Блейк Пирс - Antes De Que Sienta стр 7.

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Mientras caminaban a través del mismo, Mackenzie pudo ver al instante que parecía el lugar perfecto para el ataque de un asesino paciente. Ya lo había dicho el mismo Randall Jones—nadie venía mucho por aquí cuando hacía tanto calor. Sin duda alguna, el asesino sabía esto y lo utilizó en su beneficio.

“Aquí es donde la encontré”, dijo Jones, señalando al espacio vacío entre las macetas más grandes y la verja negra de hierro forjado. “Estaba tumbada boca abajo y doblada en una forma como de U”.

“¿La encontró usted?”., preguntó Ellington.

“Sí, casi a las diez menos cuarto de la noche. Cuando no regresó a su hora, me empecé a preocupar. Después de media hora, me imaginé que debía salir para ver si se había caído o se había asustado o algo así”.

“¿Estaba toda su ropa en su lugar?”., preguntó Mackenzie.

“Por lo que yo puedo decir”, dijo Randall, claramente sorprendido con la pregunta. “En ese momento, la verdad es que no estaba pensando de esa manera”.

“¿Y no hay absolutamente nadie más en esa película de video en la residencia?”., preguntó Ellington. “¿Nadie que la siguiera?”..

“Nadie. Podéis ver el metraje vosotros mismos cuando regresemos”.

Mientras regresaban por el jardín, Ellington planteó una pregunta que había estado cocinándose en la mente de Mackenzie. “Parece que hay mucho silencio hoy en la residencia. ¿Qué es lo que pasa?”..

“Supongo que se le puede llamar luto. Tenemos una comunidad muy unida en Wakeman y Ellis era muy querida. Muy pocos de nuestros residentes han salido de sus habitaciones en todo el día. También hemos hecho un anuncio por el sistema de megafonía de que iban a venir agentes de DC para investigar el asesinato de Ellis. Desde ese momento, casi nadie ha salido de sus habitaciones. Supongo que están atemorizados… asustados”.

Eso, además del hecho de que nadie le siguiera al salir de la residencia, descarta que un residente sea el asesino, pensó Mackenzie. El raquítico archivo sobre la primera víctima afirmaba que el asesinato se había producido entre las once y las doce de la noche… y a una buena distancia de Stateton.

“¿Sería posible que habláramos con algunos de sus residentes?”., preguntó Mackenzie.

“No tengo el más mínimo problema en que lo hagáis”, dijo Jones. “Desde luego, si se sienten incómodos con ello, tendré que pediros que lo dejéis”.

“Desde luego. Creo que podría…”

Le interrumpió el sonido de su teléfono. Lo miró y vio un número desconocido en la pantalla”.

“Un segundo”, dijo, tomando la llamada. Dando la espalda a Jones, respondió: “Aquí la agente White”.

“Agente White, soy el alguacil Clarke. Mira, ya sé que os acabáis de ir, pero realmente agradecería que os dierais prisa en regresar tan pronto como os sea posible”.

“Claro. ¿Anda todo bien?”..

“Ha estado mejor”, dijo. “Acaba de llegar por aquí ese desperdicio de espacio de Langston Ridgeway exigiendo hablar con vosotros sobre el caso de su madre y está empezando a montar un número”.

Hasta en el quinto pino, no se puede uno escapar del politiqueo, pensó Mackenzie.

Irritada, hizo lo que pudo por responder de una manera profesional. “Danos unos diez minutos,” dijo, antes de terminar la llamada.

“Señor Jones, vamos a tener que regresar con el alguacil por el momento”, dijo. “¿Podría organizar que veamos ese metraje de seguridad cuando regresemos?”..

“Desde luego”, dijo Randall, llevándoles de nuevo hasta su coche.

“Y entretanto”, añadió Mackenzie, “quiero que haga una lista de cualquiera que le despierte hasta la más leve sospecha. Hablo de residentes y de otros empleados. Gente que conozca el alcance de la cámara de seguridad en el jardín”.

Jones asintió con seriedad. La expresión en su rostro le dijo a Mackenzie que esto era algo que él había considerado pero que no había osado creerse demasiado. Con esa misma expresión en su rostro, puso el coche en marcha y les llevó de vuelta a Wakeman. Por el camino, Mackenzie percibió de nuevo el silencio del pueblecito—no parecía tranquilo, sino más bien la calma antes de la tormenta.

