“Así que realmente es un caso cerrado”, dijo Riley.
“Yo creo que sí”, dijo Dánica.
Riley le dio las gracias y colgó. En ese momento, April bajó con una calculadora y una hoja de papel.
“Mamá, ¡creo que lo demostré!”, dijo con entusiasmo. “¡No pudo haber sido otra cosa que asesinato!”.
April se sentó al lado de Riley y le mostró algunos números que había escrito.
“Investigué un poco en línea”, dijo. “Me enteré que siete punto cinco estudiantes universitarios se suicidan de cada 100 mil. Un cero cero siete cinco por ciento. Pero solo hay setecientos estudiantes en Byars, y tres de ellos supuestamente se suicidaron en los últimos meses. Ese es un tres punto cuatro por ciento, ¡más de cincuenta siete veces el promedio! ¡Es imposible!”.
Riley se sintió muy mal. Apreciaba lo mucho que April se estaba esforzando. Le parecía muy maduro de su parte.
“April, estoy segura de que tus cálculos son correctos, pero...”.
“Pero ¿qué?”.
Riley negó con la cabeza. “No prueba absolutamente nada”.
Los ojos de April se abrieron de incredulidad.
“¿Cómo que no prueba nada?”.
“En estadística, hay cosas llamadas outliers. Son excepciones a las reglas, van en contra de los promedios. Es como el último caso en el que trabajé, el de la envenenadora, ¿recuerdas? La mayoría de los asesinos en serie son hombres, pero esta fue mujer. Y a la mayoría de los asesinos les encanta ver morir a sus víctimas, pero a ella simplemente no le importaba. Es lo mismo. No me sorprende que haya algunas universidades donde más estudiantes se suicidan que el promedio”.
April la miró fijamente y no dijo nada.
“April, acabo de hablar con el médico forense que hizo la autopsia. Ella está segura que la muerte de Lois fue un suicidio. Y hace bien su trabajo. Es una experta. Tenemos que confiar en su juicio”.
El rostro de April estaba enfurecido.
“No veo por qué no puedes confiar en mi juicio solo por esta vez”.
Después se levantó y subió las escaleras a zancadas.
“Por lo menos ella está segura de que sabe lo que ocurrió”, pensó con un gemido.
Estaba muchísimo más segura que Riley.
Sus instintos aún no la habían dirigido a ningún lado.
CAPÍTULO CUATRO
Estaba sucediendo de nuevo.
El monstruo llamado Peterson tenía a April cautiva en algún lugar.
Riley rebuscó en la oscuridad. Sus pasos le parecían lentos y torpes, pero sabía que tenía que apresurarse.
Con su escopeta colgada de su hombro, Riley se tropezó en la oscuridad por una gran pendiente barrosa que daba a un río. De repente los vio. Peterson estaba de rodillas en el agua. A pocos pies de él, April estaba medio sumergida en el agua, atada de manos y pies.
Riley alcanzó su escopeta, pero Peterson levantó una pistola y apuntó a April directamente con ella.
“Ni siquiera lo pienses”, gritó Peterson. “Si intentas algo, esto se acaba aquí”.
Riley estaba horrorizada. Si siquiera levantaba su escopeta, Peterson mataría a April antes de que pudiera disparar.
Puso la escopeta en el suelo.
El terror en el rostro de su hija la atormentaría para siempre...
Riley dejó de correr y se dobló, jadeando.
Era temprano por la mañana, y ella había salido a correr. Pero el horrible recuerdo la había dejado congelada a su lugar.
¿Jamás olvidaría ese terrible momento?
¿Jamás dejaría de sentirse culpable por haber puesto a April en peligro mortal?
“No”, pensó. “Y así debe ser. Jamás debo olvidarlo”.
Ella inhaló y exhaló el aire frío hasta que se sintió un poco mejor. Luego empezó a caminar por el sendero arbolado familiar. Podía ver un poco de luz de sol por los árboles.
Este sendero quedaba cerca de su casa y era fácil llegar a él. Riley corría aquí a menudo por las mañanas. El ejercicio usualmente la ayudaba a sacar a los fantasmas y demonios de su pasado de su mente. Pero hoy estaba teniendo el efecto contrario.
