La mujer les contó lo del sobre recibido algunos dÃas atrás y lo de las flores entregadas esa mañana.
â¿Quién es Massimo Trovaioli?â, preguntó un agente.
âMi último ex.â
â¿Ãl podrÃa tener algo en su contra? Cuando se han separado ¿ha sucedido de mala manera?â
âÃl está⦠¡muerto!â gritó la mujer. âÃl es el⦠muerto⦠¡que me persigue!â
La señorita Spaggesi continuaba gritando, parándose siempre sobre la palabra muerto cada vez que la pronunciaba.
âPerdónenos,â dijo el otro agente, âNo nos queda todavÃa claro este punto. Nos debe disculpar. Lo sentimos.â
âNo pasa nadaâ respondió la mujer después de un momento de silencio en el cual intentó tranquilizarse.
â¿Ha visto quién le ha traÃdo estas flores?,â le preguntaron cuando los dos agentes estuvieron seguros que habÃa pasado el peor momento.
âParecÃa⦠el florista⦠aquel que está calle abajo, en la vÃa San Vitale, pero no estoy segura. Cuando estoy por ahà fuera camino siempre deprisa y no me fijo mucho en las tiendas.â
âLo comprobaremos,â le aseguró uno de los patrulleros, volviéndose hacia su compañero con una mirada de complicidad. âMientras tanto, usted debe permanecer tranquila. ¿Nos lo promete?â
âLo intentaré,â respondió la mujer. âLo intentaré.â
âBien. Nosotros nos pondremos a ello inmediatamente para echar un poco de luz sobre este asunto. Probablemente sea un malentendido.â
âTengo miedo,â dijo la señorita Spaggesi, âHaced algo, por favor,â les imploró, como si no hubiese escuchado las últimas palabras de los agentes.
âTranquilÃcese y beba un vaso de agua fresca.â
El agente más cercano al grifo del agua cogió un vaso que encontró al lado, lo llenó con agua y se lo dio a la mujer.
âBeba a sorbitos y verá como le ayuda a sentirse mejor.â
La mujer bebió siguiendo el consejo y, mientras permanecÃa sentada, preguntó si no serÃa un problema, para los dos agentes, si ella no los acompañaba hasta la puerta.
âNo hay problema, señora.â
Mariolina Spaggesi quedó sola, sentada e inmóvil, pensando en todo lo que habÃa ocurrido, confortada por las palabras de los dos agentes: ellos se ocuparÃan del problema, esperaba que lo resolviesen.
Cuando los dos agentes, siguiendo las indicaciones de la señorita Spaggesi, llegaron al negocio de flores, encontraron un aviso en la puerta: VUELVO ENSEGUIDA.
Aquel que parecÃa ser el dueño llegó con paso rápido, acelerando en los últimos metros al ver a dos agentes de policÃa esperando.
â¿Me buscabais?â preguntó, â¿Os puedo ayudar, ha sucedido algo?â
â¿Podemos entrar?â, dijo uno de los dos agentes.
âPor favor, por favor, faltarÃa más.â
El hombre abrió la puerta de cristal e hizo sentar a los dos agentes en el interior.
âPor favor, decidme. ¿Qué ha sucedido? Yo no os he llamado. No me han robado nada.â
âNo estamos aquà por esa razónâ le interrumpió un agente.
âExplicaos.â
âUna persona dice que ha recibido un ramo de flores de un muertoâ, comenzó a contar el agente con más años de carrera en la policÃa.
âImposibleâ, dijo el florista, âLos muertos no mandan flores a nadie.â
âDice también que se las llevó usted o una persona que trabaja con usted.â
La mirada del hombre se volvió más sombrÃa.
âNo entiendo a dónde queréis llegar.â
âQueremos solo comprender qué ha sucedido,â explicó el agente más joven. âEstá persona está realmente aterrorizada.â
â¿Cuándo habrÃa sucedido?â
âHace poco tiempo⦠un par de horas.â
âDejadme pensar un momento.â
El florista hizo una pequeña pausa, a continuación volvió a hablar.
âYo trabajo solo, no tengo ayudantes ni nada parecido aquÃ. No me los puedo permitir. Hago yo todo: recibo a los clientes, les sirvo y, si es preciso, llevo los pedidos a domicilio.â
âCuando hemos llegado a aquÃ, usted no estaba. ¿Estaba con una entrega?â
âObviamente.â
âNada es obvio en nuestro trabajo,â dijo un agente, como para dar a entender que no estaban haciendo una visita de cortesÃa.
