Se bajó y caminó a través de un área abierta a un roble alto y robusto que estaba ubicado en la esquina noreste.
Este era el sitio. Allí fue hallado el cuerpo de Eileen Rogers, posado torpemente contra este árbol. Ella y Bill habían estado aquí juntos hace seis meses. Riley comenzó a recrear la escena en su mente.
La diferencia más grande fue el tiempo. Era diciembre y había un frío terrible. Un delgado manto de nieve cubría el suelo.
Regresa, se dijo a sí misma. Regresa y siéntelo.
Respiró profundamente, dentro y fuera, hasta que se imaginó que podía sentir un frío abrasador pasando por su tráquea. Casi podía ver las espesas nubes de hielo formándose con cada respiración.
El cadáver desnudo había estado completamente congelado. No era fácil decir cuál de las muchas lesiones corporales eran heridas de cuchillo, y cuáles eran grietas y fisuras causadas por el frío.
Riley convocó nuevamente la escena, hasta el último detalle. La peluca. La sonrisa pintada. Los ojos cosidos para que se mantuvieran abiertos. La rosa artificial en la nieve entre las piernas abiertas del cadáver.
La imagen en su mente ahora estaba lo suficientemente viva. Ahora tenía que hacer lo que había hecho ayer, tener una idea de la experiencia del asesino.
Una vez más, cerró los ojos, se relajó y bajó al abismo. Le dio la bienvenida a esa sensación de mareo y vértigo mientras se deslizaba en la mente del asesino. Muy pronto, ella estaba con él, dentro de él, viendo exactamente lo que veía, sintiendo lo que sentía.
Conducía hacia aquí por la noche, cualquier cosa menos seguro. Observaba la carretera ansiosamente, preocupado por el hielo bajo sus ruedas. ¿Y si perdía el control y caía en una zanja? Y tenía un cadáver en el carro. Lo atraparían de una vez. Tenía que conducir con cuidado. Esperaba que su segundo asesinato fuera más fácil que el primero, pero todavía estaba muy nervioso.
Detuvo el vehículo aquí. Bajó el cuerpo de la mujer, ya desnudo. Pero ya estaba atiesado por rigor mortis. Él no había contado con eso. Lo frustró, sacudió su confianza. Para empeorar las cosas, no podía ver lo que estaba haciendo tan bien, ni siquiera con los faros delanteros que dirigió al árbol. La noche estaba demasiado oscura. Hizo una nota mental para hacerlo durante el día la próxima vez si era posible.
Arrastró el cuerpo al árbol y trató de ponerla en la pose que se había imaginado. No le fue tan bien. La cabeza de la mujer estaba inclinada a la izquierda, congelada allí por rigor mortis. La jaló y la torció. Incluso después de romper su cuello, todavía no podía ponerla para que mirara hacia adelante.
¿Y cómo haría para abrir sus piernas correctamente? Una de las piernas estaba muy torcida. No tuvo más remedio que sacar la barreta de la maleta y romper el muslo y la rótula. Luego torció la pierna lo más que pudo, pero no quedó como él quiso.
Por último, dejó debidamente la cinta alrededor de su cuello, la peluca en su cabeza y la rosa en la nieve. Luego se metió en su carro y se fue manejando. Estaba decepcionado y desanimado. También estaba asustado. En toda su torpeza, ¿había dejado alguna pista fatal? Repitió obsesivamente todas sus acciones en su mente, pero no podía estar seguro.
Sabía que tenía que hacerlo mejor la próxima vez. Se prometió a sí mismo que lo haría mejor.
Riley abrió los ojos. Dejó que la presencia del asesino se alejara. Ahora estaba satisfecha consigo misma. No se dejó conmover, ni abrumar. Y había conseguido cierta perspectiva valiosa. Había conseguido una sensación de cómo el asesino estaba aprendiendo su oficio.
Sólo deseaba saber algo—cualquier cosa—sobre su primer asesinato. Estaba más segura que nunca que había matado a otra persona anteriormente. Esto había sido obra de un aprendiz, pero no de un principiante.
Justo cuando Riley iba a darse la vuelta y caminar hacia su coche, algo en el árbol llamó su atención. Era algo amarillo en el tronco.
