—Llámelo —dijo Ray—, pero si acepta, pídale que sea discreto.
Rainey asintió con energía. Lo sombrío de su semblante se desvaneció un poco. Parecía vivamente animado por una renovada esperanza. O quizás era solo que tenía algo en lo que enfocar su atención.
Mientras digitaba el número, Ray se volvió hacia Keri e hizo un gesto para que ambos se apartaran de los Rainey. Cuando estuvieron fuera del alcance de sus oídos, susurró:
—Creo que debemos llevar la carta a la estación. Necesitamos a toda la unidad volcada en esto, conocer sus ideas sobre lo que significa, quizás traer a un psicólogo. Debemos verificar si recientemente ha habido casos similares en la zona.
—De acuerdo —dijo Keri—, también quiero filtrar la carta a través de la base de datos federal para ver si coincide con cualquier otra. Quién sabe qué encontraremos. Tengo un mal presentimiento con respecto a este.
—¿Peor de lo acostumbrado? ¿Por qué?
Keri expuso su preocupación acerca de que hubiese mecanografiado la carta en lugar de emplear una computadora. Eso encontró eco en Ray.
—Sea que esté loco o loco como un zorro, parece un profesional —dijo.
Tim Rainey finalizó su llamada y se vovió haica ellos.
—Gary dijo que lo hará —anunció—. Dijo que puedo tener el dinero en la mano en unas tres horas.
—Eso es grandioso —dijo Ray—. Enviaremos a alguien a que lo recoja cuando esté listo. No quiero a un civil transportando esa clase de dinero si podemos evitarlo.
—Ahora vamos de regreso a la estación —les dijo Keri. Viendo la súbita ansiedad en sus caras, añadió con rapidez—. Vamos a dejar aquí con ustedes a dos oficiales uniformados, como precaución. Ellos pueden contactarnos en cualquier momento.
—Pero, ¿por qué se van? —preguntó Carolyn Rainey.
—Queremos correr la nota de rescate en nuestras bases de datos y hablar con algunos expertos. Vamos involucrar en el caso a toda la Unidad de Personas Desaparecidas. Pero les prometo que volveremos en unas pocas horas. Revisaremos con ustedes todo el plan para la cita del parque, y les explicaremos exactamente qué estamos haciendo. Tan pronto como nos vayamos, voy a llamar para que coloquen vigilancia ahora mismo. Todo estará en su lugar con bastante antelación a la cita. Estamos en esto.
Carolyn Rainey se levantó y la sorprendió dándole un fuerte abrazo. Hizo lo mismo con Ray. Tim Rainey inclinó la cabeza cortesmente a ambos. Keri estaba segura de que el breve paréntesis en medio de su angustia se había desvanecido y de nuevo se hallaba inmerso en su permanente estado de crisis.
Comprendía la posición de él mejor que ningún otro y sabía que tratar de hablar con él era un desperdicio de tiempo. Su hija estaba perdida. Él estaba enloqueciendo. Solo que lo hacía de una manera más silenciosa que la mayoría.
Mientras se marchaban, Ray musitó por lo bajo:
—Será mejor que la encontremos rápido. Si no lo hacemos, me preocupa que su papá sufra un ataque.
Keri quería discrepar, pero no podía. Si ella hubiera recibido una carta como esa cuando Evie fue raptada, podría haber perdido la cordura literalmente. Pero los Rainey tenían algo a favor, aunque no lo supieran. Tenían a Keri.
—Entonces encontremosla rápido —dijo.
CAPÍTULO CINCO
—Se los estoy diciendo, es solo una tapadera —gritó indignado el Detective Frank Brody—. Toda esa cháchara sobre el Señor y los mecanismos es solo para despistarnos. ¡Este tipo es un estafador, nada más y nada menos!
La sala de conferencias de la estación era una masa de voces ruidosas y coléricas y estaba empezando a molestar a Keri. Sentía la tentación de gritarles a todos que se callaran, pero la dolorosa experiencia le había enseñado que algunas de estas personas necesitaban desgastarse antes de que algo útil pudiera ser logrado.
