, rostros duros y la apariencia de muchachos que habían luchado por sobrevivir todas sus vidas en las calles. También eran muchachos que claramente habían tenido que cuidarse solos.
Marco hizo que Alec se acercara.
“Este,” anunció, “es Alec. Ahora es uno de nosotros.”
Uno de nosotros. Alec disfrutó el sonido de esas palabras. Se sentía bien el pertenecer en algún lugar.
Todos lo saludaron tomándose los antebrazos y uno de ellos, el más alto, Bagi, sacudió la cabeza y sonrió.
“¿Así que tú eres el que inició todo ese alboroto?” preguntó con una sonrisa.
Alec sonrió tímidamente.
“El tipo me empujó,” dijo Alec.
Los otros se rieron.
“Esa es tan buena razón como cualquiera para arriesgar nuestras vidas hoy,” dijo Saro con sinceridad.
“Ahora estás en una ciudad, pueblerino,” dijo Jun severamente y sin sonreír a diferencia de los otros. “Pudiste hacer que nos mataran a todos. Eso fue estúpido. Aquí a las personas no les importa, empujarte es lo menos que te harán. Mantén la cabeza baja y ve hacia dónde vas. Si chocas con alguien, date la vuelta o encontrarás un puñal en tu espalda. Tuviste suerte esta vez. Esta es Ur. Nunca sabes quién está cruzando la calle y las personas te cortarán por cualquier razón; y a veces sin razón alguna.”
Sus nuevos amigos de repente se dieron la vuelta y avanzaron en los túneles cavernosos, y Alec se apresuró a alcanzar a Marco que se les unía. Todos parecían conocer muy bien este lugar incluso con poca luz, tomando las curvas con facilidad en las cámaras subterráneas y con agua cayendo y haciendo eco en todos lados. Claramente todos habían crecido aquí. Esto hizo que Alec se sintiera inadecuado al haber crecido en Soli, viendo este lugar tan mundano, a estos muchachos que sabían andar en las calles. Era claro que todos habían sufrido pruebas y dificultades que Alec no podía imaginarse. Eran un grupo duro que claramente había estado en muchas altercaciones y, sobre todo, parecían ser sobrevivientes.
Después de pasar por una serie de callejones, los muchachos subieron una inclinada escalera metálica y pronto Alec estuvo en la superficie, en la calle, en un lugar diferente de Ur, estando entre otra ajetreada multitud. Alec vio a su alrededor encontrando una gran plaza con una fuente de cobre en el centro sin reconocerla, apenas pudiendo tomar nota de todos los barrios de esta ciudad en expansión.
Los muchachos se detuvieron debajo de un pequeño edificio anónimo de pidera similar a los otros, con su bajo techo inclinado de tejas rojas. Bagi llamó dos veces y un momento después la puerta oxidada anónima se abrió. Entraron rápidamente y esta se cerró detrás de ellos.
Alec se encontró en una habitación oscura, iluminada sólo por la luz solar que pasaba por las ventanas arriba y se volteó al reconocer el sonido de martillos golpeando yunques analizando la habitación con interés. Escuchó el chillido de una forja, vio las familiares nubes de vapor, e inmediatamente se sintió en casa. No tenía que mirar alrededor para saber que esta era una forja, y que estaba llena de herreros trabajando en armas. Su corazón se aceleró con excitación.
Un hombre alto y delgado de barba corta, tal vez de unos cuarenta, con rostro ennegrecido por la ceniza, limpió sus manos en el mandil y se acercó. Saludó a los amigos de Marco con respeto y estos le regresaron el saludo.
“Fervil,” dijo Marco.
Fervil volteó y miró a Marco y su rostro se iluminó. Se acercó y lo abrazó.
“Pensé que habías ido a Las Flamas,” dijo.
Marco le sonrió.
“No más,” respondió.
“¿Están listos para trabajar?” añadió. Después miró a Alec. “¿Y a quién tenemos aquí?”
“Mi amigo,” dijo Marco. “Alec. Un gran herrero y deseoso de unirse a nuestra causa.”
“¿Conque sí?” Fervil preguntó escéptico.
Examinó a Alec con ojos bruscos, mirándolo de arriba a abajo como si fuera inútil.
“Lo dudo,” respondió, “por su apariencia. Me parece demasiado joven. Pero puede trabajar recogiendo nuestros escombros. Toma esto,” le dijo pasándole a Alec una cubeta llena de escombros metálicos. “Ya te diré si necesito algo más de ti.”
Alec enrojeció indignado. No sabía por qué le había caído tan mal a este hombre; quizá se sentía amenazado. Pudo sentir que había silencio en la forja, que los otros muchachos observaban. De muchas maneras, este hombre le recordaba mucho a su padre, y esto sólo incrementó el enojo de Alec.
Pero aun así echaba humo por dentro, ya no dispuesto a tolerar nada desde la muerte de su familia.
Mientras los otros se volteaban y se alejaban, Alec soltó la cubeta que cayó con un gran sonido en el suelo de piedra. Los demás voltearon pasmados y la forja guardó silencio mientras los otros muchachos se detenían a observar la confrontación.
“¡Lárgate de mi taller!” Fervil gruñó.
Alec lo ignoró; en vez de eso, pasó caminando a su lado hacia la mesa más cercana, tomó una espada larga, la levantó y la examinó.
“¿Este es tu trabajo?” preguntó Alec.
“¿Y quién eres tú para hacerme preguntas a mí?” demandó Fervil.
“¿Lo es?” presionó Marco apoyando a su amigo.
“Lo es,” respondió Fervil defensivamente.
Alec asintió.
“Es basura,” concluyó.
Hubo un gemido de asombro en la habitación.
Fervil se irguió completamente y frunció el ceño, lívido.
“Ustedes muchachos pueden irse ahora,” gruñó. “Todos ustedes. Tengo suficientes herreros aquí.”