Блейк Пирс - Una Razón para Esconderse стр 3.

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“Yo también lo echo de menos a veces”, admitió Avery. “Simplemente no lo suficiente como para llamar y sacar a relucir el pasado”.

“Te echa de menos, mamá”.

Avery dejó que esa frase surtiera efecto. Rara vez pensaba en Jack románticamente. Sin embargo, había dicho la verdad. Ella sí lo echaba de menos. Echaba de menos el extraño sentido del humor de Jack, la forma en que su cuerpo siempre parecía demasiado frío en las mañanas, cómo su necesidad de tener sexo era casi cómicamente predecible. Y extrañaba verlo ser un excelente padre más que nada. Pero ese era el pasado, una parte de su vida que estaba tratando de dejar atrás.

Aun así, no pudo evitar preguntarse qué pudo haber sido, cayendo en cuenta que pudo haber tenido una excelente vida a su lado. Una vida con cercas blancas, eventos escolares, domingos tranquilos en el patio trasero.

Pero era posibilidad ya no existía. Rose no había tenido la oportunidad de vivir esa vida perfecta y Avery seguía culpándose a sí misma.

“¿Mamá?”.

“Lo siento, Rose. No creo que tu padre y yo podamos arreglar las cosas. Además”, añadió, y respiró hondo, preparándose para la reacción de Rose, “tal vez no eres la única que ha conocido a alguien”.

Rose se volvió hacia ella, y Avery se sintió aliviada al ver su sonrisa. Miró a su madre con la sonrisa maliciosa que unas amigas podrían compartir mientras hablaban de chicos en medio de unos tragos. Eso calentaba el corazón de Avery de una manera que no estaba preparada para explicar, si es que pudiera hacerlo.

“¿Qué?”, preguntó Rose, fingiendo sorpresa. “¿Tú? Detalles, por favor”.

“No hay detalles todavía”.

“Bueno, ¿quién es?”.

Avery se rio entre dientes al darse cuenta de lo tonto que parecería. Casi no lo dijo. Demonios, ni siquiera le había dicho al chico cómo se sentía. Expresarlo en frente de su hija sería un poco surrealista.

Sin embargo, ella y Rose estaban progresando. No tenía sentido guardárselo a causa de su propia vergüenza de tener sentimientos por un hombre que no era el padre de Rose.

“Es un hombre con el que trabajo. Ramírez”.

“¿Ya estuvieron juntos?”.

“¡Rose!”.

Rose se encogió de hombros. “Querías una relación abierta y honesta con tu hija, ¿cierto?”.

“Sí, supongo que sí”, dijo con una sonrisa. “Y no… todavía no. Pero me estoy enamorando de él. Es agradable. Divertido, atractivo… y tiene este encanto que solía molestarme, pero que ahora me parece atractivo”.

“¿Él se siente igual?”, preguntó Rose.

“Sí. Bueno… se sentía. Creo que estropeé las cosas. Ha sido paciente, pero creo que ya se le agotó la paciencia”. Lo único que no le dijo es que había tomado la decisión de decirle a Ramírez cómo se sentía, pero aún no había tenido el coraje suficiente para hacerlo.

“¿Lo echaste a un lado?”, preguntó Rose.

Avery sonrió.

“Maldita sea, eres observadora”.

“Te lo estoy diciendo… Es la genética”.

Rose volvió a sonreír. Parecía haberse olvidado de que tenía que desempacar.

“¡Hazlo, mamá!”.

“Dios mío”.

Rose se echó a reír, y Avery también. Sin duda este era el momento más vulnerable que habían compartido desde que habían comenzado a trabajar para arreglar su relación. De repente, la idea de tomarse algo de tiempo libre del trabajo parecía una necesidad más que solo una idea esperanzadora.

“¿Qué harás este fin de semana?”, preguntó Avery.

“Desempacar. Tal vez saldré con Ma… el tipo que permanecerá en el anonimato por ahora”.

“¿Qué tal un día de chicas con tu madre mañana? Podemos ir a almorzar, ver una película, arreglarnos las uñas”.

Rose arrugó la nariz ante la idea, pero luego pareció considerarla seriamente. “¿Puedo elegir la película?”.

“Sí”.

“Suena divertido”, dijo Rose con emoción. “Cuenta conmigo”.

