Блейк Пирс - Antes De Que Peque стр 7.

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“Buena pregunta. Planeo empezar con la familia del padre Costas. No hay gran cosa en los informes que pueda servirnos de algo. Además, creo—”

Le interrumpió el sonido del teléfono de Ellington. Él lo respondió con rapidez y frunció el ceño al mirar la pantalla. “Es McGrath,” dijo antes de responder.

Mackenzie escuchó la parte de Ellington en la conversación, incapaz de comprender de qué estaba hablando. Después de menos de un minuto, Ellington concluyó la llamada y se metió el teléfono de nuevo al bolsillo.

“En fin,” dijo. “Parece que irás a visitar a la familia de Costas por tu cuenta. McGrath necesita que regrese a la oficina. Alguna tarea relativa a un caso sobre el que ha sido de lo más discreto.”

“Lo que seguramente quiere decir que es trabajo aburrido,” dijo Mackenzie. “Qué suertudo.”

“Aun así, resulta extraño que me saque de aquí tan deprisa cuando todavía no tenemos pistas. Debe de significar que tiene una confianza inmensa en ti de repente.”

“¿Y tú no?”

“Ya sabes lo que quiero decir,” dijo Ellington, sonriendo.

Mackenzie le dio otro trago a su café, un tanto decepcionada al descubrir que ya estaba vacía. Tiró la taza a la basura y reunió los archivos y su teléfono, lista para dirigirse a su primera parada. Pero primero, se dirigió al mostrador para pedir otro café.

Parecía que iba a ser un día muy largo. Y sin Ellington para mantenerla despierta, sin duda alguna iba a necesitar café.

Claro que, por otra parte, los días largos solían acabar con pistas—y productividad. Y si Mackenzie se salía con la suya, encontraría al asesino antes de que tuviera el tiempo suficiente para planear otro asesinato.

CAPÍTULO CUATRO

Después de dejar a Ellington en el aparcamiento subterráneo de las oficinas del FBI (y de un beso rápido pero apasionado antes de que se marchara), Mackenzie se puso en camino hacia la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. No esperaba encontrar gran cosa, así que no se sintió decepcionada cuando se encontró precisamente con eso.

Habían sustituido el portón de entrada, pero tenía el aspecto de una réplica exacta del que ya había visto en las fotos de la escena del crimen. Ascendió por las escaleras, que eran mucho más lujosas y ornamentadas que las que había en Cornerstone, hasta el nuevo portal. Entonces se dio la vuelta y observó la calle. No pudo evitar preguntarse si había algún tipo de simbolismo en el hecho de que hubieran clavado a los hombres en el portal principal.

Quizá se supone que están mirando hacia algo en particular, pensó Mackenzie. No obstante, lo único que veía eran coches aparcados, unos cuantos peatones, y señales de tráfico.

Miró a sus pies y a lo largo de los bordes del marco del portón. Había pequeñas formas amasadas que podían ser cualquier cosa. No obstante, ya había visto este color con anterioridad—el color de la sangre una vez se secaba en el hormigón pálido.

Volvió a mirar hacia las escaleras e intentó imaginarse a un hombre subiendo un cadáver por ellas. Sin duda alguna, sería todo un esfuerzo. Por supuesto, no sabía si Costas ya estaba muerto cuando le habían clavado en el portón, aunque parecía ser la probabilidad que estaban manejando.

Mientras estaba de pie junto al portón doble y echaba un vistazo a su alrededor, repasó los hechos que conocía gracias a los informes. Aquí se utilizaron el mismo tipo de puntas que se emplearon en la escena de Tuttle. La única herida en común entre los dos cadáveres era un enorme corte que recorría toda su frente—quizá como una alusión a la corona de espinas de Jesucristo.

Era difícil de imaginar una visión tan dantesca en la escalinata donde se encontraba de pie. Por lo general, la gente no solía pensar en muerte y sangre cuando estaban frente a las puertas de una iglesia.

Y quizá sea ese el motivo. Quizá esa sea una conexión con la motivación del asesino.