Caminó al otro lado del árbol y miró para arriba.
“¡Ha estado aquí!” Riley gritó en voz alta. Sintió escalofríos por todo su cuerpo y miró a su alrededor nerviosamente. Nadie parecía estar por allí ahora.
Ubicada en la rama de un árbol mirando a Riley estaba una muñeca desnuda con pelo rubio, en la pose precisa en la cual el asesino había querido posicionar a la víctima.
No tenía mucho tiempo allí— tres o cuatro días como máximo. No había sido movida por el viento o empañada por la lluvia. El asesino había vuelto aquí cuando se había estado preparando para el asesinato de Reba Frye. Igual como lo había hecho Riley, había venido aquí a reflexionar sobre su trabajo, a examinar sus errores críticamente.
Tomó fotos con su teléfono celular. Las enviaría a la Oficina de inmediato.
Riley sabía por qué había dejado la muñeca.
Es una disculpa por sus descuidos anteriores, descifró.
También era una promesa de un trabajo mejor por venir.
Capítulo 9
Riley condujo hacia la casa del Senador Mitch Newbrough, y su corazón se llenó de temor a lo que entró a la vista. Situada en el extremo de un largo camino bordeado de árboles, era enorme, formal y desalentadora. Siempre encontraba que le era más difícil lidiar con los ricos y poderosos que con la gente más abajo en la escala social.
Se estacionó en un círculo bien cuidado frente a la mansión de piedra. Sí, esta familia era muy rica.
Se bajó del carro y caminó a las enormes puertas. Después de tocar el timbre, fue recibida por un hombre pulcro de unos treinta años.
“Soy Robert”, dijo. “El hijo del Senador. Y tú debes ser la Agente Especial Riley. Pasa adelante. Mis padres te están esperando”.
Robert Newbrough condujo a Riley por la casa, que inmediatamente le recordaba lo cuánto que le disgustaban las casas ostentosas. La casa de Newbrough era especialmente cavernosa, y la caminata hasta donde sea que estaban el Senador y su esposa fue desagradablemente larga. Riley estaba segura de que hacer que los huéspedes caminaran tal distancia inconveniente era una especie de táctica de intimidación, una manera de comunicar que los habitantes de esta casa eran demasiado poderosos como que para que se metieran con ellos. Riley también encontró que la decoración y muebles coloniales era bastante feo.
Más que nada, temía lo que venía a continuación. Para ella, hablar con los familiares de las víctimas era simplemente horrible, mucho peor que enfrentarse a escenas de crímenes o incluso cadáveres. Le resultaba demasiado fácil quedarse atrapada en el dolor, la ira y la confusión de las personas. Tales emociones intensas destruían su concentración y la distraían de su trabajo.
Mientras caminaban, Robert Newbrough dijo, “Mi padre ha estado en casa de Richmond desde…”
Se atragantó un poco en medio de la oración. Riley podía sentir la intensidad de su pérdida.
“Desde que nos enteramos de lo de Reba”, continuó. “Ha sido terrible. Madre ha estado especialmente conmocionada. Trata de no molestarla mucho”.
“Lamento mucho tu pérdida”, dijo Riley.
Robert la ignoró y la llevó a una sala de estar espaciosa. El Senador Mitch Newbrough y su esposa estaban sentados juntos en un enorme sofá, tomados de la mano.
“Agente Paige”, dijo Robert, introduciéndola. “Agente Paige, permítame presentarte a mis padres, el Senador y su esposa, Annabeth”.
Robert le dijo a Riley que se sentara, luego él tomó asiento.
“En primer lugar”, dijo Riley, “mi más sentido pésame por su pérdida”.
Annabeth Newbrough respondió asintiendo silenciosamente en reconocimiento. El Senador sólo estaba sentado mirando hacia adelante.
En el breve silencio que siguió, Riley hizo una rápida evaluación de sus caras. Había visto a Newbrough en televisión muchas veces, usando siempre una sonrisa de político. Él no estaba sonriendo ahora. Riley no había visto a la Sra. Newbrough mucho, quién parecía poseer la docilidad típica de la esposa de un político.