CAPÍTULO CUATRO

El primer pensamiento que surgió en la mente de Mackenzie al ver a Langston Ridgeway fue que tenía el aspecto de una mantis religiosa. Era alto y muy delgado, y movía los brazos como si se trataran de unas pequeñas tenazas incómodas al hablar. No le ayudaba que sus ojos estuvieran henchidos de furia mientras gritaba a todo el que trataba de hablar con él.

El alguacil Clarke les había acompañado a la pequeña sala de conferencias al final del pasillo—una sala que no era mucho más grande que su despacho. Aquí, a puertas cerradas,

Langston Ridgeway estaba tan tieso como podía mientras Mackenzie y Ellington soportaban su ira.

“Mi madre está muerta para siempre”, se quejaba, “y me inclino por culpar a la incompetencia del personal en la maldita residencia. Y ya que esta patética excusa de alguacil se niega a dejarme hablar en persona con Randall Jones, me gustaría saber lo que piensan hacer los payasos del FBI al respecto”.

Mackenzie esperó un momento antes de responder. Estaba intentando calibrar el nivel de su pena. Con la manera en que se estaba comportando, era difícil decidir si su ira era una expresión de su pérdida o si realmente era un hombre insoportable al que le gustaba repartir órdenes a gritos. Por el momento, no lo tenía claro.

“Con toda franqueza”, dijo Mackenzie, “estoy de acuerdo con el alguacil. Está enfadado y herido ahora mismo, y parece que está buscando culpar a alguien. Lamento mucho su pérdida, pero lo peor que puede hacer en este momento es enfrentarse con la dirección de la residencia”.

“¿Culpa?”., preguntó Ridgeway, que obviamente no estaba acostumbrado a que la gente no se sometiera y mostrara su acuerdo con él al instante. “Si ese lugar es responsable de lo que le sucedió a mi madre, entonces yo…”

“Ya hemos visitado la residencia y hemos hablado con el señor Jones”, dijo Mackenzie, interrumpiéndole. “Puedo asegurarle que lo que le ocurrió a su madre fue causado por fuentes externas. Y si fuera interno, entonces es evidente que el señor Jones no sabe nada de ello. Puedo decirle todo eso con absoluta confianza”.

Mackenzie no estaba segura de si la expresión de sorpresa que barrió el rostro de Ridgeway era resultado de su desacuerdo con ella o si se debía a que le había interrumpido.

“¿Y sabe todo eso después de solo una conversación?”., le preguntó, claramente escéptico.

“Así es”, dijo ella. “Por supuesto, esta investigación todavía está en pañales así que no puedo estar segura de nada. Lo que sí le puedo decir es que es muy difícil llevar una investigación cuando recibo llamadas que me hacen dejar la escena de un crimen para escuchar a gente chillando y quejándose”.

Casi podía sentir cómo salía la furia de él en este momento. “Acabo de perder a mi madre”, dijo, cada palabra como un susurro. “Quiero respuestas. Quiero justicia”.

“Muy bien”, dijo Ellington. “Queremos lo mismo”.

“Claro que para que lo consigamos”, dijo Mackenzie, “tiene que dejarnos trabajar. Entiendo que tiene autoridad por estos lares, pero con toda sinceridad, no me importa. Tenemos un trabajo que hacer y no podemos permitir que su ira, su pena o su arrogancia se interpongan en el camino”.

Durante toda la conversación, el alguacil Clarke permaneció sentado a la mesa de conferencias. Estaba haciendo todo lo posible por contener una sonrisa.

Ridgeway guardó silencio durante un momento. Alternó la mirada entre los agentes y el alguacil Clarke. Asintió y, cuando se deslizó una lágrima por su cara, Mackenzie pensó que podía ser de verdad, pero también seguía viendo la ira en sus ojos, a flor de piel.

“Estoy seguro de que estás acostumbrada a repartir instrucciones entre policías de poca monta y sospechosos y lo que sea”, dijo Langston Ridgeway. “Pero deja que te diga una cosa… si perdéis los papeles en este caso, o me faltas al respeto de nuevo, haré una llamada a DC. Hablaré con tu supervisor y acabaré contigo”.

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