Блейк Пирс - Una Vez Enterrado стр 9.

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Terzis agregó: “Su tobillo estaba muy fracturado, probablemente de la caída. Así que no pudo hacer nada cuando el asesino empezó a echarle tierra”.

Riley volvió a estremecerse al pensar en esa muerte horrible.

Jenn dijo: “Y todo esto sucedió ayer”.

Terzis asintió y dijo: “Estoy seguro de que el momento del fallecimiento fue idéntico al del asesinato en la playa, probablemente a las seis de la mañana”.

“Antes del amanecer”, agregó Belt. “Habría estado bastante oscuro. Un trotador que pasó por aquí después del amanecer vio que la tierra había sido movida y nos llamó”.

Mientras Jenn comenzó a tomar más fotos, Riley estudió la zona. Se fijó en unos matorrales aplastados que habían sido atravesados por la carretilla. Veía el lugar donde el asesino había amontonado tierra a unos cuatro metros del sendero. Había bastantes árboles por esos senderos, así que la trotadora no vio ni el asesino ni la tierra.

Ahora el hoyo había sido re-excavado por los policías, quienes habían amontonado la tierra a un lado.

Riley recordó que Meredith había mencionado el nombre de la víctima en Quántico, pero no podía recordarlo en este momento,

Ella le dijo al jefe Belt: “Supongo que pudieron identificar a la víctima”.

“Así es”, dijo Belt. “Tenía su identificación encima, al igual que Todd Brier. Su nombre era Courtney Wallace. Ella vivía en Sattler, pero no la conocía personalmente. Así que no puedo decirles nada más de ella por los momentos, excepto que era joven, probablemente veinteañera”.

Riley se arrodilló junto al hoyo y miró dentro. De inmediato vio cómo el asesino había tendido la trampa. En el fondo del hoyo había una manta pesada con hojas y desechos enredados en ella. Había sido extendida sobre el hoyo, imperceptible para un trotador incauto, especialmente en la luz antes del amanecer.

Hizo una nota mental para llamar al equipo forense de la UAC para que revisaran ambas escenas del crimen. Tal vez podrían rastrear el origen de la manta.

Mientras tanto, Riley estaba sintiendo la misma sensación que había sentido en la playa, de poder meterse en la mente del asesino. La sensación no era tan vívida esta vez. Pero podía imaginar al asesino posado donde ella estaba de rodillas en este momento, mirando a su presa indefensa.

Entonces ¿qué hizo en esos momentos antes de empezar a enterrarla viva?

Recordó su impresión de antes, que el asesino era encantador y agradable.

Probablemente fingió sorpresa al encontrar a la joven en el fondo de este hoyó al principio. Es posible que incluso le haya dado la impresión a la mujer de que la ayudaría a salir.

“Ella confió en él”, pensó Riley. “Aunque solo por un momento”.

Luego empezó a burlarse de ella.

Y, después de poco, comenzó a verter carretillas llenas de tierra sobre ella.

Debió haber gritado cuando finalmente se dio cuenta de lo que sucedía.

¿Cómo respondió al sonido de sus gritos?

Riley sintió que su crueldad emergió por completo. Se detuvo para verter una sola palada de tierra en su rostro, no tanto para que dejara de gritar, sino para atormentarla.

Todo el cuerpo de Riley se estremeció.

Sintió alivio cuando esa sensación de conexión comenzó a desvanecerse.

Ahora podía volver a analizar la escena del crimen con una opinión más objetiva.

La forma del hoyo le parecía extraña. El extremo donde ella estaba parada había sido cavado en forma de cuña afilada. El otro extremo reflejaba la misma forma, solamente invertida.

Parecía que el asesino se había esforzado por hacer esa forma.

“Pero ¿por qué?”, se preguntó Riley. “¿Qué podría significar?”.

En ese momento, oyó la voz de Bill desde algún lugar detrás de ella.

“Encontré algo. Vengan a echarle un vistazo”.

CAPÍTULO SIETE

Riley se dio la vuelta para ver lo que Bill había encontrado. Su voz venía desde detrás de los árboles a un lado del camino.

“¿Qué es?”, dijo el jefe Belt.

“¿Qué encontraste?”, dijo Terzis.

