Entonces se oyó un grito repentino y Thor vio cómo la cara del pirata, de golpe, hacía un gesto de agonía. Gritó y lanzó la espada, parecía que estaba sujetando una serpiente y Thor vio cómo volaba por los aires e iba a parar a cubierta con un sonido metálico y un golpe seco.
“¡Me ha mordido!” exclamó el pirata a los demás. “¡Este bicho raro me ha mordido la mano! ¡Mirad!”
Extendió la mano para mostrar que le faltaba un dedo. Thor echó un vistazo a la espada, a través de los listones se veía la empuñadura y vio unos pequeños dientes afilados sobresaliendo de una de las caras que estaban allí grabadas y la sangre corriendo por ella.
Los otros piratas se giraron a mirarla.
“¡Es del demonio!” exclamó uno.
“¡Yo no la tocaré!” exclamó otro.
“Olvidaos de ella”, dijo uno, dándole la espalda. “Hay muchas más armas para escoger”.
“¿Y qué pasa con mi dedo?” grito el pirata con agonía.
Los otros piratas rieron, lo ignoraron y, a cambio, se concentraron en las otras armas, luchando todos ellos por el alijo.
Thor volvió a fijarse en su espada, ahora la veía allí, tan cerca de él, casi al alcance de la mano al otro lado de los listones. Una vez más intentó con todas sus fuerzas liberarse, pero la cuerda no cedía. Estaba bien atado.
“Si pudiéramos conseguir nuestras armas”, dijo Indra furiosa. “No puedo soportar ver sus grasientas manos encima de mi lanza”.
“Quizás yo pueda ayudar”, dijo Angel.
Thor y los demás la miraron incrédulos.
“A mí no me ataron como a vosotros”, explicó. “Mi lepra les asustó. Ataron mis manos, pero después lo dejaron. ¿Veis?”
Angel se puso de pie, mostrando que sus muñecas estaban atadas detrás de su espalda, pero sus pies estaban libres para caminar.
“De poco nos servirá”, dijo Indra. “Incluso así estás encerrada aquí abajo con todos nosotros”.
Angel negó con la cabeza.
“No lo entendéis”, dijo. “Soy más pequeña que todos vosotros. Mi cuerpo puede colarse entre estos listones”. Se dirigió a Thor. “Puedo llegar hasta tu espada”.
Él la miró, impresionado por su valor.
“Eres muy valiente”, dijo. “Te admiro por ello. Aún así, te pones en peligro. Si te cogen allá fuera, podrían matarte”.
“O peor”, añadió Selese.
Angel los miró de nuevo, orgullosa, insistente.
“Moriré de todas formas, Thorgrin”, respondió Angel. “Esto lo aprendí hace tiempo. Mi vida me lo enseñó. Mi enfermedad me lo enseñó. Morir no me importa; solo vivir es lo que importa. Y vivir libre, libre de las ataduras de los hombres”.
Thor la miró, inspirado, sorprendido de su sabiduría a una edad tan temprana. Ella ya sabía más sobre la vida que la mayoría de los grandes maestros que él había conocido.
Thor asintió con la cabeza solemnenmente. Podía ver el espíritu guerrero dentro de ella y no lo iba a refrenar.
“Ve entonces”, dijo. “Sé rápida y silenciosa. Si ves alguna señal de peligro, vuelve a nosotros. Tú eres más importante que aquella espada”.
Angel se alegró, estaba animada. Se dio la vuelta rápidamente y corrió a través de la bodega, andando torpemente con las manos detrás de su espalda, hasta llegar a los listones. Allí se arrodilló y miró hacia fuera, sudando, con los ojos abiertos como platos por el miedo.
Finalmente, viendo su oportunidad, Angel pasó la cabeza a través de un agujero que había en los listones, lo suficientemente ancho para que ella pasara. Se contoneó para poder pasar por él y se dio impulso hacia fuera con los pies.
Un instante después, desapareció de la celda y Thor vio que estaba de pie en cubierta.
Su corazón latía fuerte mientras rezaba por su seguridad, rezaba para que pudiera coger su espada y volver antes de que fuera demasiado tarde.
Angel, que estaba de pie, se puso de cuclillas y fue corriendo hacia la espada; la alcanzó con su pie descalzo, lo colocó en la empuñadura y lo deslizó.