“Excelente”, dijo Avery. Luego sintió una necesidad de preguntar algo que se sentía extraño, pero que sería fundamental para su relación. Saber lo que estaba a punto de preguntarle a su hija era aleccionador pero, de una manera muy extraña, también liberador.

“¿Así que no te molesta que siga adelante?”, preguntó Avery.

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Rose. “¿Por papá?”.

“Sí. De tu padre y de toda esa parte de mi vida, la parte de mi vida que dificultó las cosas para todos nosotros. Una gran parte de seguir adelante es ya no sentirme encadenada por la culpa de lo que pudo haber sido. Y tengo que alejarme de tu padre para poder hacerlo. Siempre lo amaré y lo respetaré por criarte mientras que yo no estuve allí, pero él es una parte importante de la vida de la cual tengo que alejarme. ¿Entiendes?”.

“Sí”, dijo Rose. Su voz se había vuelto dulce y vulnerable de nuevo. Oírla hizo que Avery sintiera ganas de ir al sofá y abrazarla. “Y no necesitas mi permiso, mamá”, continuó Rose. “Sé que lo estás intentando. Lo veo”.

Por tercera vez en quince minutos, Avery sintió que estaba a punto de llorar. Suspiró para alejar las lágrimas.

“¿Cómo saliste tan bien?”, preguntó Avery.

“Genética”, dijo Rose. “Es verdad que has cometido errores, mamá. Pero siempre has sido una dura”.

Antes de que Avery tuviera tiempo de formar una respuesta, Rose dio un paso adelante y la abrazó. Fue un verdadero abrazo, algo que no había sentido de su hija en bastante tiempo.

Esta vez, Avery se permitió llorar.

No recordaba la última vez que había estado tan feliz. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que realmente estaba accionando para escapar de los errores de su pasado.

Una gran parte de eso sería hablar con Ramírez y hacerle saber que ya estaba cansada de ocultar lo que había estado creciendo entre ellos. Ella quería estar con él. De repente, con los brazos de su hija alrededor de ella, Avery sintió que no podía esperar a tener esa discusión con él.

De hecho, esperaba que fuera más allá de una discusión. Esperaba que terminaran haciendo mucho más que hablar, finalmente dejando que la tensión que había estado creándose entre ellos se disipara de la mejor forma posible.

CAPÍTULO DOS

Se reunió con Ramírez tres horas más tarde, justo después del fin de su turno. Había respondido su llamada con entusiasmo, pero había sonado cansado. Es por eso que habían elegido reunirse a orillas del río Charles, en uno de los muchos bancos ubicados en los senderos alrededor del borde oriental del río.

Mientras caminaba hasta el banco en el que habían acordado reunirse, vio que acababa de llegar. Estaba sentado en el banco, mirando al otro lado del río. El cansancio en su voz se notaba en su rostro. Sin embargo, se veía en paz. Había notado que él se volvía silencioso e introspectivo cada vez que se le presentaba una vista panorámica de la ciudad.

Se acercó y él se volvió hacia ella cuando oyó sus pasos. Le mostró su sonrisa ganadora y, en ese instante, ya no se veía cansado. Una de las muchas cosas que le gustaban a Avery de él era la forma en la que la hacía sentir cada vez que la miraba. Era claro que había algo más que simple atracción allí; la miraba con reconocimiento y respeto. Eso, más el hecho de que él le decía a menudo que era hermosa, la hacía sentirse más segura y más deseable de lo que jamás había recordado sentir.

“¿Tuviste un día largo?”, le preguntó Avery a lo que se sentó en el banco a su lado.

“Sí. Tuve mucho trabajo. Quejas por ruido. Una pelea en un bar que se volvió sangrienta. Y hasta recibí una llamada sobre un perro que había perseguido a un niño a un árbol”.

“¿Un niño?”.

“Un niño”, dijo Ramírez. “La vida glamorosa de un detective cuando la ciudad está tranquila y aburrida”.

Ambos miraron el río en un silencio que, durante las últimas semanas, había comenzado a volverse cómodo. Si bien no eran técnicamente una pareja, habían llegado a apreciar el tiempo juntos que no estaba lleno de charla por el simple hecho de hablar. Lenta y deliberadamente, Avery se acercó y le tomó la mano.

“Camina conmigo, ¿quieres?”.

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