“Solo vengan”, gritó Bill.

Riley se puso de pie y se dirigió hacia él. Veía el arbusto por donde se había alejado del camino.

“¿Ya vienen?”, preguntó Bill, comenzando a sonar un poco impaciente.

Riley sabía por su tono de voz que hablaba en serio.

Seguida de Belt y Terzis, se abrió paso entre el matorral hasta que llegó al pequeño espacio abierto donde Bill estaba parado, mirando el suelo.

Definitivamente había encontrado algo.

Había otro pedazo de tela en el suelo, sostenido en su lugar por pequeñas estacas en las esquinas.

“Dios mío”, murmuró Terzis.

“Espero no sea otro cuerpo”, dijo Belt.

Pero Riley sabía que tenía que ser algo diferente. Por una parte, el hoyo era mucho más pequeño que el otro, y era cuadrado.

Bill estaba colocándose guantes de plástico para evitar dejar huellas dactilares en lo que estaba a punto de descubrir. Luego se arrodilló y tiró suavemente de la tela.

Lo único que Riley vio fue una pieza circular de madera oscura y pulida.

Bill tomó el círculo de madera cuidadosamente con las dos manos y tiró de él hacia arriba.

Todos excepto Bill jadearon ante lo que sacó lentamente del hoyo.

“¡Un reloj de arena!”, dijo el jefe Belt.

“El más grande que jamás he visto”, agregó Terzis.

Y era cierto, el reloj de arena era de casi un metro de alto.

“¿Seguro que no es una trampa?”, advirtió Riley.

Bill se puso en pie con el objeto, manteniéndolo perpendicular, manejándolo con la misma delicadeza con la que podría manejar un artefacto explosivo. Lo colocó en posición vertical en el suelo al lado del hoyo.

Riley se arrodilló y lo examinó de cerca. La cosa no parecía tener ningún cable o resorte. Pero ¿había ocultado algo debajo de la arena? Inclinó la cosa a un lado y no vio nada extraño.

“Es solo un gran reloj de arena”, murmuró. “Y escondido al igual que la trampa en el sendero”.

“No es un reloj de arena, exactamente”, dijo Bill. “Estoy bastante seguro de que mide un período de tiempo superior a una hora”.

El objeto le pareció a Riley sorprendentemente hermoso. Los dos receptáculos de vidrio tenían una forma hermosa y estaban conectados entre sí por una estrecha abertura. Las piezas de madera redondas estaban conectadas por tres varillas de madera, talladas en patrones decorativos. La parte superior fue tallada en un patrón ondulado. La madera era oscura y estaba bien pulida.

Riley los había visto antes, versiones más pequeñas para cocinar que contaban tres, cinco o veinte minutos. Este era mucho, mucho más grande, medía casi un metro de alto.

El receptáculo inferior estaba parcialmente lleno de arena de color tostado.

No había arena en el globo superior.

El jefe Belt le preguntó a Bill: “¿Cómo supiste que algo estaba aquí?”.

Bill estaba en cuclillas al lado del reloj de arena, examinándolo atentamente. Él preguntó: “¿Alguien más notó algo extraño en la forma del hoyo en el sendero?”.

“Sí, yo sí”, dijo Riley. “Los extremos del hoyo habían sido cavados de forma extraña”.

Bill asintió.

“Era más o menos la forma de una flecha. La flecha señalaba al lugar donde el camino se curvaba y algunos de los arbustos estaban descompuestos. Así que me fui al lugar que estaba señalando”.

El jefe Belt todavía estaba mirando el reloj de arena con asombro.

“Bueno, qué suerte que lo hayas encontrado”, dijo.

“El asesino quería que buscáramos aquí”, murmuró Riley. “Quería que descubriéramos esto”.

Riley miró a Bill, y luego a Jenn. Sabían que estaban pensando justo lo que ella estaba pensando.

La arena se había vaciado.

De algún modo, de alguna forma que no entendían todavía, eso significaba que no habían tenido suerte en absoluto.

Riley miró a Belt y le preguntó: “¿Alguno de tus hombres encontró un reloj de arena como este en la playa?”.

Belt negó la cabeza y dijo: “No”.

Riley sintió un cosquilleo de intuición.

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