Todo lo que había sucedido ayer, la visita a los Pennington, la ojeada en el garaje y la ira de April había traído todos esos recuerdos feos a flote.
“Y todo es por mí”, pensó Riley, acelerando su paso a un trote.
Pero luego recordó lo que había sucedido luego en ese río.
La pistola de Peterson se atascó, y Riley lo apuñaló entre sus costillas antes de tambalearse y caer al agua fría. Aunque estaba herido, Peterson se las arregló para mantener a Riley bajo el agua.
Luego vio a April, quien aún tenía las muñecas y los pies atados, levantar la escopeta que Riley había dejado caer. Ella la oyó estrellarla contra la cabeza de Peterson.
Pero el monstruo se volvió y se abalanzó sobre April. Él empujó su rostro bajo el agua.
Su hija se iba a ahogar.
Riley encontró una roca afilada.
Se abalanzó sobre Peterson y la estrelló contra su cabeza.
Él se cayó y ella saltó encima de él.
Golpeó el rostro de Peterson con la roca una y otra vez.
El río se volvió rojo de la sangre.
Agitada por el recuerdo, Riley comenzó a correr más rápido.
Ella estaba orgullosa de su hija. April había demostrado valentía e ingenio ese terrible día. También había sido valiente en otras situaciones peligrosas.
Pero ahora April estaba enojada con Riley.
Y Riley no pudo evitar preguntarse si tenía razón.
*
Riley se sentía muy fuera de lugar en el servicio fúnebre de Lois Pennington esa tarde.
Por un lado, casi nunca iba a la iglesia. Su padre fue un ex infante de marina endurecido que no creyó ni en nada ni en nadie, sino solo en sí mismo. Vivió con unos tíos durante parte de su infancia y adolescencia, y ellos intentaron hacerla ir a la iglesia, pero Riley fue muy rebelde.
En cuanto a funerales, Riley simplemente los odiaba. Había visto demasiado de la realidad brutal de la muerte durante sus dos décadas siendo agente, así que los funerales le parecían falsos. Siempre hacían que la muerte pareciera tan limpia y pacífica.
“Todo es engañoso”, pensó. Esta chica murió violentamente, bien sea porque se suicidó o porque alguien la asesinó.
Pero April había insistido en venir, y Riley no podía dejarla enfrentar esto por sí sola. Eso parecía irónico, porque en estos momentos Riley era la que se sentía sola. Estaba sentada en la última fila del santuario lleno de gente. April estaba adelante, sentada en la fila justo detrás de la familia, lo más cercana a Tiffany posible. Pero a Riley le alegraba que April estaba cerca de su amiga, y a ella no le importaba sentarse sola.
La luz del sol iluminaba las vidrieras, y el ataúd en el frente estaba abarrotado de flores y coronas funerarias. El servicio fue digno y el coro cantó bien.
El predicador estaba hablando de la fe y la salvación, asegurándoles a todos que Lois ahora estaba en un lugar mejor. Riley no estaba prestándole atención. Estaba buscando pistas que indicaran por qué Lois Pennington había muerto.
Ayer notó que los padres de Lois se habían sentado un poco separados en el sofá. No había estado segura de cómo leer su lenguaje corporal. Pero ahora el brazo de Lester Pennington estaba alrededor del hombro de Eunice en un cálido gesto de consuelo. Los dos parecían ser unos padres afligidos perfectamente ordinarios.
Si algo andaba mal en la familia Pennington, Riley no podía verlo.
Y, curiosamente, eso hizo a Riley sentirse intranquila.
Consideraba que era una observadora aguda de la naturaleza humana. Si Lois realmente se había suicidado, su vida familiar probablemente era problemática. Pero nada se veía mal, nada más que el duelo normal.
El predicador logró terminar su sermón sin mencionar ni una vez la supuesta causa de la muerte de Lois.
Luego vino una serie de testimonios cortos y tristes de amigos y familiares. Hablaban de dolor y tiempos más felices, a veces relacionados con eventos humorísticos que evocaron risas tristes en la congregación.