âExcusadmeâ, dijo el hombre, âClaro, sÃ, me habÃa ausentado diez, quince minutos quizás, para llevar un encargo.â
âDe acuerdo. ¿Ahora nos puede decir si ha hecho una entrega hace más o menos dos horas?â
Después de una pausa, el florista respondió: âCreo que sÃ. Era una señora, quizás una señorita. No le sabrÃa decir con exactitud: no indago sobre la vida privada de mis clientes. De todas formas, era una mujer.â
â¿Recuerda el nombre?â
âNo, lo siento.â
âPiénseselo bien. Reflexione un momento. Esta información puede sernos de utilidad.â
âOs lo confirmo. No me acuerdoâ, dijo después de un minuto, âPor desgracia veo muchas personas durante el dÃa y a menudo no me acuerdo de los nombres.â
âDa lo mismo,â le aseguró el agente. â¿Se acuerda por lo menos quién le ha encargado el pedido?â
âUn hombre. SÃ, era un hombre.â
â¿SabrÃa decirnos algún otro detalle?â
âMmm⦠elegante. Era un hombre elegante.â
â¿Alguna cosa más?â
âDebo pensarlo. Sabed, esta persona llegó ayer por la noche mientras estaba a punto de cerrar el negocio, por lo que ha pasado algo de tiempo.â
âNo se preocupe, tendrá todo el tiempo que necesite. Si le viene algo a la memoria no dude en informarnos.â
âLo haré,â dijo el hombre a modo de despedida. âAhora, si no os molesta, tengo cosas que hacerâ, añadió viendo que entraba una mujer en la tienda.
âPor favor, hágalo, los clientes son lo primero. Excúsenos por la molestia.â
Los dos agentes dejaron la floristerÃa y se marcharon por debajo del pórtico en dirección a las Dos Torres.
âEste hombre no nos dice la verdad,â dijo el agente más viejo, âCreo que nos está ocultando algo.â
âYo también lo creo,â dijo el otro, âpero no sabrÃa decir el qué.â
13
La primera audiencia en la que participó Davide Pagliarini, por haber embestido al niño en la carretera de circunvalación de Bolonia, fue bastante embarazosa para él. Fueron expuestos los hechos y, a continuación, el culpable fue interrogado delante del juez.
Después de las preguntas del abogado de la acusación particular y de las del defensor, desde el público se escuchó un â¡Avergüénzate!â gritado con tanta fuerza que resultó estridente.
Pagliarini empalideció y quedó paralizado en la silla, sin saber de qué parte mirar; le habrÃa gustado hundirse, desaparecer, y no encontrarse en aquel lugar en ese momento.
Después de un instante, se giró hacia su abogado y, sin mediar palabra, su mirada le dijo ¿qué debo hacer?; el otro, sin abrir la boca, respondió con una mirada interrogativa, ya que ni siquiera él sabÃa que serÃa mejor: seguramente no dar importancia a lo ocurrido, considerando la reacción que habÃa tenido lugar, harÃa que la situación fuese menos problemática, antes que mostrar la vergüenza requerida por la persona que habÃa tenido el valor de dar ese grito en público en el interior del aula de un tribunal.
Finalmente, Pagliarini se levantó de la silla usada para los interrogatorios y fue hacia su abogado andando lentamente, pero sin mostrar signos de hacer entender al anónimo chillón de haber dado en el blanco.
La audiencia finalizó sin una resolución definitiva, a la espera de otra sesión.
El abogado escoltó a su asistido hasta la salida para evitarle episodios desagradables similares al que habÃa ocurrido en la sala, entonces le dijo que se verÃan de nuevo en breve para decidir cuál lÃnea de defensa seguir en la siguiente audiencia.
El inspector Zamagni y el agente Finocchi fueron juntos a hablar con el empresario que habÃa contratado a Lucia Mistroni.
La muchacha trabajaba en la Piazzi & Co. como empleada de oficina y se ocupaba de la contabilidad.
Cuando hablaron en la recepción, a los dos los hicieron sentar en butacas de piel que estaban enfrente del mostrador y, pocos minutos más tarde, los recibió el titular de la empresa.