Brody, un veterano de la unidad de la vieja escuela, a menos de un mes de su retiro, estaba convencido de que la carta era una farsa. Como de costumbre, tenía algo de salsa en su camisa, a la que, metida bajo la pretina, le faltaba un botón, lo que dejaba expuesta su gran barriga. Como de costumbre, pensaba Keri, mostraba mayor interés en ser ruidoso que en estar acertado.
—Tú qué sabes —le increpó a su vez la Oficial Jamie Castillo—. Solo quieres tener razón porque eso hace el caso más fácil de comprender.
Castillo no era todavía detective, pero debido a su competencia y entusiasmo, se había convertido, en la práctica, en un miembro junior de la unidad, casi siempre asignada a los casos. Y a pesar de su estatus de junior, no era una frágil florecilla.
Ahora mismo, sus ojos oscuros chispeaban y su cabello negro, recogido hacia atrás en una cola de caballo, se bamboleaba hacia arriba y hacia abajo siguiendo la animación de sus réplicas. Sus brazos musculosos y su constitución atlética estaban tensos debido a la frustración.
—Ninguno de nosotros es experto en esta clase de cosas —insistió el Detective Kevin Edgerton—. Necesitamos traer al psicólogo policial.
A Keri no la sorprendía que Edgerton quisiese seguir esa ruta. Alto y delgado, con los cabellos castaños siempre revueltos, era un genio de las computadoras que sabía los detalles y secretos de cada cosa, desde un teléfono inteligente a una red de servidores. Pero sin haber llegado a los treinta años, no siempre confiaba en sus instintos cuando se trataba de cosas con soluciones menos claras y precisas. Era parte de su naturaleza inclinarse ante la experticia, si ella estaba disponible.
El problema era que Keri no creía que un psicólogo policial tendría una mejor percepción de la carta que el resto de ellos. Cualquier conclusión a la que llegara solo sería una conjetura. Si ese era el caso, ella confiaba en sus propias conjeturas más que en las de otros.
El Teniente Hillman levantó sus manos para pedir calma y silencio. Para sorpresa de Keri, todos obedecieron.
—Envié una copia de la carta a la casa del Dr. Feeney. Él ahora la está viendo. Probablemente pronto tengamos una respuesta. Mientras tanto, ¿alguna otra reflexión, Sands?
Ray había estado sentado en silencio, pasándose la mano por la coronilla de su calva, escuchándolo todo. Desde su ángulo, Keri podía ver con claridad el reflejo de las luces de la estación en el ojo de vidrio izquierdo, que había reemplazado el que había perdido boxeando. Él levantó la vista y ella pudo asegurar cuál era su posición antes de que siquiera hablase.
—Me inclino a estar de acuerdo con Frank. La carta es tan fuera de lote que es difícil de creer. Todo es tan exagerado. Excepto la parte acerca de querer el dinero y adónde llevarlo. Esa sección es completamente directa; bastante conveniente, si me lo preguntan. Con todo...
—¿Qué? —preguntó Hillman.
—Bueno, no estoy seguro de si esto hace alguna diferencia. Sabemos muy poco y no tenemos mucho tiempo. Sin importar si es un sicópata o un estafador, en pocas horas hay una cita con él para una entrega.
—No sé si puedo coincidir —dijo finalmente Keri. No le gustaba contradecir en público a su pareja bajo cualquier circunstancia, y menos ahora cómo estaban las cosas entre ellos. Pero no se trataba de ello ese momento. Se trataba del trabajo y de encontrar a esta niña. Keri nunca antes se había mordido la lengua con respecto a un caso, y no iba a empezar ahora, sin importar las cosecuencias personales.
—Miren, no tengo certeza de si este sujeto es un falso o lo que dice lo dice de verdad. Pero creo que importa lo que es cierto. Si está simulando ser alguna clase de fanático religioso, y hace todo esto por dinero, lo prefiero. Porque entonces esto es una transacción para él y no algo personal. Y ese escenario es mucho más predecible. Significa que es más probable que aparezca. Y que es más que una prioridad para él mantener viva a Jessica.