La espada hizo un ruido fuerte al deslizarse por cubierta, hacia la bodega. Cuando estaba a tan solo unos centímetros de los listones, de repente, una voz cortó el aire.
“¡Pequeña asquerosa!” exclamó un pirata.
Thor vio que todos los piratas se giraban hacia ella y después echaban a correr tras ella.
Angel corrió, intentando volver, pero la cogieron antes de que pudiera conseguirlo. La agarraron y la alzaron en brazos y Thor vio cómo se dirigían hacia la barandilla, como si se prepararan para arrojarla al mar.
Angel consiguió levantar el talón con fuerza y, al impactar con él directo en medio de las piernas del pirata, se oyó un quejido. El pirata que la sujetaba gimió y la soltó y, sin dudarlo, Angel fue corriendo por la cubierta, llegó a la espada y le dio un puntapié.
Thor observó, emocionado, cómo la espada se colaba entre las grietas e iba a parar a la bodega, justo a sus pies, con un fuerte golpe.
Entonces se oyó un grito cuando uno de los piratas dio una bofetada a Angel. Los otros la alzaron y la llevaron de vuelta a la barandilla, preparados para tirarla al mar.
Thor, sudoroso, tenía más miedo por Angel que por él mismo, miró hacia su espada y sintió una intensa conexión con ella. Su conexión era muy fuerte. A Thor no le hacía falta usar sus poderes mágicos. Le hablaba, como si lo hiciera con un amigo, y sentía que le escuchaba.
“Ven a mí, amiga mía. Líberame de mis ataduras. Vamos a estar juntos de nuevo”.
La espada atendió su llamada. De repente, se levantó en el aire, flotando tras su espalda y cortó sus cuerdas.
Thor inmediatamente se dio la vuelta, agarró la empuñadura en el aire y bajó la espada, cortando las cuerdas de sus tobillos.
Entonces se puso de pie de un salto y cortó las cuerdas de todos los demás.
Thor se giró y se dirigió a los listones, levantó su bota y dio una patada a la puerta de madera. Hecha añicos, salió volando en pedazos mientras él salía disparado a la luz, libre, espada en mano y decidido a rescatar a Angel.
Thor corrió a toda velocidad por cubierta y fue directamente a los hombres que sostenían a Angel, que se retorcía en sus brazos, con miedo en los ojos mientras se acercaban a la barandilla.
“¡Soltadla”, exclamó Thor.
Thor corría hacia ella, derribando a los piratas que se acercaban a él por todos lados, rajándoles el pecho antes de que pudieran atacar – ninguno de ellos podía igualarse a él y a la Espada de los Muertos.
Se abrió camino en el grupo, de un golpe se sacó a los dos últimos del camino, después estiró el brazo y agarró por atrás la camisa del último pirata justo antes de que la tirara abajo. De un tirón lo trajo hacia él, tirando a Angel de vuelta por encima de la barandilla, le torció el brazo al pirata para que la soltara. Ella fue a parar segura a cubierta.
Entonces Thor agarró al hombre y lo lanzó por la borda. Cayó en picado en el mar helado, gritando.
Thor oyó pasos y, al darse la vuelta, vio docenas de piratas que se le echaban encima. Esta no era una barca pequeña sino un enorme barco profesional, tan grande como cualquier barco de guerra y albergaba, por lo menos, a cien piratas, todos ellos curtidos, acostumbrados a una vida de matar en el mar. Todos ellos atacaban, dando claramente la bienvenida a la lucha.
Los hermanos de la Legión de Thor empezaron a salir de la bodega, cada uno de ellos corriendo hacia delante para recuperar sus armas antes de que los piratas las pudieran alcanzar. Elden, de un saltó, evitó a un pirata que quería cortarle el cuello con un machete, entonces lo agarró y, de un cabezazo, le rompió la nariz al pirata. Le arrebató el machete de la mano y lo cortó por la mitad. A continuación, de un salto, fue a por su hacha de batalla.
Reese tomó su alabarda, O’Connor su arco, Indra su lanza, Matus su mayal y Selese su saco de arena, mientras Angel pasó rápidamente por delante de ellos y dio una patada en la espinilla a un pirata antes de que este lanzara un puñal a Thor. El pirata gritó y se agarró la pierna y el puñal salió volando por la borda.