Блейк Пирс - Una Vez Atado стр 10.

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Por primera vez desde que había llegado, la expresión de Cullen se oscureció un poco.

Riley agregó: —Y quiero que su teléfono celular sea enviado a Quantico, junto con el de la otra víctima. Nuestros técnicos tienen que ver si pueden extraerle información.

Antes de que Cullen pudiera responder, su propio teléfono celular sonó y él frunció el ceño.

Él dijo: —Ya sé quién es. Es el administrador ferroviario, queriendo saber si ya puede poner los trenes en marcha. La línea tiene tres trenes de carga y un tren de pasajeros con retraso. Hay una nueva tripulación lista para llevarse el tren que aún está en las vías. ¿Ya podemos mover el cadáver?

Riley asintió y le dijo al forense: —Adelante, métela en tu furgoneta.

Cullen se dio la vuelta y tomó la llamada mientras que el médico forense llamó a su equipo y se pusieron a trabajar en el cadáver.

Cuando Cullen colgó la llamada, parecía estar de muy mal humor.

Les dijo a Riley y sus colegas: —Supongo que se quedarán por un tiempo.

Riley creyó entender lo que lo estaba molestando. Cullen estaba ansiando resolver un caso sensacional, y no había esperado que el FBI le robara los aplausos.

Riley dijo: —Mira, estamos aquí a petición tuya. Pero creo que nos vas a necesitar, al menos por un tiempo más.

Cullen negó con la cabeza y arrastró los pies. Luego dijo: —Bueno, mejor nos vamos a la comisaría de Barnwell. Tenemos que lidiar con algo bastante desagradable allí.

Sin decir nada más, se volvió y se alejó.

Riley miró el cuerpo, que ahora estaba siendo cargado en una camilla.

«¿Más desagradable que esto?», se preguntó.

Se sentía atontada mientras ella y sus colegas siguieron a Cullen de vuelta por donde habían venido.

CAPÍTULO SEIS

Jenn Roston estaba enfurecida mientras se volvió para seguir sus colegas. Caminó por los árboles detrás de Riley y el agente Jeffreys mientras el subjefe Jude Cullen guiaba el camino hacia los vehículos estacionados.

«Se hace llamar ‘Toro’ Cullen», recordó con desprecio.

Le alegraba tener a dos personas entre ella y el hombre.

Seguía pensando: «¡Trató de hacerme una llave!»

Estaba segura de que había estado buscando una excusa para manosearla. También era seguro que estaba buscando una oportunidad para demostrar su control físico sobre ella. Ya era bastante malo que sentía la necesidad de explicarle la llave y sus efectos, como si ella ya no supiera todo esto.

Pensó que los dos eran afortunados por el hecho de que Cullen en realidad no había puesto su brazo alrededor de su cuello. Si eso hubiera pasado, Jenn quizá no se habría podido controlar. Aunque el hombre era ridículamente musculoso, probablemente habría acabado rápidamente con él. Obviamente eso habría sido bastante indecoroso en una escena del crimen y no habría hecho nada para promover las buenas relaciones entre los investigadores. Jenn sabía que lo mejor había sido que las cosas no se habían descontrolado.

Por sobre todo lo demás, ahora Cullen parecía estar cabreado por el hecho de que Jenn y sus colegas no se iban aún y porque no podría acaparar toda la gloria de resolver el caso.

«Mala suerte, imbécil», pensó Jenn.

El grupo salió de los árboles y se metió en la camioneta policial con Cullen. El hombre se quedó callado durante el viaje a la comisaría y sus compañeros del FBI tampoco dijeron nada. Supuso que, como ella, estaban pensando en la escena del crimen espantosa y en el comentario de Cullen que tendrían que lidiar con algo bastante desagradable en la comisaría.

Jenn odiaba los acertijos, tal vez porque la tía Cora a menudo era tan críptica y amenazante en sus intentos de manipulación. Y también odiaba vivir con la sensación de que algo de su pasado podría destruir su sueño hecho realidad de ser agente del FBI.

Cuando Cullen estacionó la furgoneta frente a la comisaría, Jenn y sus colegas se bajaron y lo siguieron adentro. Allí, Cullen los presentó al jefe de policía de Barnwell, Lucas Powell, un hombre de mediana edad con un mentón hundido.

—Vengan conmigo —dijo Powell—. Todos están aquí. Mi gente y yo no sabemos lidiar con este tipo de cosas.