Sintiendo que quizá esa fuera una buena idea, Mackenzie bajó de nuevo por las escaleras hasta la calle. Le resultaba extraño moverse a este ritmo sin tener a Ellington a su lado, pero para cuando estuvo dentro del coche y en movimiento, su mente estaba solamente enfocada en el caso.

***

Por segunda vez ese día, Mackenzie se encontraba entrando a una casa abarrotada. El padre Costas había vivido en una casa agradable, una casa de dos pisos junto a los límites de la zona central. Salió a recibirle una mujer que se presentó como un miembro de la parroquia del Sagrado Corazón. Llevó a Mackenzie hasta una especie de despacho, donde le pidió que esperara un momento.

En cuestión de segundos, una mujer mayor entró a la sala. Parecía agotada y profundamente entristecida al sentarse en una butaca al otro lado del asiento donde estaba sentada Mackenzie en un sofá ornamentado.

“Lamento molestarla,” dijo Mackenzie. “No tenía ni idea de que tuviera tanta compañía en su casa.”

“Sí, yo tampoco tenía ni idea,” dijo la mujer. “Pero el funeral tiene lugar esta noche y hay toda esta gente que han llegado de todas partes. Familiares, conocidos, seres queridos de la iglesia.” Entonces sonrió con aspecto adormilado y añadió: “Me llamo Nancy Allensworth, soy la secretaria de la parroquia. ¿Me han dicho que usted es del FBI?”

“Sí señora. A riesgo de disgustarla todavía más, le diré que encontraron otro cadáver esta mañana, con el mismo tratamiento que había recibido el padre Costas. Este era un reverendo de una pequeña iglesia presbiteriana cerca de Georgetown.”

Nancy Allensworth se llevó la mano a la boca en un gesto dramático que expresaba su sorpresa. “Dios mío,” dijo. Entonces, a través de lágrimas y dientes apretados, susurró, “¿Hasta dónde ha llegado este mundo cruel?”

Haciendo lo que podía por continuar con su investigación, Mackenzie siguió adelante. “Obviamente, como ha sucedido dos veces, tenemos razones para creer que podría suceder de nuevo, así que el tiempo apremia. Esperaba que pudiera responder a unas cuantas preguntas para mí.”

“Puedo intentarlo,” dijo, aunque estaba claro que estaba luchando para mantener a raya sus emociones.

“Como el Sagrado Corazón es una iglesia relativamente grande, me preguntaba si podría haber alguien en la congregación que hubiera contactado recientemente al padre Costas con alguna queja o agravio.”

“Que yo sepa, no. Pero ha de tener en cuenta que había mucha gente que se acercaba a él en confianza para confesar sus pecados o solucionar inquietudes espirituales en sus vidas.”

“¿Hay algo en particular durante el transcurso de los últimos años que se le ocurra pudiera haberle sentado mal a alguien? ¿Alguna cosa que pudiera molestar a alguien que quizá sentía reverencia por el padre Costas previamente?”

Nancy se miró las manos. Las estaba retorciendo con nerviosismo en su regazo, tratando de evitar que temblaran.

“Supongo que sí la hubo, pero sucedió antes de que empezara a trabajar aquí. Hubo una historia hace como diez años, un informe que sacó a la luz uno de los periódicos locales. Uno de los adolescentes que lideraban un grupo juvenil dijo que el padre Costas había abusado sexualmente de él. Fue muy explícito. Nunca hubo ninguna prueba de que fuera verdad y, para ser sinceros, no hay manera de que el padre Costas pudiera haber hecho algo así. Claro que, cuando una historia periodística como esa se propaga y tiene que ver con alguien dentro de la iglesia católica, se toma como si fuera una verdad incuestionable.”

“¿Cuáles fueron las consecuencias de esa historia?”

“Por lo que me contaron, recibió amenazas de muerte. El número de feligreses que acudía a la iglesia disminuyó en un quince por ciento. Empezó a recibir emails no solicitados llenos de pornografía homosexual.”

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