¿A qué tipo de «cosas» se refería?

El jefe de policía Lucas Powell llevó a Jenn, sus colegas y a Cullen directamente a la sala de entrevistas de la comisaría. Adentro encontraron a dos hombres sentados en la mesa, ambos vistiendo chalecos amarillo neón. Uno era delgado y alto, un hombre mayor pero de aspecto vigoroso. El otro era más bajito, como de la altura de Jenn, y probablemente no mucho mayor que ella.

Estaban bebiendo tazas de café y mirando la mesa fijamente.

Powell introdujo primero al hombre mayor y luego al segundo hombre.

—Les presento a Arlo Stine, el conductor de carga. Y él es Everett Boynton, su conductor auxiliar. Cuando el tren se detuvo, ellos fueron los que descubrieron el cadáver.

Los dos hombres apenas levantaron la mirada.

Jenn tragó grueso. Seguramente estaban traumatizados.

Sin duda tendrían que lidiar con algo desagradable.

Entrevistar a estos hombres no sería fácil. Por si fuera poco, probablemente no aprenderían nada que los ayudaría a atrapar al asesino.

Jenn se apartó mientras Riley se sentó en la mesa con los hombres y habló en voz baja.

—Siento mucho que hayan tenido que lidiar con esto. ¿Cómo lo están sobrellevando?

El hombre mayor, el conductor, se encogió de hombros y dijo: —Estaré bien. Lo crea o no, he visto este tipo de cosas antes. Me refiero a muertos en las vías. He visto cuerpos aún más mutilados. Nadie se acostumbra a eso, pero… —Stine asintió con la cabeza hacia su auxiliar y agregó—: Pero Everett nunca ha pasado por esto.

El joven levantó la mirada de la mesa a las personas en la sala.

—Estaré bien —dijo mientras asentía la cabeza, obviamente tratando de sonar como si lo decía en eso.

Riley dijo: —Siento preguntar esto, ¿pero usted vio a la víctima justo antes de…?

Boynton hizo un gesto de dolor y no dijo nada.

Stine dijo: —Solo un vistazo. Los dos estábamos en la cabina. Pero yo estaba en la radio haciendo una llamada de rutina a la siguiente estación, y Everett estaba haciendo cálculos para la curva que estábamos tomando. Cuando el ingeniero comenzó a frenar y sonó el silbato, levantamos la mirada y vimos algo… no estábamos seguros de lo que era. —Stine hizo una pausa y luego agregó—: Pero estábamos seguros de lo que pasó cuando caminamos al sitio para echar un vistazo.

Jenn estaba repasando mentalmente lo que había investigado en el avión. Ella sabía que las tripulaciones de los trenes de carga eran pequeñas. Aun así, parecía que faltaba alguien.

—¿Dónde está el ingeniero? —preguntó.

—¿El maquinista? —dijo Toro Cullen—. Está en una celda de custodia.

Jenn quedó boquiabierta.

Ella sabía que «maquinista» era la jerga ferroviaria para un ingeniero.

Pero ¿qué demonios estaba pasando aquí?

—¿Lo metieron en una celda? —preguntó.

Powell dijo: —No tuvimos otra opción.

El conductor mayor agregó: —El pobre no quiere hablar con nadie. La única palabra que ha dicho desde que ocurrió es ‘Enciérrenme’. La repitió una y otra vez.

El jefe de policía local dijo: —Así que eso es lo que hicimos. Parecía lo mejor.

Jenn sintió una punzada de ira.

Ella preguntó: —¿No han traído a un terapeuta para que hable con él?

El subjefe ferroviario dijo: —Hemos pedido que venga un psicólogo de la empresa desde Chicago. Son las reglas del sindicato. No sabemos cuándo va a llegar.

Riley se veía sobresaltada ahora.

—Ciertamente el ingeniero no se culpa a sí mismo por lo que pasó —dijo Riley.

Al conductor mayor pareció sorprenderle la pregunta.

—Por supuesto que sí —dijo él—. No fue su culpa, pero no puede evitarlo. Era el hombre al volante. Es el que se sintió más impotente. Lo está carcomiendo. Odio que se haya encerrado tanto. Realmente traté de hablar con él, pero ni siquiera me mira a los ojos. No debemos quedarnos esperando que llegue una maldita psicóloga ferroviaria. Reglas o no, alguien debería hacer algo ahora mismo. Un buen maquinista como él se merece algo mejor.

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